Prólogo

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«—¡Corre! ¡Corre!

Sonidos de fuertes pisadas y respiraciones agitadas era todo lo que se podía escuchar esa fría noche cuando se adentraron al bosque.

La chica mayor sin ser capaz de hablar, jaló a la menor con destreza y la guió por un trayecto a su derecha donde se encontraba una pequeña pendiente que llevaba a un claro.
Lo conocía de memoria. Ambas lo hacían. Era la ruta que siempre tomaban cuando buscaban alejarse de los demás; era su escondite secreto, su refugio, y aunque estaba oscuro y le costaba ubicarse en aquella espesura, estaba segura de que aquél era el camino correcto, así que guiándose por su instinto, la tomó de la mano entrelazando sus dedos y juntas se deslizaron con algo de torpeza sobre las ramas secas, hojas y tierra ensuciando más sus vestidos si es que aquello era posible.

Al llegar al final y al ponerse de pie nuevamente, ninguna de las dos reparó en limpiarse o en verificar si sus heridas habían empeorado, tan sólo se volvieron a tomar de la mano y continuaron corriendo sin detenerse, esta vez sorteando ramas gruesas, piedras y conjuntos árboles que indicaban ya se habían adentrado en lo más profundo del bosque.

Si hubieran tenido suerte podrían haber perdido a sus perseguidores, el bosque era extenso y ambas conocían muchos escondites y caminos secretos que las mantendrían a salvo incluso en esa noche, pero desafortunadamente no resultó de esa manera.

De pronto, gracias a la prisa con la que se movían, la mayor tropezó con una roca que se encontraba en el sendero, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera de bruces hacia el frente llevándose a la menor consigo.
Un quejido de dolor seguido de una maldición salió de sus labios partidos mientras aprovechó la tenue luz de la luna que al fin se había dignado a aparecer en lo alto para echarle un fugaz vistazo a su pie; verificando que en efecto, el agudo pinchazo que comenzó a extenderse por sus huesos era debido a que se había lesionado.

—Me torcí el tobillo...—Murmuró la chica haciendo otro gesto de dolor.

La chica menor se incorporó de un salto y apartó el cabello negro de su cara para observar mejor a la otra.
Ella no dijo nada, tan solo miró de un lado a otro; agudizando su oído para verificar que habían ganado al fin una considerable distancia de sus perseguidores y así poder agacharse para ayudar a su compañera, pero fue todo lo contrario. Pudo escuchar a los sabuesos con sus ladridos desesperados, los gritos que los acompañaban y ver el reflejo de las linternas que se acercaban cada vez más entre el follaje.

—Tenemos que irnos. ¡Rápido! —Extendió su mano para ayudar a la otra, y aunque ésta lo intentó agarrándose con fuerza, no pudo apoyarse apropiadamente sobre el suelo.

—No puedo...

—¡Sí puedes! Sólo apóyate en mí...—La joven de cabello negro tomó el rostro de la otra entre sus manos y acarició las mejillas con sus pulgares. Las dos pegaron sus frentes y se miraron a los ojos con desesperación—...Podemos lograrlo, así que vamos...

La joven de cabello rubio asintió levemente; lágrimas se formaron sin su permiso en sus ojos verdes.
Haciendo un gran acopio de sus fuerzas, logró ponerse de pie con la ayuda de la otra, y volvieron a correr aunque esta vez con muchísima más dificultad.

Varias veces en el trayecto la chica cayó al suelo, y la otra le ayudó a levantarse. Aunque la luna se encontró más brillante, poco pudieron hacer con esa que brillaba a su alrededor.
Después de unos cuántos minutos más de trayecto, la chica simplemente ya no podía ponerse en pie incluso si era capaz de fijarse en el camino. Su tobillo se había hinchado y el dolor de los cortes profundos en las plantas de sus pies por haberse infiltrado al bosque sin sus zapatos, ya le resultaban intolerables.

Hasta La Eternidad [ Citrus ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora