Fue un hermoso encuentro, como un cuento de hadas.
Un bello príncipe recostado a la sombra de un árbol de cerezos, pétalos rosados pintando la escena tan delicada para sus humildes ojos. Tan sofisticado que Seungcheol no se creía digno de presenciarlo. El precioso muchacho era todo lo contrario a un sucio soldado como él. No podría ofrecerle nada que mereciera, ni siquiera tenía donde caerse muerto, pero anheló que aquellos dormidos ojos lo notaran.
Y tal vez los dioses estaban de buen humor aquel día, porque la hermosa criatura se fijó en él. Oscuros ojos se posaron en su persona y la sonrisa más bella que jamás vio, iluminó el mundo. Rogó en silencio que no se fijara en la suciedad de sus ropas y lo humilde que eran. Deseó con todo su corazón que no lo despreciara por ser inferior, por ser solo un esclavo convertido en soldado, con una patria muerta al igual que todas sus posibilidades. La suerte le sonrió, pues la elegante criatura lo miraba con atención, curiosidad sin repulsión, tan diferente a lo que estaba acostumbrado. El príncipe Jihoon era tan diferente como lo era de hermoso.
No volvieron a verse hasta después de días, el lindo príncipe lo saludó a lo lejos para desaparecer de su vista. Una rutina que duró meses, luego las conversaciones más largas tomaron presencia donde los ojos ajenos no llegaban. Se conocieron cada vez más, lejos de las lenguas filosas del palacio, lejos de los prejuicios. Porque él era un príncipe y Seungcheol un esclavo.
Lo conoció a fondo, sus lágrimas y sonrisas, sus sueños y miedos. Descubrió sus anhelos por un reino mejor, donde la gente podría ser libre y no sufrieran lo que Seungcheol sufrió. Se convirtió en su refugio, acogiéndolo lejos de aquel tenebroso lugar que era la corte. Jihoon era uno de los posibles herederos de un reino que pronto se caería en pedazos, tan viciado por la avaricia de un rey tirano. Fue sometido a tanto, golpes, insultos y desprecios; que Cheol olvidaba a veces que él era el esclavo. Su amado confidente estaba tan roto que le llevo años sanarlo. Lo tomó en sus manos y dejaron sus desgracias atrás, pensando en un futuro brillante donde estarían juntos sin miedos.
Con el pasar de los años, Jihoon dejó de ser aquel joven príncipe delicado y ganó poder y, a su lado, su más fiel soldado tomó el lugar de general. Juntos comenzaron una revolución, el pueblo se levantó a su favor ya tan cansados de la tiranía de su emperador. Llevó años terminar la larga guerra, pero lo hicieron. La bandera del más jóvenes de los príncipes se alzó con fervor a través de la entrada del castillo. Todos huyeron dejando al anciano regente solo, a merced de la venganza.
Era la escena final, todo terminaría para la tiranía y comenzaría un nueva era de paz. Era el final para él y el comienzo de ellos.
Jihoon tomo el lugar frente al trono donde aún se encontraba su padre, con su espada en mano. Si tan solo hubiesen imaginado aquella daga en las manos del rey... un empujón y el brillante futuro se difuminó. El fiel soldado tomó el lugar, recibiendo el golpe y con sus propias manos dio fin al último aliento del cruel villano. Con su vida escurriéndose lejos de su cuerpo, tomó la cara de su amado príncipe, ahora nuevo rey, y le sonrió como sólo lo hacía cuando estaban a solas. Pidió perdón por no cumplir las promesas que se juraron hace años, las mismas promesas de amor que se solían susurrar a las bajas luces de las velas.
-Siempre juntos... -Fue lo que sus últimas fuerzas lograron dejar salir de sus labios.
Pocos fueron los que presenciaron aquel último beso y pocos fueron los que supieron que aquel día, el nuevo rey perdió más de lo que ganó.
El imperio vivió una nueva era de paz. Pero todo volvió a ser como antes para Jihoon, regreso a ser aquel niño perdido y roto que fue en antaño, antes de Seungcheol. Lo extrañó por el resto de su vida, incluso a segundos de partir, la sonrisa de su amado continuo presente. Con el último vestigio de pensamiento, rogó a los dioses que en otra vida pudiesen encontrarse.
"Siempre juntos" el pequeño susurro se escuchó a través de la brisa, en aquella tarde de primavera en la que se reencontraron en el mas allá.
- Es la tercera vez que te llamo para grabar. –La voz del compositor se escuchaba molesta a través del auricular. – Si no estás aquí en 10 minutos le daré tu parte a Mingyu y solo tendrás una línea de 3 segundos.
- Ya estoy en camino Jihoonie, no me regañes tanto. – Abrió la puerta del auto mientras intentaba apaciguar la molestia de su compañero de grupo.
A menudo solía pensar que el pequeño fue un príncipe o rey en su vida pasada, era tan mandón. Entró al estudio de producción donde estaría grabando su parte del rap y se encontró con la mirada irritada del compositor. Por unos segundos la imagen de su compañero se interpuso por un paisaje lleno de cerezos. Parpadeó rápidamente y le quito importancia.
- Ya estoy aquí, su majestad.
- Entra a la cabina antes que te golpee. – Gruñó el menor mientras le entregaba la guía de la canción, "Siempre juntos" podía leerse como título.