La Isla del Cielo Oscuro

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El viento agito mi pelo mojado. Un gélido estremecimiento me recorrió la columna.

Por extraño que fuera, poner el pie en aquella isla me había hecho tomar conciencia, por primera vez, del empleo que había aceptado y de sus duras condiciones.

Pensé en Corea y en la vida que dejaba atrás. Aquel debía ser mi primer año de universidad, pues me había inscrito en Filosofía Inglesa y las clases comenzaban esa misma semana.

¿Qué demonios hacia entonces en aquella fría y solitaria isla a miles de kilómetros de casa?

Me acorde de que tenía una misión allí: ayudar a mi padre.

Tuve que reconocer también que una parte de mí se sentía excitado y lleno de curiosidad por lo que pudiera depararme los próximos meses.

Respire hondo antes de cargarme la mochila a la espalda y dirigirme al túnel de roca que daba entrada a Sark. Nada mas atravesarlo, aspiré un agradable aroma a salitre mezclado con coco.

Al otro lado me encontré con una explanada de tierra y un camino sin asfaltar que se perdía colina arriba. Había una especie de remolque turístico enganchado a un tractor, tan oxidado y viejo que deduje que hacía tiempo que no se usaba.
Me pregunté si Silence Hill estaría muy lejos de allí.

Con los preparativos del viaje no me había dado tiempo para informarme mucho sobre el lugar donde pasaría aquel año de mi vida, pero sabia que era la isla británica más pequeña del Canal de la Mancha y que su superficie no superaba las cinco kilómetros cuadrados.

Miré al cielo con preocupación y decidí seguir el sendero antes de que la tormenta se me echara encima.

No había caminado ni cien metros cuando un carro tirado por un magnífico caballo apareció ante mis ojos. El chico que lo conducía se detuvo junto a mí y bajo de un salto.

El aspecto reluciente de aquel carruaje señorial contrastaba con la indumentaria desaliñada de su cochero. Lucía una chaqueta de pana raída, una gorra inglesa y unos pantalones oscuros con el bajo arremangado a la altura de las botas.

Me fije en sus gafas de pasta. Aunque se trataba de una montura anticuada, descarte cualquier intención de estilo en ellas. Aun así, le otorgaban un aire bohemio e intelectual.

-Me llamo Woo Han. Y tu debes de ser Jimin -dijo mirándome fijamente.

Tras colocar mi bolsa en la parte trasera, Woo Han me ayudó a subir al carruaje.

-No te esperábamos hoy. El mar sigue muy revuelto

-¿Y porque has venido a recogerme?

Mis dientes castañetearon antes de toser

-No he venido a buscarte a ti, pero ya que estás aquí, será mejor que te lleve cuanto antes a Silence Hill -me miro de arriba a abajo con desaprobación-. Enfermo no le servirás de mucho a la señora Roberts.

Tarde unos segundos en entender sus palabras. El idioma no era un problema -una parte de mi era británico-, pero el cochero tenía un acento escocés. Su pronunciación grave y la forma de alargar las vocales o marcar las erres lo delataban. Aún así, hablaba despacio y podía seguirlo bastante bien.

Woo Han chasqueó los labios y soltó las bridas con suavidad hasta poner el caballo al paso. Unas ondas castañas acariciaban su nuca por debajo de la gorra.
Tenía una expresión tensa e intimidante en su rostro.
El estrecho banco y su posición -con las piernas separadas para dominar las riendas- hacía que nuestras rodillas se rozaran.

Durante unos minutos circulamos en silencio por aquel sendero bordeado de colinas verdes tapizadas de flores silvestres. Sentía la espalda rígida y un temblor que hacía imposible que adoptara una actitud relajada. Aún así, aquel chico había despertado mi curiosidad con sus palabras.

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