El vehículo de la madre de Nash, aparco frente a mí casa, Cameron se movía impaciente a mí lado.
La tarde anterior Nash había estado hablándome de él, teníamos algunas cosas en común, sobre todo la edad.
Saludé a Elizabeth, su madre qué agitó la mano en forma de saludó desde el interior del coche, Cameron hizo lo mismo, estaba impaciente por qué estaba muerto de hambre.
Del vehículo azul marino, salió Nash removiendose el pelo, rodé los ojos y observe cómo de la parte de detrás salía un muchacho.
El chico era un poco más bajo qué Nash, y era moreno, su piel era blanca cómo la de él, y sus ojos eran iguales que los de Nash.
—Hayes Grier.— dije su nombre, antes de que se pudiese presentar, señalandole.
—Annabelle.— habló de la misma manera que lo había hecho yo.
—Una vez hechas las presentaciones.— comentó Cameron, señalando la puerta.—Vamos a comer.— sonrió y entró en la casa.
Esperé a qué Nash y su hermano, entraran para seguirles y cerrar la puerta detrás de mí.
Aquella mañana Christopher, tenía el turno de medió día y tendía que quedarse en la radio hasta la tarde.
Hayes se sentó frente a mí, al lado de Cameron, quién ya había comenzado a engullir la cocina que entre ambos habíamos preparado.
Y Nash, ocupó el asiento que había a mí lado, removiendome el pelo, aquel chico había cogido prontas confianzas.
—Así qué estás en él último año de Instituto…— se toco la barbilla pensativo el más pequeño.
—Así qué tienes catorce años.— le secunde tocándome la barbilla de la misma manera.
—¿Acaso esté lerdo te ha contado toda mí vida?— preguntó de una manera de lo más divertida, señalando con el dedo a su hermano, quién le miraba ofendido por lo de lerdo.
—Podría decir exactamente lo mismo.— confesé, encogiendome de hombros, Nash dirigió su mirada hacía mí, aún ofendido.
—Esperó que todo lo que te dijo haya sido bueno.— comentó Hayes, mirando a su hermano mayor con el ceño fruncido.
—No eres un lerdo, Nash.— aclaré, al ver que el chico no había quitado su mirada de mí.
—Seguro que cambiarás de opinión.— volvió a comentar Hayes, llevándose el tenedor a la boca.
—Es adorable.— dije, girando un poco la cabeza para mirar al chico que me miraba atentamente, le cogí de las mejillas y se las achuche, haciendo así, que se quejará.
—Eso piensa todo el mundo, antes de conocerlo de verdad.— miré a Cameron, quién había engullido ya su plato y se servía más comida, hablando por primera vez.
—¡Gordo!— le gritó Hayes, pinchando de su plato algo de comida.
—¡Deja de hacer eso, Nash!— sin girarme a mirarle, le tape con mis manos los ojos, para que dejará de mirarme, aquello me estaba empezando a incomodar.
—¿Qué deje de hacer el qué?— preguntó haciéndose el loco, mientras apartaba mís manos de sus ojos.
—¡Aparta la mirada de mí querida Annabelle!— comentó con la voz más grave que de normal, Cameron haciendo que el chico de mirada potente y yo nos girasemos a verlo.
—¡No puedo hacer eso!— le contestó Nash, de una manera de la más divertida.
—No lo hagas.— le suplicó su hermano menor a Nash, quién después de sonreír cínicamente se dirigió a Cameron.
—Cómo digas lo que pienso que vas a decir, te tragas el plato.— le amenazó mí queridísimo Cameron, señalando el plato de comida que tenía enfrente.
Nash miró amenazante a Hayes, advirtiendole algo, y después miró a Cameron, quién le miraba con una ceja arqueada, antes de que girará y volviera a sentarse a mí lado.
—Eres un borde.— le dijo Nash, antes de coger su plato de comida y empezar a comer, sin decir palabra alguna.
Cameron continuó engulliendo su comida, en silencio, al igual que Nash, quién después de terminar de comer, se cruzó de brazos, para mirarnos a su hermano menor y a mí mientras hablábamos.
—¿Y ahora que hacemos?— pregunté al ver cómo Nash, seguía sin hablar y cómo Hayes había empezado a establecer una conversación con Cameron.
—Podemos ver una película.— dio una idea Nash, señalando la televisión de plasma que teníamos a nuestra derecha.
—¿Pero, cuál?— le pregunté al chico, inclinandome hacía delante para agarrar el mando de la televisión, y posteriormente encenderla.
Nash se inclinó hacía mí, para quitarme de las manos, en un rápido movimiento, el mando de la televisión, y empezar a pasar los canales en busca de algo que ver.
Y permanecimos allí sentados, hasta las ocho de la noche, viendo un maratón de capítulos de aquellos maravillosos setenta, ya qué Cameron se había apoderado de mandó de la televisión, en un repentino ataque de obsesión, por aquella serie de televisión.
A esa misma hora, los tres chicos, me informaron de qué iríamos a cenar con un par de amigos a una pizzería que no quedaba, muy lejos de allí. Los maldije, ya que habían tenido toda la tarde para decírmelo, y no se habían molestado siquiera.
Aún maldiciendoles mentalmente, subí las escaleras de dos en dos, para entrar en mí habitación y ponerme algo de ropa adecuada. Escogí unos pantalones cortos negros con círculos blancos, los cuáles hacían figuras, y una blusa blanca, de media manga.
Después de ponerme unas sandalias del mismo color que la blusa, salí pitando de mí habitación, para entrar de la misma manera en el cuarto de baño, y peinarme un par de veces.
Una vez regresé a la habitación a por mí móvil y a por un poco de dinero, bajé las escaleras de la misma manera que las había subido, y me dirigí a los chicos, que me esperaban impacientados.