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Cientos de sombras oscuras y deformadas lo observaban, amenazantes, bajo la luz de la luna llena. Algunas extendían sus manos largas y huesudas hacia él, intentando alcanzarlo, mientras que otras permanecían quietas y silenciosas, con su intensa mirada sobre sus pasos. Hacia un poco de frío, pero los temblores que le recorrían el cuerpo en aquel instante se debían más bien a otra cosa.

"Eres un cobarde, César", gritó una voz aguda dentro de su mente. César odiaba esa voz. Era el retrasado de Francisco, burlándose de él, como siempre. No se cansaba de insultarlo durante la escuela, y lo peor era que sus demás compañeros le seguían el juego. César era consiente de que no era un chico con mucha valentía; era inteligente, ingenioso, gracioso, simpático... Pero valiente no. A veces se sentía el chico más desafortunado del mundo, tenía muchas cualidades pero justo la más importante y la que más le hubiera encantado tener, no. Era absurdo. ¿Como iba a conquistar a la chica que le gustaba siendo tan cobarde? A las mujeres no les gustaban los hombres miedosos. Y lo que más le preocupaba era que su falta de valentía había comenzado a levantar ciertos rumores que no le agradaban, rumores que ponían en duda su hombría.

¡No lo iba a permitir más!

Hoy todo eso iba a cambiar. Esa noche él dejaría de ser un cobarde ante los ojos de los demás de una vez por todas. Él pasaría la noche entera en el cementerio y nadie más podría presumir la misma hazaña. Sus compañeros lo envidiarían: creyeron que cuando lo retaron a quedarse ahí, no sería capaz de aceptar pero lo hizo, y ellos ni siquiera se habían dignado a ir. César creía que estarían allí, esperando el momento en que mojara los pantalones para reírse de él, pero al parecer el miedo se los había impedido.

"Bola de cobardes", pensó regodeandose.

Además les contaría que había visto al hombre sin ojos... Aunque no fuera verdad. Lo importante era tener una historia impresionante y aterradora, y que mejor que agregar al célebre hombre sin ojos a su anécdota.
Se trataba de una leyenda muy conocida en el pueblo, aunque con algunas variaciones en la historia, dependiendo de quién la estuviera contando. La que César había escuchado de sus abuelos hablaba de un hombre que había vivido hacia muchísimos años; era joven, bien parecido y de buena familia, aunque con una personalidad bastante altanera y egocéntrica. Se dice que enamoró a una jóven humilde que vivía en el pueblo para poco después abandonarla y marcharse con otra. Lo que no sabía es que la mujer era amante de la brujería y demás artes oscuras, y no se quedaría tan tranquila ante su humillación.

"Lo que sea que haya hecho esa mujer, fue la entrada directa al infierno para ese muchacho", contaba su abuela.

"Primero comenzó a buscarla y perseguirla como un desquiciado, como si estuviera muy enamorado, pero más bien aquello era una obsesión que rozaba en la locura. Ella sólo se burlaba de él, lo humillaba y despreciaba para recordarle su terrible error al haberla abandonado sin más.

Después de eso, comenzó a tener alucinaciones y a ver cosas espantosas. Se encerraba en su casa y se vendaba los ojos para evitar ver lo que sea que viera. Gritaba y lloraba aterrado pero nadie podía hacer nada por él.

Cinco veces volvió a la casa de la bruja, suplicando su perdón, y cinco veces ella lo corrió. Hasta que no pudo más y se arrancó los ojos en un acto desesperado por terminar su tormento."

Cada vez que oía esa historia, César tardaba días en volver a poder dormir. Y en esos momentos, el solo hecho de recordar que las leyendas decían que el joven había muerto dentro de ese mismo cementerio, tras extirparse los ojos, lo hacía tiritar de miedo.

"Es sólo un invento para asustar a los niños", se decía a sí mismo, con el afán de darse valor.

No estaba dando mucho resultado.

Henry Donde viven las historias. Descúbrelo ahora