La niña del espejo... [Pesadilla].

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Es una pesadilla que tuve. Fue muy común cuando cumplí los doce o trece años. Me molestó por tres semanas, pero lo resumí en tres noches.

Noche 1.- 

No sé cómo comienza con exactitud, pero sé que empieza en una casa muy rara y gigante. Una mansión blanca.

Me encuentro con una amiga. Me dice que la enorme casa está embrujada, y que hay entes a los que ella le llamaba "los amigos de agua", los cuales, según, eran muy molestos. Para deshacerme de ellos debía llevar un puñado de dulces a una niña difunta.

Lo raro comienza cuando me dice dónde queda el altar. Es un lugar desconcertante y lúgubre. Una alcantarilla.

Sin miedo decido ir a llevarle el puñado de dulces. Entre los dulces hay caramelos, chicles con sabor de fresa, pequeños chocolates y muchos más dulces.

Al llegar, noto que el altar es raro. Tenía fotografías de la difunta. Lo raro radicó en que, no era una niña lo que aparecía en las fotos. A pesar de eso, un raro presentimiento me decía que las imágenes raras eran de la difunta.

En las fotos había un sujeto blanco. Siempre sonreía, pero, la piel le tapaba la boca, como si fuese una máscara. Sus ojos eran dos cuencas negras y no tenía nariz ni cabello. Estaba completamente calvo.

Desperté cuando todas las fotos me miraron simultáneamente. Pasó algo peor. Cometí el error de abrir los ojos en la penumbra de la oscuridad.

Sólo podía ver sus dos cuencas vacías encima de mi rostro, era como si estuviese enfrente de mí. No podía cerrar los ojos. Sentía su fría presencia en la habitación. Si cerraba los ojos, podía verle la cara con claridad. No sabía cómo era, pero me imaginaba, por alguna extraña razón, que era como una araña, ya que su cabeza estaba junto a la mía, pero su cuerpo estaba sostenido desde el techo por sus largas patas. Nada de lo descrito es algo que haya visto, reitero, sino que son las bromas que me jugaba mi mente en ese momento.

No pude dormir, ni levantarme para ir al baño. Durante toda la noche tuve que esperar a que fuera a levantarme mi mamá para ir a la escuela. A las cinco de la mañana.



Noche 2.-

Mis sueños los apuntaba, porque siempre pensaba que iba a traer algo bueno para que hiciese en la plastilina. El problema es que las pesadillas no avisaban cuando entraban. Esta no presentaba ese problema.

De la nada se nubló en mi sueño. Cuando parpadeé me topé nuevamente con mi amiga. Quien me reclamaba no haber entregado los dulces.

Me dio otros y me pidió el favor de que llegasen. Porque ya no soportaba a los "amigos de agua".

Bajé de nuevo por la oscura alcantarilla. Me topé con el mismo altar. Esta vez, las fotos eran normales.

En las conmemoraciones del altar, aparecía la imagen de una chica morena, de cabello negro y muy largo. Había una canasta vacía, supuse que allí debían ir los dulces. Cuando parpadeé, un espejo apareció a mi costado. El cristal no me miraba, el marco delgado era lo que veía únicamente. Me encontraba a un costado del espejo.

El ambiente cambió, todo comenzó a verse como una película vieja; en blanco y negro; dañada y con bordes espectrales en la pantalla que me daba visión.

Del espejo salió una mano. No fue gratificante verlo. Estaba verdosa, parecía podrida y carcomida por el moho y diversos hongos. Esa mano estaba tan podrida, que la piel se desprendía como bollos de papel mojado de sus huesos.

Desperté inmediatamente. Al unísono, un grito retumbaba en las cavernas de mi mente. No me podía mover, tenía ganas de llorar. No sabía que ocurría con exactitud, pero lo que sí suponía, era que, no estaba solo. Habían tres entes en la habitación.

Yo siempre he dormido en hamaca. Esa noche tenía una sábana muy delgada en mi cabeza, ignoré el calor y no la quité de mi rostro. No podía ver nada, ni quería ver. Mi mente comenzó a hacerme jugarretas.

Una parte sabía que no había nada, pero no dejaba de pensar, que el "señor blanco", nombre que salió de la nada, y repentinamente, estaba debajo de la hamaca. Era el mismo sujeto que me había imaginado como una araña. Los otros dos entes, no podía verlos, pero sí imaginarlos. Eran dos niñas con enormes faldones para dormir, no caminaban, flotaban, y lo hacía alrededor de la habitación. No lo podía ver, pero mi mente las seguía, mientras danzaban circularmente.

Tuve que quedarme allí, hasta ser despertado por mi madre una vez más.

Noche 3.-

No recuerdo si fue un sábado o un domingo. Pero por alguna razón, soñé que estaba colgando una hamaca entre dos casas de la colonia que habitaba. No era una hamaca normal, era una gigante. Ese sueño fue interrumpido una vez más por mi amiga.

Me pidió por última vez que lo intente. Lloró sin consuelo, recuerdo haber pensado "¿estoy soñando?". Accedí al verla triste. Ella me respondió que ya no soportaba a los "amigos de agua", hacían mucho ruido cuando "lloraban" en su casa.

Bajé nuevamente por la alcantarilla. Me acerqué sin miedo y decidido. Las fotos estaban bien, el espejo apareció de nuevo, pero está vez tenía un cobertor negro con rayas azules y rojas, estos tapaban el cristal.

Comencé dejando los dulces en el altar, uno por uno. Cuando acabé, decidí subir. Los dulces se cayeron de la pequeña canasta (o eso pensé), donde los había dejado.

Me acerqué de nuevo para dejarlos en su lugar. Cuando retrocedí, noté que había pisado un charco. Desperté repentinamente. Al menos eso creía.

Sólo podía ver la sábana, no había calor, ni frío, me sentía cómodo. Era de día, lo noté porque el sol golpeaba las ventanas un poco. Me quité la sábana pensando que estaba totalmente despierto. Lo vi.

Era un sujeto hecho de agua. Comenzó a llorar como un bebé. No caminaba, flotaba, y venía desde la ventana de la habitación hacia mí. Me tapé con la sábana. Comencé a decir repetidas veces "debo volver, debo volver...". Desperté nuevamente. Estaba en el pasto del patio de la enorme casa. Mi amiga se acercó nuevamente.

            — ¿Le diste los dulces?—preguntó preocupada.

            — ¡Sí!—le respondí con miedo.

            — ¿Qué te sucede?—inquirió con el mismo sentimiento.

No pude responderle, escuchaba raro mis palabras. Sentía que se mezclaba el sonido como si fuera plastilina, y el sonido era una mezcolanza horripilante de notas musicales.

            — ¡Lo viste!—me gritó la chica.

Sólo pude asentir con la cabeza.

            — ¡Le dejaste los dulces!—preguntó nuevamente.

De nuevo sin hablar, ratifiqué con la cabeza.

            — ¡Voy a ver!—dijo. Entró a la casa.

La seguí para ver. Adentro estaba el mismo altar. Pero este no daba miedo. Había una pequeña canasta con dulces en ella. Miré a mi amiga, y las fotos del altar, que ya no tenían nada extraño.

Con asombro acercó las palmas de sus manos a sus mejillas. La miré. Estaba yo a su costado.

Giró violentamente para verme y la vi a ella.

            — ¡Gracias!—gritó con una cuádruple voz espectral. Era su voz normal acompañada por tres voces más.

Su cara era horripilante. Su cabello flotaba por todas partes; se veía una única cuenca negra y vacía, justo en medio de su rostro, a la altura de donde deberían verse sus ojos. Su boca estaba abierta anormalmente. La apertura descendía por su cuello hasta su pecho. Las cucarachas y las arañas salían de ese enorme agujero negro, sangre con pus de la apertura de su boca.

Inmediatamente desperté. Era de día.



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