心做し (Kokoronashi)

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Las cenizas del cigarrillo cayeron al vacío y aterrizaron en un charco de agua. Había llovido más temprano ese día; la esencia a tierra mojada aún levitaba en el ambiente. La humedad se aferraba al cabello de Chuuya, encrespándolo tanto que nadie notaría la diferencia entre humedad o haber metido un tenedor en el enchufe. Un broche mantenía el flequillo fuera de sus ojos, un regalo de Mori en un intento por burlarse de él.

El cigarrillo se consumió por completo y la colilla cumplió el mismo destino que las cenizas. Chuuya enjuagó el sabor amargo que el tabaco dejó en su garganta con un trago de Tannat, arrugando la nariz. Ese vino no era su mejor elección hasta la fecha.

Un chapoteo desde abajo llamó su atención. El Tannat se atoró en su pecho; Chuuya logró tragar alrededor del alcohol antes de avergonzarse a sí mismo y esperó, estático, recargado en la terraza de su apartamento.

—Deberías encontrar otro lugar donde apagar tus cigarrillos, Chuuya.

Dazai sostenía la colilla mojada entre sus dedos. La distancia y la penumbra no ayudaban a descifrar cuál era su expresión. Chuuya contuvo la respiración con los labios apretados, los dedos alrededor de la copa funcionando como un ancla.

—Dazai, tú-

Él cayó hacia adelante, atrapándose a sí mismo con una rodilla en el suelo mojado mientras su mano derecha volaba a sostener su costado izquierdo. Gracias al cambio de posición, el farol de la calle alumbró su figura y Chuuya notó por primera vez la sangre goteando de los vendajes en sus brazos.

Chuuya susurró una maldición. Todo su cuerpo vibró al largarse a correr. Dejó la copa medio llena en la sala de estar, casi tirándola al piso cuando sus pies no se detuvieron. Bajó las escaleras de dos en dos, maldiciendo a Dazai, suplicando que no perdiera la consciencia justo allí. Lo que Chuuya menos necesitaba en ese momento era lidiar con viejas chusmas o que llamaran a una ambulancia o, incluso peor, a la policía.

Chuuya se hincó a un lado de Dazai, cruzando un brazo a través de su espalda y haciendo que él se aferrara a sus hombros. Notó como las piernas de Dazai temblaban, a duras penas sosteniendo el peso de su cuerpo.

—¿Crees poder subir las escaleras? —Dazai asintió. Chuuya chasqueó la lengua. —Voy a necesitar una respuesta verbal.

Él rió por lo bajo.

—Sí, estoy bien, sólo- Creo que me golpeé la cabeza. Dos veces.

—Eres tan molesto. Camina.

De alguna forma, ambos llegaron al apartamento de Chuuya en el tercer piso. Chuuya abrió la puerta con un pie, guiando a Dazai hasta el sofá. Él cayó sin gracia, arrugando la expresión en una mueca de dolor. Mirándolo mejor ahora, eran evidentes los moretones alrededor de su ojo y pómulo derecho. Una mancha de sangre parcialmente seca había pegado el flequillo castaño a su frente.

Los vendajes cubriendo sus brazos habían sido incinerados de alguna forma. Las mangas de su gabardina estaban cubiertas de sangre, al igual que parte del cuello. Tomando en cuenta cómo Dazai había caído antes, debía tener una o dos costillas rotas, también, o incluso más. Lamentablemente, eso no era algo que Chuuya pudiera reparar.

Chuuya regresó del baño con el kit de primeros auxilios, antes únicamente usado en su propio cuerpo, y lo dejó en la mesa junto a la copa de vino. Los ojos de Dazai se abrieron una fracción cuando Chuuya tomó asiento en el brazo del sofá para estar a la altura de su rostro.

—No te di mi dirección para esto, Dazai.

La comisura de su boca se curvó hacia arriba.

—¿Para qué, entonces, Chuuya? ¿Tenías algo en mente cuan-?

心做し (Kokoronashi) ; SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora