ÚNICO

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Empezaré dedicando estas letras a mí yo vivo, ya que tal vez él pueda hacer las cosas mejor que yo, y de esa manera evitar terminar bajo tierra con todo y sus dolores. Ser un chico de quince años, que desafortunadamente lleva el nombre de su padre David, delgado, moreno, castaño de ojos oscuros y apagados, puede escucharse sencillo pero no es así.

Probablemente me callé todo y me lo llevé a la tumba, muchos me preguntaban cómo me encontraba, a nadie le decía como me sentía, tal vez falta de confianza en la gente, pero menos fe en mí. Quienes ya sabían mi dolor me mandaban a callar y me decían que era una etapa, que mejor saliese a correr y a despejarme, pero estaba agotado, porque yo ya corría de mis miedos y esa carrera parecía un sinfín.

La psiquiatra decía que era falta de serotonina, la gente decía que era la falta de "echarle ganas", pero me esforzaba por vivir, aún cuando realmente mis emociones estaban muertas, me sentía mal agradecido, mamá y papá se esforzaban mucho por mí, hasta me mandaban a mi habitación cuando sus discusiones pasaban a los golpes.

Tampoco entiendo que sucedió, cinco años antes me encontraba emocionado por el llegar de un nuevo año, regalos, familia, y de un momento a otro, un año nuevo solo parecía una nueva oportunidad de querer tirarme de aquel edificio viejo que siempre visitaba.

Juro haber hecho todo lo posible por no hacerlo, es más, mi muerte no fue esa causa, preferí dormir de más, eterno, sin ningún dolor, una sobredosis es lo que mis amigos me recomendaron, aquellos amigos que solo existían para mí, porque nadie más podía verlos.

Tal vez ahora pueda saber qué me rompió, y si una lista se forma, no me sorprendería, tal vez empiece con esa vez que observé como a mamá se le rompió el labio con un golpe de papá, o aquella vez que terminé con un ojo morado, porque no sabía como jugar con mis compañeros, porque tenía sobrepeso, porque no sabía que las niñas eran más bonitas que los niños.

También me asusté cuando descubrí no encajar en ningún concepto, y quise hacerlo, pero no sabía cómo, solo escuchaba en las noticias cómo decían que Yucatán era blanca, y no sabía cómo podía ser eso posible, si vi manchado de rojo carmín el suelo dónde mataron a mi hermana, donde atropellaron a mi mascota, donde papá golpeó a mamá.

Pero todo eso era normal, en Yucatán es normal ser dañado, callado, agredido, ofendido, es normal porque así nos llevamos, y no recuerdo cuando me uní al juego, pero está bien, no quería ser un perdedor y darle fin, aún no, porque tenía mucho que vivir.

Visité miles de hospitales y psiquiatras, porque mis padres me amaban mucho y se preocupaban por mis emociones, lo dudo, porque mi padre no hizo el esfuerzo por dejar las botellas, y mi madre no hizo el esfuerzo por alejarme de casa con ella.

Estaba completamente dispuesto a una nueva vida, quizás eso me hubiese salvado la vida, y es que en mi hogar ya vivía mi propio infierno, yo le tenía mayor miedo al infierno del que tanto hablaba la iglesia, matarse era un pecado, y Satanás no perdonaba que solo tuviese diez años, la iglesia en Yucatán castiga a los que se matan, en esta y en otra vida, pero no castigan al hombre que violó y mató a mi vecina de cinco años, que porque supuestamente no aparece, pero todos sabemos que era un importante político.

De verdad no quería ir al infierno, pero tampoco quedarme en este mundo, donde todo parecía ir en contra de sus propias reglas y leyes, creía que se castigaban a los malos, pero la escuela me castigó una semana porque me defendí del compañero que me empujó por las escaleras.

Me castigaron por gritar en la clase de la maestra que no paraba de humillarme y recordarme los problemas que tenía, alardeando que yo solo necesitaba de una buena paliza en vez de hacer gastar tanto dinero a mis papás con mis medicamentos de "especialito".

Ella no sabía que mis compañeros eran solidarios y caritativos, a diario después de la hora de salida me brindaban tan ansiosa paliza, cuidadosos de no hacerme sangrar o morir como tanto deseaba en los momentos que los golpes impactaban en mi cuerpo.

Después de un tiempo conocí la anorexia y la bulimia, y me sorprendí, porque mi tía se echó a reír diciendo que eso solo les pasaba a las niñas tontas y con falta de atención, y se asustó, pensando que yo quería ser una niña, un varón como yo no podía tener esos problemas, describí una nueva faceta de Yucatán: machista, misógina y homofóbica.

Se lo contó a mi papá y él sí que me dio una paliza de muerte, y ojalá hubiese muerto de verdad, pero no, sólo me rompió las costillas y me causó una grave contusión, lo peor vino cuando dejó de costear mis estudios, mis medicamentos, mis medicamentos que era lo único que me mantenía aquí con un poco más de tranquilidad.

Y ni así mamá me dijo mi tan ansiado "nos vamos de esta casa", esas palabras jamás llegaron, porque la violencia intrafamiliar es muy común en Yucatán, y no lo digo yo, lo dijo la policía que la vecina llamó después de tantos gritos provenientes de mi casa; "sólo la estaba corrigiendo su marido", y nuevamente un Yucatán machista me asustó.

Mi abuela paterna no ayudó mucho con su "ustedes se lo buscaron, mi hijo tan buen hombre que es, y ustedes le salieron raros", me sentí mal por mamá y por ser un problema para ella y no una bendición, a los doce años me di cuenta que mi abuela no me abrazaba como a los hijos de sus hijas porque en Yucatán las abuelas paternas dicen "hijos de mis hijas, son mis nietos, hijos de las esposas de mis hijos, quién sabe de quien sea".

Hasta los catorce años soporté todos los golpes y malos tratos de mi papá, yo ya no tenía medicamentos que me controlen y menos fuerza de voluntad, aquel día papá llegó tan borracho gritándole tantas cosas a mamá que ni siquiera supo en qué momento aquel cuchillo penetró su piel, sólo vi el borbotón de sangre bajando por su quijada y el cayendo de bruces al suelo. Mamá me empujó y lloró por su amor perdido, y no la entendí, pensé que yo era su amor sincero.

La policía me detuvo, pero el juez dictó que quedaría bajo libertad condicional, él era el único en entender que yo no estaba bien, aunque quisiera, lo estaba, en las noticias salí en primera plana como "el hijo asesino, mal agradecido", recibí muchas visitas en mi casa, con personas desconocidas deseándome la muerte, ojalá supiesen que deseaba lo mismo.

Mamá estaba harta, un adolescente de quince años, inútil, asesino, enfermo, loco, psicópata, sin estudios, sin ganas de vivir, no podría contar que mi mamá me dejó aquel bote de pastillas a propósito sabiendo que eran perfectas para matarme, no, ella solo quería ayudarme, y como último recuerdo para mi madre preciosa, me gasté todas las pastillas, como cuando de pequeño me terminaba las verduras y obtenía un delicioso premio.

El premio de esta vez, era grande, magnifico, ya nada dolía, me sentía en el limbo, ojalá mamá nunca llore mi muerte, total, nunca la vi llorando la de su primera hija, menos la de su problemático chiquillo, que a los quince años se llevó todos sus dolores a la tumba, no necesitaba un abrazo o unas palabras, tal vez necesitaba otra vida, otra oportunidad.

Así que pequeño yo, busca ayuda, tu casa, tu ciudad, tu país pueden silenciar todo esto, pero por favor, busca ayuda, tengo fe en que pudiste ser el mejor astronauta, químico o hasta abogado, vivo te ves bien, pero sin cargar todos esos problemas tú solo, te miras mejor.

A mi pequeño yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora