Hospital

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El peor día de mi vida me di cuenta con quién contaba realmente.

Después del accidente automovilístico que sufrí quedé varada en cama por semanas, creí que beber y viajar con otros desde la fiesta hasta la casa de un amigo sería buena idea, pero no fue así pues el auto quedó destrozado al igual que mis planes.

Mi estudios no esperaron, mis pies no resistieron el impacto, mi costillas hicieron su mejor esfuerzo pero algunas terminaron perforando mi pulmón, mis amigos me visitaron en coma pero no cuando desperté.

Bueno... Eso último es mentira.

Erick siempre estuvo ahí, vigilando que respirara, dándome baños, cambiando mi bata, apoyando a mi familia cuando sintieron que ya no podrían.
Erick siempre estuvo ahí, en mis cumpleaños, en mis romances fallidos, en mi primera menstruación estando en pánico conmigo, cuando murió mi primera mascota la enterró conmigo y cuando me gradué fue quien gritó más alto. Siempre que lo necesite se quedó a mi lado.

Cuando desperté sus ojos se llenaron de lágrimas. Él estaba ahí, sosteniendo mi mano rezando por mí ante un dios en el que casi no confiaba, pidiendo que despertara y me devolviera la vida que el juraba me merecía.

Cuando lo ví llore con él.

Los días pasaron dentro del hospital entre mi cuarto, los análisis constantes y la rehabilitación acompañada de mi mejor amigo que cada día me hacía sentir lo más maravilloso del mundo. Él camino conmigo, o más bien yo camine hacía él como una bebé que ansiaba llegar hasta su cobija favorita que tanto confort le daba. Ahí estaba sosteniendome, alentandome y ayudándome a crecer. Ahí estaba cuando parecía que nadie lo estaría, él para mí y mi familia, y poco a poco yo para él y todo lo que le importaba.

- ¿Roberto? - lo llame mientras buscaba mi película favorita en su laptop.

- ¿Sí? - contesto él sonriente sin despegar la vista de la pantalla.

- ¿Saldrías conmigo algún día? - pregunté seriamente pues desde hace días moría declararle mis sentimientos.

- Claro, ¿A dónde quieres ir está vez? - pregunto volteando a verme igual de alegre que siempre, radiante de un brillo único que no había visto en alguien más.

-No me refiero a eso- aclaré agachando la cabeza mientras mis dedos buscaban hacerse nudos entre sí. -Cuando me recupere... ¿Tendrías una cita conmigo?- exhale por fin, deseando que la tierra me tragara en ese momento y me ahorrara los nervios.

- ¿Una cita? - exclamó sorprendido cambiando su semblante completamente mientras mi corazón se hacia chiquito.

-Sabes qué, olvídalo jajaja- reí falsamente mientras mi encogido corazón se aceleraba. -Solo jugaba. Debo ir al baño- inventé rápidamente, descobijandome y poniéndome lentamente de pie, deseando ser flash para escapar de mi vergüenza, pero mis piernas aún no podían correr. Tome mi bastón y como pude emprendí el camino lo más aprisa que pude como una abuela detrás de su nieto, solo que está vez huía.

De pronto sus cálidos brazos rodearon mi vientre en un reconfortante abrazo, clavando su cara en mi nuca, haciéndome recordar nuestros abrazos de niños rodeados de buenos momentos.

-Te tardaste mucho- murmuro llenándome de alegría y devolviéndole la respiración.

-Lo siento, pero no quería perderte- le respondí por fin, volteando hacia él mientras me sostenía, dejándome ver de nuevo tan hermosos sentimientos que colisionaron conmigo en un bello beso que desee desde que tenía 13 años.

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⏰ Última actualización: Sep 10, 2021 ⏰

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