Capítulo seis. Beatriz.

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Mosaicos de piedra en el suelo de aquella antigua cafetería donde si pagas un francos extra, Madame Juliet te lee la mano o las sobras de café al fondo de la taza

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Mosaicos de piedra en el suelo de aquella antigua cafetería donde si pagas un francos extra, Madame Juliet te lee la mano o las sobras de café al fondo de la taza. Un sol insoportable, más fuerte, me atrevo a decir que el peor que ha azotado París desde que vago por sus barrios y callejones, jugando al interesante bajo la cazadora negra que poco más me cocina los cojones de seguir aquí sentado.

Huele a canela, a rollos de canela que Marie saca del horno de tanto en tanto, jurando que está a temperatura y no inflan porque seguro yo los vi con antojo. Víboras y culebras le salen de los labios borgoña y se nos olvida que tiene solamente quince años cuando maldice que la merde y el putain mientras Pierre se retuerce de risa mirando los polvos para hornear en la mesa, intactos.

—Cambielo por mince, Madame Marie.

Y arroja la charola por allá, al demonio, mientras susurra un Je t'emmerde hacia mi persona.

París, un postal del Louvre, una caminata de vagancia por Pont des Arts ahí dónde me paro al cafesito de la muchacha mal hablada en la Rue des Lombards a comer rollos de canela sin inflar y escuchar a Pierre quejarse de todo lo malo del barrio, como los rollos.

Gente que va, que viene, parejas y flores, macetas colgando del estructurado de metal que la casera se empeña en adornar de florero cuando por ahí se sube al piso de arriba y al que sigue y al que sigue y "¡Roberto, las macetas!" cuando caen los bonitos adornos de escalera y descalabran el suelo, se mueren en trozos de barro húmedo y mugriento.

—Te lo digo yo, Víctor, que el problema son los gatos.

—El problema es la ignorancia. —Un sorbo de manzanilla, porque cura los nervios—. Menos gatos, más gatos, menos Pierre, menos quejas.

Una niña que corre tras de un globo relleno de helio, un globo rojo que se le fue de las manos y se eleva al cielo como en un suicidio silencioso, un pronto "Pop" que habrá de terminar su efímera existencia de látex y la chiquilla llora, de la mano de su madre al partir por el puente.

—Te vas a morir —Pierre enciende su cigarrillo, le quema la garganta aunque diga que es costumbre—. Mira el calor que hace, y tú de luto.

—Mejor así, si me muero de negro.

París, que huele a café y a cloaca según pordonde se transite, donde Leonardo consigue el mejor whisky barato, bastan dos y caes al suelo. Donde parece que todo va lento y la verdad, es que la vida camina tan rápido que se lleva un pedazo de mí a cada segundo.

Una maceta colgando del descanso de aquella escalera de incendios por la que todos subimos en la pensión y una de tantas que se van a estrellar al suelo, por Pierre y sus desplantes, por Leonardo y su whisky o por mí y mis descuidos y mis piernas largas. Una maceta de rosas, válgame Dios señora Ruth, tenga piedad de las flores.

—Te has perdido de mucho, mi estimado Tintero.

—Si me pierdo de días así de insoportables, mejor.

Una risa sarcástica y el humo del cuarto cigarrillo que ya fastidia en la nariz ajena, o sea, la mía.

—Mira allá, al cruce del puente —señala y se le cae la colilla—. Viene todas las tardes apenas se pone el sol a pintar y se va, sin rituales, con el caballete al hombro.

—¿Y también es el problema? Como los gatos.

—Pero no seas imbécil, Víctor.

—Pide usted demasiado.

¿Cómo se explica el fenómeno que llaman "amor a primera vista", sin sonar a cliché parisino?

Yo veía, veía en dirección al caballete tras el que te escondes todos los días, en el centro de la rue de Lombards y en el piso de tu estudio, veía como se te doblaban las piernas en esos pantalones de chándal, veía como te pisabas los cordones y no veía nada, porque escondías la cara de repente, asomando y tomando la foto mental que habrías de pintar después, segundos después como instantánea. Veía y te vi el cabello tan negro, tan lacio, despeinado como un niño recién levantado. Veía y te veía sin ver, porque alguien tiró la maceta y la casera gritó desde el cuarto piso, porque apostamos cincuenta francos que un gato la tiraba esa misma tarde y te fuiste, con el caballete al hombro.

Encontrar, encontrar las llaves bajo el sofá, encontrar la corcholata en el bolsillo, buscar como se buscan los espejismos y como se encuentran las fantasías. Encontrar como te encontré en el cafesito de Marie pidiendo un expreso, como las encontré charlando de nimiedades que guardé en mi memoria hasta este momento. Marie, la de los rollos aplastados, amiga de la pintora de la rue, Beatriz, de los pinceles y los lápices.

Buscar, como busco tu sonrisa, como busco tus dedos entre los míos, como te encuentro en la mitad de la mañana rodeando mi cintura y me quedo así, quieto, con el miedo de que me mueva y aquello que te tiene soñando con la boca abierta y la nariz arrugada se esfume, como una acuarela bajo la lluvia.

Buscar como busco tus labios, como encuentro tus mechones sueltos y se encuentran entre ellos.

Encontrar cómo se encuentran las musas, Beatriz, como se encuentran y se conservan celosamente entre los brazos bajo sabanas blancas, como te abrazo dormida y te beso la frente, Beatriz, como se buscan los ángeles y se encuentran en un estudio a mitad de la madrugada o en un café de la Rue de Lombards al atardecer de un jueves.

Encontrar cómo se encuentran las musas, Beatriz, como se encuentran y se conservan celosamente entre los brazos bajo sabanas blancas, como te abrazo dormida y te beso la frente, Beatriz, como se buscan los ángeles y se encuentran en un estudio a m...

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