El extraño de ojos marrones

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Nerviosa, espero. No sé exactamente qué ni a quién. Pienso en llamar al número que dejó en el papel, pero por alguna razón no tengo el valor suficiente para hacerlo. Me digo a mi misma esperar solo 1 minuto más antes de entrar a clases.

—Hola—escucho a mis espaldas

Me giro instantáneamente para encontrarme con un torso—muy bien formado—y levanto la vista de forma rápida para poder observar su cara.

—Eh… Hola—titubeo. No lo conozco y no sé si es a quien estoy esperando. En ese caso, tampoco sé cómo iniciar la conversación así que bajo la mirada y espero a que él sea más creativo que yo.

—Llegaste puntual—afirma—Me gusta—susurra en un tono más bajo.

—Sí, no suelo hacerlo pero la intriga pudo más que yo—le respondo volviendo a mirar los ojos marrones más lindos en la historia de ojos. —Supongo que vos sos el extraño que resuelve problemas—

—Bueno, no a todos. Me gustan las excepciones.

Hago caso omiso del calor extendiéndose por mis mejillas.

— ¿Y cómo vas a resolver mi problema?

—Ya lo hice. Yo vivo en ese edificio—dice mientras señala una edificación frente al campus—Y todos los propietarios disponemos de una cochera en el estacionamiento.

Me quedo muda, sin saber que responder. ¿El extraño con los ojos marrones más lindos en la historia de ojos me está ofreciendo la cochera de su casa para guardar mi auto? Es demasiado raro. Escucho la vocecita de mi mamá diciéndome que no debo hablar con extraños. Pero nunca dijo nada de los extraños con ojos café en los que dan ganas de perderse.

—Cuando me mudé—continúa hablando al ver que no digo nada—pensé que era una lástima no poder aprovechar ese espacio, pero ahora no me arrepiento para nada—dice guiñando un ojo.

—Bueno…—digo cuando recupero la capacidad de hablar, o por lo menos una parte de ella—A pesar de que me encantaría aceptar tu proposición—amaría aceptarla—hay que tener en cuenta que no te conozco, no sé quién sos ni porque querés ayudarme a mí. Te lo agradezco de todo corazón pero ni siquiera sé tu nombre.

—Emiliano—me responde con una sonrisa—Listo, ahora podes aceptarla.

—No me refería a eso—respondo mordiéndome el labio. No quiero sonreír. No debo sonreír.

—Vayamos a tomar un café, así me conoces y podes dejarte ayudar por un no tan extraño.

—Tengo clases—respondo. Aunque si tengo que elegir…

—Después de clases

—Si insistís tanto, salgo a las 6.

Me dedica una sonrisa a modo de respuesta. No puedo evitar y sonrió también. Me doy media vuelta, y me alejo—a regañadientes—del extraño con nombre y de esos ojos marrones que seguro me sigan durante las tres horas de clases.

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