25. Tercer paraguas roto: Cora

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—Buenos días —saludo al dejar el paquete sobre la mesada—

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—Buenos días —saludo al dejar el paquete sobre la mesada—. Traje budín de mandarina, glaseado.

—No me gustan las mandarinas —murmura Cora sentada en uno de los dos taburetes detrás de la barra, sin quitar los ojos de su té.

La taza del Doctor Brown queda a medio camino de su boca cuando se aclara la garganta con desaprobación.

—Pues no te veo cocinando o yendo a comprar algo que te guste. No seas malcriada, hija. Gretha tuvo un lindo gesto. —Da un sorbo a su café y se da vuelta para ir por un cuchillo—. Siempre los tiene, a diferencia de ti.

Cora rodea su taza con fuerza. Sus dedos se ponen rojos por lo caliente que está la porcelana y abro el paquete de la panadería. Deslizo el único pastelito de limón a través del mármol, en su dirección.

Claro que sé que no le gustan las mandarinas. El otoño es la estación de esa fruta. Se queja del olor que dejan cuando Sawyer las come alrededor de toda la casa.

Intercala la mirada entre el cupcake y yo. Me obsequia una sonrisa tan pequeña que debería verla a través de un microscopio para comprobar que es una. Sin embargo, decae en cuanto su padre reaparece. El hombre desliza una taza de café hacia mí y deja un plato sobre la mesada. Prosigue a cortarme tres rodajas y pienso cómo devolveré una al paquete sin que lo noten, porque solo puedo comer dos.

—Vi la nota que le dejaste a tu madre en el refrigerador, ¿tu amigo se encuentra mejor? —pregunta.

—Sí, solo... —Agito una mano para restarle importancia aunque, para mí, es lo más importante del mundo. Tomo asiento junto a Cora a pesar de que quiero huir a mi habitación, pero sería descortés—. Problemas de adolescente, ya sabes.

—Oh, querida, claro que sé. —Ríe y hace un ademán con la cabeza hacia su descendencia.

Cora vuelve a mirar las ondas creadas por su respiración en la superficie del té. Parece que quiere hacerse diminuta y zambullirse en el tilo hasta que este llene sus oídos y así no pueda oír a su padre.

—Justo hablábamos de la universidad —comenta el doctor—. ¿Ya sabes qué estudiarás, Gretha?

—En realidad, no. Papá quería que estudiara Literatura, pero no estoy segura. Me tomaré un año sabático para pasar tiempo con él en Malibú, ahorrar algo de dinero con algún trabajo temporal e investigar qué me gusta.

—El viejo Fisher debe estar muy feliz porque lo visites. —Termina su café y deja la taza en el fregadero. Liv se espantaría si alguien no lavara automáticamente lo que usó y se pondría a lavarlo ella misma—. Me alegra que no te lances a derrochar dinero en algo que te haga infeliz. Muchos chicos de tu edad lo hacen en lugar de informarse y probar distintas cosas primero. Algunos no tienen la posibilidad de elegir, claro, pero tú sí. Está bien que la aproveches.

Cora toma el cupcake y le da un mordisco por la mitad. Mastica con la mandíbula está tensa.

—Solo recuerda que es tu vida, no la de tu padre. Si al final no quieres estudiar literatura, no debes hacerlo —añade al ponerse la chaqueta que descansa en el respaldo del taburete de su hija antes de inclinarse hacia ella—. Ya te pagué la cuota del gimnasio donde va tu madre, cariño. Diviértete con ella y quema las calorías de ese pastelito que nuestra familia no es como la de Marion y Gretha, ¡engordamos fácil! —Ríe y deposita un beso en su cabello.

Club de los paraguas rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora