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Kathia

Suspiré y retoqué el maquillaje de mis ojos con un dedo mientras Enrico detenía el coche en doble fila. Me miró sonriente.

—Deja de retocarte, ya sabes que estás estupenda. Estarlo más sería delito, créeme.

Lo miré. Aquellos cumplidos no me los podía hacer una persona con las características de Enrico. Terminaría enamorándome de él.

—¿Por qué no dejas a mi hermana y te vienes conmigo? —le supliqué.

Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás.

—Lo he pensado, en serio. Aunque la diferencia de edad...

—Solo tienes veintisiete años, Enrico —lo interrumpí sonriente.

—Bien, entonces escapémonos. Ahora mismo. —Se inclinó hacia delante y me besó en la mejilla—. Que lo pases bien y sé buena con los muchachos.

—No lo creo. —Salí del vehículo al tiempo que descubría a un grupo de tres chicos mirándome fijamente.

Eran de mi edad y parecían el típico grupo de hippies que se pasa la tarde fumando marihuana.

Decidí divertirme un poco. Cerré la puerta del coche y apoyé los codos en ella mientras insinuaba mis piernas. Enrico sacudió la cabeza.

—No seas mala —sonrió.

Solté una carcajada mientras agitaba el pelo. La imagen quedó más imponente gracias a una débil ráfaga de viento.

—Será mejor que me marche.

—Sí. Si necesitas algo, llámame —me dijo Enrico.

—De acuerdo, te quiero.

—Yo también.

Enrico se marchó cuando mi móvil comenzó a sonar. Abrí mi bolso aprisa y encontré el nombre de Erika parpadeando en el centro de la pantalla. Contesté acelerada.

—Si te dijera que eres la morra más guapa de todo Culiacán y que me muero de envidia por ese cuerpazo que tienes, ¿me creerías? —Su voz sonó alegre, como siempre.

—Sabes que sí —conteste utilizando un tono bastante narcisista.

Los chicos seguían observándome.

—¡Bien! ¡Sigues siendo la misma creída de siempre! —La escuché detrás de mí.

No me dio tiempo ni a reaccionar cuando ya la tenía presionando mi cuerpo con fuerza. Comenzó a gritar mi nombre y a dar saltos. Varias personas nos miraban sorprendidas, pero no era de extrañar, parecíamos dos histéricas sin pudor alguno.

—¡Kathia! —volvió a gritar aferrándose a mi cuello.

—¡Erika! —La abracé, y volví a oler aquel aroma fresco que tiene.

—Mierda, la espera se me ha hecho eterna. ¿Tú sabes lo que me has hecho pasar?

—No hace falta que me lo jures. No veía la hora de verte.

Percibí un extraño cambio de apariencia en ella. Tenía el cabello igual de largo, pero desmontado y con unas suaves mechas cobrizas sobre su color castaño. El flequillo también estaba retocado; se lo había cortado a la altura de las cejas, lo que hacía que sus dulces facciones y sus ojos caramelo fueran más intensos.

—¿Qué te has hecho en el pelo? —pregunté después de examinarla.

Ella se echó a reír inclinando la cabeza hacia atrás.

Mírame y dispara | Ovidio GuzmánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora