01: Siete vidas pasajeras

130 18 2
                                    

Volumen I - "La gloriosa primavera no pervive para la juventud"

En la primera vida, una piedra apareció y en la tumba de un héroe se convirtió, con inquebrantables sentimientos.

En la segunda vida, un monolito se partió y un amor predestinado por el puente transportó; tórtolos que en cercanía vuelan.

En la tercera vida, el jade ardió; se prometió cumplir con un juramento precioso y seguirse eternamente tanto en la vida como en la muerte.

Las flores de la otra orilla del río por todo el camino florecían; sangre parecían. Las aguas del Lete fluían tranquilamente, tres milenios al este y tres milenios al oeste. Las almas errantes iban y venían por el eterno camino del Manantial Amarillo, para embarcarse en el Puente de la Impotencia, zambullirse un cuenco de sopa amarilla en el estómago y desvanecer todo tipo de vidas anteriores. Aunque una multitud de seres pasaba repetidamente por al lado de la Piedra de las Tres Vidas[1], nadie le dedicaba un vistazo al lugar. Evidente era que la reencarnación no se trataba de nada más que un trance.

Había una persona sentada junto a esa piedra.

Era un hombre. Al acercarse, se podía ver que tenía unos veinte o treinta años, con una túnica verde de mangas anchas y una flauta de bambú sencilla en la cintura. Tenía una cabeza llena de cabello blanco, suelto y esparcido al azar.

El hombre se encontraba de espalda a las almas en camino al Manantial Amarillo, con la frente hacia esa suave Piedra de las Tres Vidas. Todo lo que hacía era estar sentado en silencio, con los dos ojos cerrados. No se sabía si estaba dormido o despierto y parecía ignorar por completo el hecho de que alguien lo había estado observando durante mucho tiempo.

Hu Jia era un mensajero fantasma recién nombrado y había estado en el Manantial Amarillo durante no más de cuarenta años. Desde que tenía memoria, este hombre peliblanco siempre había estado sentado allí, inmóvil. Cada vez que regresaba y terminaba de reportarse después de un recado en el mundo humano, Hu Jia iba a pararse a ese lugar para mirar atentamente las espaldas del hombre durante un rato.

El inframundo era un mundo de demonios, y aunque el mundo de los vivos estaba lleno de luz, no tenía menos demonios que el inframundo. El estado de ánimo de Hu Jia a veces superaba el abatimiento y mirar esa espalda tan inmóvil como una montaña, extrañamente, le daba una calma momentánea.

Una mano pálida y sombría de repente se posó sobre el hombro de Hu Jia. A pesar de ser un mensajero fantasma, no pudo evitar sentir que una corriente de frialdad (proveniente de esa mano) lo atacaba, lo que lo hizo volver violentamente en sí. Tan pronto como giró la cabeza, el rostro de papel maché de Bai Wuchang apareció ante sus ojos. Mientras se palmeaba el pecho, se dio vuelta y se inclinó apresuradamente en su dirección.

—Segador de almas.

Bai Wuchang pareció asentir. Aunque el movimiento de sus labios no fue visible, su voz fue claramente audible:

—Anda a buscarlo. Dile que llegó la hora y pídele que se ponga en marcha.

Hu Jia se sobresaltó. —¿Yo? —miró al peliblanco que parecía una estatua y después a Bai Wuchang—. Yo... yo...

—Solo hazlo —murmuró Bai Wuchang—. En aquel entonces, segué el alma de una persona por error y lo lastimé. Fui el causante de que estuviera separado de su amor tanto en la vida como en la muerte. Es un enfermo de amor que ha buscado, mas no encontrado durante muchas vidas y no ha tenido paz durante varios siglos. Es de suponer que no quiere hablar conmigo.

—Sí. —Hu Jia no se atrevió a desobedecer las palabras del segador de almas. Tras una leve vacilación, volvió a preguntar—: Cómo... ¿cómo debería referirme a él?

Señor Séptimo (七爷) 𝓠𝓲𝔂𝓮 𝓅𝑜𝓇 𝓹𝓻𝓲𝓮𝓼𝓽Donde viven las historias. Descúbrelo ahora