HIZURU PRINCESS - ROYAL AU

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Mikasa miraba por la ventana, sin escuchar ni una sola palabra de lo que Kiyomi, una de las damas de la Corte le decía. Tenía que recibir a los embajadores de Paradis, un lugar del que había oído hablar vagamente, ya que sus padres habían tenido que abandonar Hizuru de urgencia por unas labores diplomáticas.

-¿Dónde están tus zapatos? -dijo Kiyomi mirando los pies descalzos de Mikasa con la nariz arrugada.

-No tengo ni idea -miró su reflejo en el espejo, mientras otra de las damas de la Corte le recogía el pelo en un moño.

-¡Alteza! -exclamó de forma dramática-, ¡esta reunión es sumamente importante!

-Si tan importante es, mi padre se debería haber quedado -resopló con fuerza. Odiaba ese tipo de cosas: las charlas interminables sobre la necesidad de estrechar las relaciones comerciales que, solamente en contadas ocasiones, resultaban fructíferas.

-Alteza, ya están aquí -la avisó uno de sus sirvientes.

-¡No puede ser! -Kiyomi abrió el armario y comenzó a rebuscar en su interior-, ¡los zapatos!

Mikasa no pudo evitar echarse a reír. Había escondido sus zapatos en un lugar donde Kiyomi jamás los encontraría para no tener que ponerselos.

-Voy a ir descalza -dijo mientras se dirigía a la puerta bajo la mirada de horror de Kiyomi-. Nunca han estado aquí, les diremos que es una tradición.

Bajó por las escaleras, seguida por su Corte, todavía con una sonrisa por haber sacado de sus casillas a Kiyomi. Uno de los sirvientes del palacio abrió los portones del comedor y anunció que la princesa de Hizuru había llegado.

Había varias personas en la sala, pero Mikasa solamente se fijó en una: un chico alto, de pelo castaño y ojos color miel que la miraba sonrojado, con una sonrisa tímida. Caminó con paso firme hasta su trono para sentarse, con la mirada clavada en él.

-Alteza -Kiyomi se aclaró la garganta-. Estos son Armin Arlet, Connie Springer, Pieck Finger, Annie Leonhart, Reiner Braun y... Jean Kirschtein -dijo señalando al chico castaño. Todos ellos hicieron una reverencia ante ella.

-Mikasa Azumabito, princesa de Hizuru -exclamó con voz firme, tal como su padre le había enseñado-. Por favor, tomad asiento.

Los embajadores de Paradis obedecieron -Annie Leonhart puso los ojos en blanco antes de hacerlo - y se sentaron en unas sillas frente a ella. Sin embargo, Armin Arlet se puso de pie de nuevo y comenzó a hablar.

-Es un honor que haya accedido a recibirnos, alteza.

-Estamos encantados de que estén aquí -repitió palabra por palabra lo que su padre le había enseñado.

-Nos gustaría discutir el tratado comercial entre Paradis y Hizuru...

Armin solamente había comenzado a hablar, pero Mikasa ya se aburría. En ocasiones como esa, detestaba la vida de palacio.

-No estamos de acuerdo con el precio del gas -le interrumpió, intentando terminar con la conversación lo antes posible.

-Lo que su alteza Mikasa quiere decir -dijo Kiyomi con una voz aguda-, es que esperábamos más facilidades, teniendo en cuenta que vamos a ayudaros a modernizar vuestra armada.

-Saben perfectamente lo que quiero decir, gracias Kiyomi -dijo irritada. Kiyomi la miró con cara de pocos amigos, pero no dijo nada más.

-El Comandante Kirschtein... -Armin lo señaló y Mikasa se inclinó en su trono-. Le explicará como funciona el gas para que puedan comprender lo difícil que es su obtención...

Jean sacó de una bolsa de tela una especie de dispositivo que ofreció a Mikasa. Ella, sin pensarlo ni un instante, se levantó para cogerlo. Rozó levemente su mano, lo que le provocó un cosquilleo en el estómago.

-Este dispositivo se coloca con arneses... -tartamudeó Jean-. El tanque con gas se coloca en la parte inferior de la espalda... Con esto se acciona y... Puedes volar.

Mikasa se quedó perpleja, ¿podría volar? Se giró hacia Kiyomi, que seguía enfadada. No le importaba lo que ella pensara, tenía que probarlo.

-Vamos fuera -avanzó con paso firme hacia la entrada. Kiyomi corrió tras ella, seguida por todo su sequito.

-¡Alteza esto no es propio de su clase! -le reprendió. Pero Mikasa acelereró el paso, hasta llegar a los jardines de palacio y se colocaron frente al palacio. Jean se quitó la chaqueta y comenzó a colocarse el arnés alrededor de sus piernas. Le mostró el tanque de gas antes de ajustarlo a su arnés.

-Es fácil de utilizar -dijo antes de accionarlo y elevarse por los aires. Mikasa miraba la escena con los ojos brillantes, era la cosa más increíble que había visto en toda su vida.

Jean volvió de nuevo al suelo y Mikasa corrió para colocarse junto a él.

-¡Quiero probarlo yo! -suplicó.

-¡Alteza, no! -toda su Corte pareció alarmarse.

-¿Tenéis otro de esos? -dijo señalando el dispositivo.

-Claro... -Jean sacó otro de su bolsa y se lo entregó a Mikasa. Esta se quitó su kimono, quedándose solamente con su juban. Kiyomi ahogó un grito de espanto.

-¡Ayúdame! -gritó entusiasmada. Con mucho cuidado, como si tuviera miedo de romperla, Jean comenzó a colocar el arnés alrededor de sus piernas y, luego, lo ajustó a su cintura. El chico estaba completamente colorado y sudaba sin parar.

-Ya está... -susurró cuando hubo acabado. Mikasa se soltó el pelo, dejando que los mechones de pelo negro cayeran sobre su cara. Jean se quedó mirándola con la boca abierta.

-¡Vamos! -no podía contener su entusiasmo.

-Al principio, puede que...

Mikasa no le dejó terminar. Accionó el dispositivo y, antes de que pudiera darse cuenta, estaba en el aire. Era una sensación maravillosa: el viento chocando contra su cara y revolviendo todo su pelo, la sensación de euforia, como si el corazón se le fuera a salir del pecho. Se sintió libre, por primera vez en toda su vida.

Cayó con brusquedad encima del tejado, golpeándose fuertemente en su brazo derecho. Una de las tejas se rompió, haciéndole un corte en su mejilla izquierda que comenzó a sangrar abundantemente. Pero nada de eso le importó, quería volver a volar, volver a sentirse llena de vida.

-¡Alteza! -Jean Kirschtein saltó junto a ella, mientras Kiyomi gritada alarmada cosas sin sentido-, ¡estás sangrando! -parecía muy alterado.

Mikasa se puso en pie y cogió las dos manos de Jean, que pareció quedarse paralizado ante su contacto.

-Gracias por enseñarme a volar, Jean -sentía mariposas en el estómago, era el mejor día de su vida.

-Tienes que curarte esa herida... -le acarició con suavidad la cara, con manos temblorosas.

-¡Quiero volver a hacerlo!

-No creo que te dejen... -señaló a su Corte que parecían desesperados.

-Jean, mientras mi padre esté fuera, en Hizuru se hará todo lo que diga -dijo con convicción-. Y lo que quiero es volver a volar contigo.

-¿Estás segura de eso? -Jean sonrió ampliamente.

-¡Nunca he estado más segura de algo en toda mi vida! -cogió la mano de Jean y saltó al vacío.

-¡Ten cuidado! -exclamó Jean, mientras caían al suelo.

Quería que ese día durara para siempre.

JEANKASA WEEK 2021 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora