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Eran casi las ocho de la mañana cuando me encontraba corriendo por la avenida para poder llegar a tiempo al colegio. Mis pies se resbalaban por el agua de la lluvia, mis libros solo alcanzaban a cubrir parte de mi cabeza, mi estómago rugía de hambre pues ni siquiera alcance a beber una malteada, tampoco tuve tiempo de buscar el impermeable o tomar un paraguas; el auto de mi mamá no tenía suficiente combustible y mi bicicleta fue robada la noche anterior.

Me pasé los siguientes cien metros maldiciendo a mi hermana por haber apagado mis alarmas, cuando de pronto sentí como la ropa se me pegaba a la piel y un frío intenso recorría mi cuerpo, no podía hacer nada contra Chad por haberme bañado con el agua sucia de un charco. Entre más avanzaba más lejos me sentía de poder llegar, mis piernas ya avanzaban en piloto automático, mi mente intentaba concentrarse en el ensayo de historia y mi sistema inmune solo quería ponerse la ropa limpia y seca que tenía en mi casillero. 

Cómo si no fuera poco resbale a unos pocos metros de la entrada, mi cuerpo se arrastró y se estrelló en las frías varillas de la puerta principal, cuando recupere la compostura era demasiado tarde,  por mas que rogué me negaron la entrada al colegio. Escuche la campana al unisón con el clic del candado que sellaba la entrada.  Volver a casa suponía un riesgo, pues tendría que cuidar de mi hermano menor, pasar el día en el asilo con mi abuela tampoco era una opción, no me dejarían entrar con tremendas fachas, y ni hablemos de vagar por el pueblo, que el comisario me tenía en la mira desde hace unas semanas.

No sabía muy bien cual era mi rumbo ese día, tampoco lograba comprender como es que me sucedieron tantas cosas malas en una sola mañana, ¿a caso estaba pagando alguna penitencia?¿Estaba siendo castigado por que fingí rezar en la iglesia? De pronto estaba en la parada del autobús, me subí sin mirar la ruta, no tenía idea que el universo me compensaría.

LAS CARTAS DE CHRISTOPHERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora