Capítulo tres. Retrato a lápiz.

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Los pasos repiquetean en el asfalto mojado, pasando un transeúnte de abrigo largo cabizbajo, iluminado su perfil sobre la bufanda color pimienta por las luces ámbar y cían de las farolas y los autos

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Los pasos repiquetean en el asfalto mojado, pasando un transeúnte de abrigo largo cabizbajo, iluminado su perfil sobre la bufanda color pimienta por las luces ámbar y cían de las farolas y los autos. La noche, más tranquila de lo que debería, agobiando su mente de pensamientos repetitivos, de culpas y reclamos internos que pudieron haber sido acallados por el bullicio de la ciudad nocturna. Sin embargo ahí está, acompasado su corazón aprisionado entre jaulas de costillas con los pasos fríos de sus botas en el invierno. Llovió, toda la tarde como si estuviera el clima en solemne compañía con sus sentimientos, como si el cielo se hubiese nublado como sus ojos y...

—No —Jungwon deja caer el índice contra la tecla de borrado del teclado, bufando, soplando el flequillo que ya le pica los párpados y deja caer su espalda contra la silla frente al ordenador—. No, no, ¡No, Ahg! —insiste, golpeando con los puños las teclas y llena de palabras sin existencia en su idioma y letras dispersas la hoja de su documento de Word.

Cierra el portátil, más fuerte de lo que quisiera haberlo hecho porque eso que tronó seguro fue una pieza o una tecla o algo importante de su único compañero de desvelos y testigo de sus sueños. Y se lamenta, tanto, mientras se resuelve el cabello rizado. En la ventana, se ve la tormenta todavía a luz de medio día, se está cayendo el cielo decía su abuela y Jungwon se lo repite mentalmente, hastiado de que el clima también estuviera en su contra ese día.

Cuando toma la chaqueta del perchero, sin mucho cuidado ni atención y empuña las llaves de su habitación rentada entre su palma y dedos, todavía la frustración le abruma la razón y se transforma en punzadas de dolor sobre su cien. Migraña, maldice mentalmente y baja los escalones de la pensión rápida y en bloques de dos en dos, sus botas enlodadas y viejas, ah, pero tan fieles, truenan en cada escalón que pisa rumbo a la salida, al día gris que llora sobre su cuerpo.

—Necesito salir más... —Jungwon sube la mirada al cielo, hablando con nadie y consigo mismo—. Ya pienso igual que August...

Su personaje seguramente hubiese cruzado el umbral de forma poética, caminado por la acera rodeado de un aura de tristeza igual de poética, incluso en pasos lentos que se guiaran por el latir de su pisoteado corazón.

Pero Jungwon, un escritor sin un libro, veinticuatro años y recién abandonado por su novio que lo dejó por un bailarín, camina entre más gente de la que le gustaría por la calle, se detiene de todos los semáforos esperando por los tristes treinta segundos de paso al peatón que lo llevarán al maravilloso mundo del otro lado de la calle...

Hay alguien, entre el grupo de gente que espera el paso, que fuma y es la cereza de su pastel de desdicha, porque Jungwon odia que fumen cerca de él, tal vez un poco más que a sus ideas dispersas y eso, es decir bastante. Agradece incluso que el insistente goteo sobre su capucha acallen la cadenilla de maldiciones que suelta sin reparo, dedicadas al tipo del cigarrillo.

 ࣪ ˖ ଘ ꒷ ࣪ ˖  pinceladas sabor chocolate ꩜ sunwon ຊ adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora