Los café de Julito

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La profesora no parece tener ganas de colaborar conmigo. La clase se está haciendo eterna y yo solo puedo pensar en los minutos que faltan para que termine. Pero, a diferencia del resto, no para volver a casa. Me generan intriga los motivos de Emiliano—o como me gusta llamarlo: el extraño de ojos chocolate—para ayudarme. No soy precisamente una chica que sobresalga del resto, así que me cuesta entender qué lo llevo a ser tan solidario.

Mi cabeza vuelve a la clase cuando escucho el ruido de cierres y hojas moviéndose, indicadores de que la clase termino—o de que los alumnos queremos que termine—. Guardo mis cosas y, a paso lento, me dirijo a la salida. Me decepciona un poco no verlo a la salida, esperándome con la mochila al hombro, cuál película de Hollywood, así que me dirijo al auto, dispuesta a hacerme respetar y no permitir que me deje plantada un chico al que ni siquiera conozco.

— ¿Ya te vas? ¿Te olvidaste de nuestra cita o decidiste no aceptar mi oferta? — Me sobresalto al escuchar su voz proveniente del auto contiguo al mío. —Realmente esperaba que aceptaras…

—Sí, acepto—digo atropelladamente. Respiro profundo. —Lo que quiero decir es que estoy dispuesta a conocerte y evaluar si sos digno de confianza.

—Me parece justo. ¿Vamos?

Asiento con la cabeza, y me dispongo a seguirlo.

Caminamos a paso lento y sin decir ninguna palabra. Un silencio cómodo, compartido. El sol brilla sobre nuestra piel sin llegar a acalorarnos. De lejos, llegan las risas y fragmentos de conversaciones de los estudiantes que salen para ir a sus casas, dibujando el escenario ideal para que dos desconocidos se conozcan. Nuestros brazos se rozan accidentalmente como consecuencia del vaivén al caminar, pero ninguno de los dos hace nada para cambiarlo.

Inmersa en mis pensamientos, no me doy cuenta de que deja de caminar. Su mano en mi muñeca es lo que evita que me choque con la puerta del local. No levanto la mirada, me quedo quieta. Ese tacto que parece tan íntimo, tan personal. Me asusta no sentirme incómoda pero no retiro mi mano. Levanto la vista y pido perdón al hombre que sale del local con dos café, y veo el lugar al que nos dirigimos. El cartel reza “El café de Julio” en letras grandes y rojas, características del lugar. Sonrío genuinamente y sigo a Emiliano por entre las mesas.

Nos sentamos en silencio hasta la aparición de Cholo, nuestro mesero.

—Hola—saluda a Emiliano—Hola Lu—me saluda con una sonrisa gigante. — ¿Ya decidieron qué van a pedir?

—Yo voy a pedir una lágrima con un tostado

—Yo lo de siempre—le respondo con un guiño.

Cholo se retira de la mesa y lo escucho gritar, como siempre, nuestro pedido a la cocina.

—Así que…venís seguido—no era una pregunta, y fue todo lo que necesite para empezar a conversar fluidamente. Le cuento de mis inicios en la facultad, sobre mi carrera, los profesores, mis amigas. Evito los temas más personales. Al fin y al cabo, sigue siendo un extraño.

Cholo llega con nuestro pedido, pero la charla sigue tan o más fluida que al principio. Me sorprendo al descubrir que estudiamos lo mismo y envidio que esté por recibirse cuando a mí todavía me quedan tres largos años por delante. No paramos de reír, las anécdotas divertidas no faltan. Pero, a diferencia de mí, él se abre completamente y me cuenta de su familia, sus dos hermanas más chicas, y hasta habla sobre su última relación. Las tazas de café se vacían, las migas se acumulan en los platos y los sobrecitos de café bailotean en nuestras manos, pero ninguno de los dos quiere irse. Cholo llega con nuestra cuenta, y es la señal que necesitamos para darnos cuenta de que ya es tarde. Acordamos que la propina corría por mi cuenta, luego de discutir sobre si yo debía o no pagar, y de que él haya ganado la discusión. Me despido de Cholo y salimos del local.

Caminamos hasta mi auto, envueltos en ese silencio compartido que nos acompañó al principio. El sol se esconde en el horizonte y marca el fin de un nuevo día. Un día distinto.

—¿Ya decidiste si soy digno de tu confianza? —me pregunta cuando llegamos al auto.

—Todavía lo estoy pensando. El jueves que viene daré mi veredicto final.

—Sé esperar. Soy una persona muy paciente. — De improvisto me toma por la cintura y me acerca a él. Mi estómago da un vuelco. El corazón me late casi tan rápido como el de un ratón y mi aliento se mezcla con el suyo. Nuestras narices no llegan a rozarse, pero no es necesario que lo hagan. Sus ojos del color del chocolate están fijos en los míos; esa mirada tan íntima que me derrite por dentro. —Muy paciente—repite. Se aleja solo unos centímetros para besar mi mejilla. —Espero que vos también lo seas—susurra en mi oído y se aleja con una sonrisa en el rostro.

Me quedo estática, apoyada en mi auto, procesando lo sucedido. Cuando logro recomponerme, me subo al vehículo, busco las llaves en mi cartera y encuentro un papel doblado a la mitad. Un papel con un teléfono y una pequeña nota. Y las palabras de Cholo vienen a mi cabeza, con tanta claridad que me veo tentada a buscarlo a mi alrededor.

Suelen decir que los Café de Julito resuelven todos los problemas. Y vaya que lo hacen.

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