Al despertarse, Sergio notó el cuerpo desacostumbradamente Pesado. Le dolía todo él. Era una sensación poco habitual.
Se le ocurrió que tal vez estuviera enfermo. pero, entonces, aspiró un olor femenino y se espabiló del todo. Abrió los ojos. No estaba enfermo. Era Raquel.Y de pronto, su cuerpo Dejó de estar pesado y comenzó a reaccionar. Lo asaltaron una serie de imágenes: pechos firmes coronados por Pezones pequeños, muslos pálidos y delgados separándose para él, su lengua saboreando la dulce esencia de ella, la sensación de sus
músculos apretándose en torno a él, sus ojos mieles…Virgen. Suya.
El sol entraba por la ventana. Normalmente no dormía más allá
del amanecer, así que se sintió desconcertado. La cama estaba vacía, pero el olor de ella permanecía. No lo
había soñado. Pero, de pronto, recordó fragmentos de un sueño en el que habían vuelto a hacer el amor apasionadamente.
Sergio frunció el ceño. En el sueño no había usado protección. Y como él nunca dejaba de hacerlo, no podía ser real, aunque se lo pareciera.¿Dónde estaba Raquel? Se levantó, se puso un chándal viejo y, después de mirar en el cuarto de baño, comenzó a buscarla por el piso. No había rastro de ella ni tampoco señales de que hubiera usado el servicio.
¿Dónde demonios estaba?
Se había ido. Otra vez. Sergio se sintió abatido, una sensación nueva en alguien que Siempre dejaba a las mujeres. El apartamento estaba impecable. ¿Estaba tan desesperado por lograr una relación que fuera verdadera que lo había soñado?Volvió al dormitorio sin saber lo que buscaba y vio la sangre de Raquel en las sábanas. Así que todo había sido real. Ella era real. No le gustaba que hubiera vuelto a escaparse. Lo desequilibraba.
Se acercó a la ventana y miró la ciudad. En algún lugar estaría ella. La buscaría y, cuando la hallara, vería que no era un ser misterioso y etéreo. Y una vez saciado de ella, se la quitaría de la
cabeza, como a las demás mujeres con las que se había acostado.[...]
A pesar de sus esfuerzos, Sergio no encontró a Raquel. Habían pasado ya cuatro meses y su cuerpo seguía deseándola. Solo a ella. Las demás mujeres lo dejaban frío. Lo ponía furioso porque le recordaba las consecuencias de la pasión que había habido entre sus padres, que, al final, los había conducido a la destrucción y a él lo había abocado a una vida de Secretos y mentiras en una celda de oro, con dos personas severas
que no lo querían. Llamaron a la puerta del despacho.- ¿Sí? - Su ayudante entró con aspecto sombrío.
- La tenemos, Sergio, pero creo que no va a gustarte. - El frunció el ceño.
- ¿A qué te refieres? - El joven dejó en el escritorio uno de los periódicos más populares de Nueva York. En la portada se leía: "A una criada de Manhattan le toca el gordo al quedarse embarazada del hijo de los Almendares" Bajo el titular había una foto de Raquel Murillo, no fuemtes, con los ojos desorbitados y expresión de sentirse acosada. Sergio analizó la situación mientras se le contraía el estómago. Una Palabra explotó en su cabeza: «Imbécil, imbécil, imbécil…».
Tenía razón al pensar que mujeres como ella no existían; era Evidente que así era. Leyó el artículo por encima y se enteró de que Raquel había trabajado de criada para su abuela. Sergio pensó que Debería haber reconocido la obra de su abuela, aunque hubiera Contado con la ayuda de una voluntariosa cómplice.
No levantó la vista del periódico. Tenía miedo de romperse en Pedazos si se movía. Se limitó a decir en un tono reposado que desmentía su creciente furia:
- Búscala y tráemela. Ya.
[...]
Raquel estaba sentada en la parte trasera de un coche conducido por un chófer. Cruzaban el puente de la isla de Manhattan. No había tenido más remedio que montarse cuando un hombre taciturno se había presentado en su casa y le había dicho que estaba allí para llevarla a ver al señor Marquina.
Ella sabía que aquel encuentro era inevitable. Lo había sabido desde que le confirmaron, dos meses antes, que estaba embarazada.