POR LAS CALLES DE PARÍS

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En las calles más inhóspitas de la gran capital de París, de esas que procuras no pasar, por los peligros que podrían estar esperándote. Donde el sol parece un mar de dolor y la luna un cruel silencio que deja sin aliento, a los sin techo. Ahí se encuentran los marginados sociales, los que no disponen de un mísero euro para comprarse una botella de agua, pues para unos es un mundo, y para otros es tan insignificante como un segundo.

Ninguna persona de traje se le ocurriría pasar por ahí, pues son los que te miran con desprecio, como si fueras una simple migaja de pan, siempre con prisas y sin tiempo.

Pero este era el caso de algunos, pues todas las mañanas podrías encontrar al mismo hombre de hace diez años, este era el caso de Domingo, un músico.

El de ojos con vida y sonrisa agradecida, tocaba como su último día.

Era dependiente de un supermercado a las afueras de lo urbano, trabajaba en un negocio familiar junto a su esposa y sus cuatro hijos.

Todas las mañanas Domingo se escapaba de sus quehaceres, cogía su acordeón y un gran abrigo para las horas de frío, dispuesto a tocar desde el alba de Paris hasta el ocaso de Chantilly.

Domingo era un hombre bastante peculiar, pues cuando tocaba, todos callaban, permanecían atrapados en una dulce melodía que inundaba las calles de melancolía.

Una mañana cualquiera, en el que todo parisino despierta y se dispone a trabajar, dando más importancia al "necesito dinero" que a un "te quiero", caminaba un hombre por el asfalto hasta llegar a su lugar de trabajo, escuchó esa gran melodía, del corazón negro de la ciudad. Cada vez se acercaba más, y más, hasta que se dió cuenta de que podría llegar a lo más alto junto a su acordeón, pues al tocar dejaba a cualquiera con ilusión.

Se dirigió a él con una afable sonrisa...

-Disculpe... no sé si es consciente de lo bien que toca, podría llegar a ser un gran músico, ¿Qué hace usted aquí, con tanto talento? Si lo que pretende es ganar dinero no lo conseguirá.

-Joven, yo toco para los demás, para estas pobres personas que de verdad saben valorar, pues al no tener nada, cualquier cosa es una tonelada.

-¿Pero no le dan ni una moneda? ¡Venga a la gran ciudad, le gustará! Mucha gente pasa todos los días por las calles de París, ganará una gran fortuna.

-Sí, es cierto mucha gente. Mucha gente con ojos ciegos, bocas mudas y oídos sordos. 

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