XII

112 14 1
                                    


—Arregla mi corbata—después de que termina de abotonarse las mangas de su camisa, te pones de pie y cumples su orden, dejando su corbata roja en perfecto orden.

Se veía tan atractivo que era imposible no sonrojarse. Era perfecto, ¿Verdad? Y era tuyo, y a decir verdad no podías ser más dichoso por ello.

El trabajar y estudiar no era una tarea sencilla, pero así era su vida desde que te llevó a vivir con él. Habías querido imitarlo y trabajar también para ayudarlo, pero se había negado rotundamente, obligandote a estar ahí, en aquella casa la mayor parte del tiempo sin poder hacer nada más al respecto. Y es que incluso las visitas a tus amigos y familia estaban restringidas, ya ni siquiera podías visitarlos tanto como antes o demorar demasiado cuando los veías, según el mismo Thelonius, aquello era un muy mal hábito que debías corregir, porque ahora él era tu futuro esposo y como tal debía ser tu prioridad, tu única prioridad.

El cuerpo desnudo de la cintura para arriba queda reflejado en el espejo de la habitación y es recién ahí cuando te das cuenta de ello, que observas tu reflejo y caes en cuenta de todos los moretones que tiene tu blanca y sensible piel, ¿Por qué no sentías dolor? Probablemente si lo sentías, pero ya te habías adaptado tan bien a el que ya pasaba casi desapercibido para ti, era increíble, pero tu tolerancia al dolor era mayor.

Thelonius, poco a poco había dejado de ser dulce a la hora de hacerte el amor, ahora en cambio era más agresivo, tan rudo que en más de una ocasión te había hecho llorar de dolor mientras te poseía, ¿Por qué había cambiado tanto? Quizás el estrés de la boda lo tenía mal, probablemente era solamente eso y como siempre te estabas preocupando en vano.

—¿Te molestan? —Preguntó al notar el interés con el que observas las marcas en tu cuerpo.

Él había prometido que nunca más te trataría de esa manera cuando habías aceptado salir con él, lo cierto fue que después de experimentar su forma apasionada de hacerte suyo, ya no eras capaz de sentir placer al hacer el amor de forma convencional y sabías a que a él le sucedía exactamente lo mismo, no sabía ser dulce cuando de sexo se trataba, así que no, las marcas que dejaba sobre tu impuro cuerpo no te molestaban en lo absoluto.

—¿Las marcas? No—te acercas a él—todo lo que hagas con mi cuerpo está bien, porque es más tuyo que mío.

—Lo sé, y así debe ser siempre.

Enfermizo |Tyrus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora