Empieza por el final

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Buenos Aires, 26 de mayo de 2020

A aquel que duele:

—¿Crees que me vayas a seguir amando después de esto?
—Yo creo que sí.
—No quiero decirlo, decirte adiós. Siento que si lo digo voy a estar renunciando a todo para siempre.
—No hace falta que lo digas, podes decir chau.
—Chau.
—Chau.

Ya pasó un tiempo desde que dijimos, o más bien no dijimos, adiós.

Hoy te escribo porque tengo una lapicera y una hoja a mano, y sobre todo te tengo a vos. Te tengo sobre la mesita de luz como a esas cosas necesarias, pero tan tapado de papeles que casi que te olvido. También en el último cajón de la cómoda, ese que de tanto tiempo cerrado ya cuesta abrir y que no me permite verte, pero tampoco sacarte. Y más que nada te tengo bajo mi piel, como una cicatriz perpetua.
Será que todo este tiempo te escondí en lugares que se ajustan a tu ausencia, porque si no los recuerdo es casi como si no estuvieran. Será por eso que a la noche siempre dejo la radio encendida, para no correr el riesgo de que en el silencio recuerde tu risa, y entonces te saque de todos los rincones donde tan cobardemente te escondí, y te escriba cosas. Como ahora, como todas esas veces anteriores, donde siempre te digo lo que dije cuando no dije adiós.

Adiós (no a vos, no estoy lista todavía).
Parece que todos, inevitablemente, estamos condenados a decir en algún momento esa palabra, aún si la disfrazamos con un "chau". Alguien debería advertirnos que una de las condiciones básicas para amar es saber decir adiós, y que esa es la más difícil de todas. Deberíamos saber que siempre que algo empieza tiene fin, cuando nos conocemos solo aseguramos desconocernos algún día, cuando nos juntamos, separarnos. ¿Pero cómo podríamos saberlo? Las historias siempre empiezan por el principio (valga la redundancia), y no todos llegan al final.
Por eso cuando te escribo empiezo con nuestra despedida, así, si decidieras dejar este texto (espero que no) a la mitad, ya sabrías cómo terminamos. Puede que recién ahora estés entendiendo por qué escribí eso al principio, aunque el título ya te lo advertía.

Cuando nos despedimos quedó un espacio vacío para todas las palabras que teníamos, y callamos. Nuestro "chau" fue silente, una oración que terminó con una coma y que después no tuvo nada más que espacio en blanco. Hoy, solo espero poder decirte,

Qué dijimos cuando no dijimos adiós

Con cada letra arrastrada de ese "chau", dije que te amaba, lo suficiente como para despedirme. También que te iba a guardar en el último cajón de la cómoda, como a mi remera favorita, aquella que está tan vieja que ya no puedo usar pero no me atrevo a tirar, aún si con el paso del tiempo el olor a pasado la consume.
Dije, más que nada, siempre; siempre te voy a amar, para siempre me voy a ir. Y aún así, diciendo todo eso en el silencio, no dije adiós.

Eso fue lo que dijimos cuando nos dijimos
Adiós.

—Hola, ¿te molesta si me siento?
—No hay problema, sentate.
—Gracias, es que me ocuparon el lugar. ¿Nunca habíamos hablado antes, no?
—Creo que no, es que me daba miedo hablarte.
—¿Por qué?
—Siempre estás muy serio.

Cartas a ningún lugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora