CAPÍTULO II
La AGA (Asociación de Golf Argente) era uno de los clubes con mejor reputación del país. Una larga lista de espera para entrar a formar parte de él daba fe de ello.
Los socios formaban parte de un reducido grupo de triunfadores. Empresarios, escritores, científicos y demás personas de la alta sociedad la constituían.
Sentados en las mesas de nogal, recostados sobre cómodos y amplios sillones Churchill de ébano y gozando del suave tacto del cuero italiano, el ego y la arrogancia se podían percibir en todas y cada una de las palabras que los socios emitían.
Grandes copas de cristal de Bohemia rebosantes de Henri IV, el mejor coñac del mundo, se entremezclaban con el humo de los espléndidos puros El Galán, momentos que gozaban sin prisa. La opulencia se reflejaba en todos los rincones del lugar.
Con estas mieles en los labios, conversaban acerca de la cetrería con caballos, los últimos descubrimientos científicos, "solucionaban" los problemas políticos del país, e incluso, su alto egocentrismo y petulancia los llevaba a dilucidar en latín.
Atravesada la línea de la segunda copa, el tema preferido de conversación siempre se encaminaba hacia Eduard. Con saña y necedad, despellejaban a el Tirano, seudónimo con el que lo habían bautizado al poco de conocerlo.
El rumor acerca de su procedencia nadie lo sabía: «¡Es un pirata que vive del contrabando!», decían unos. «¡Mató a su familia para hacerse con la herencia y jamás lo pillaron!», defendían otros. Lo cierto es que ninguno se molestó jamás en acercarse a él y preguntárselo.
De pie, frente al gran ventanal por donde entraba la luz del atardecer, calidez que se abría paso a través de las hojas de un centenario alcornoque, Eduard, con las manos en los bolsillos y aires de superioridad, contemplaba las relajantes vistas que el club de golf le ofrecía.
—¿Tomará algo más el señor? —escuchó tras de sí de boca del maître.
Elevando suavemente el mentón, al tiempo que cruzaba sus manos a la espalda, recriminó con tono de desprecio:
—Hace ocho minutos pedí un bourbon. Si no sabes hacer tu trabajo deberías dedicarte a otra cosa.
—Lo siento, señor, enseguida se lo sirvo —respondió el maître, aguantando la grosera contestación.
Aun conociendo la impecable trayectoria del encargado, no pudo resistir la tentación de volver a humillarlo una vez más.
—No te molestes, ya no puedo perder más tiempo contigo, retírate.
Veintidós años de experiencia y un extenso currículum, avalaban la profesionalidad del encargado del salón y, sin perder un solo instante los papeles, continuó con su servicio al tiempo que entre dientes murmuraba:
—Imbécil de hombre, siempre habla con la boca llena de mierda.
Una repentina brisa de poniente agitó las perennes hojas del árbol del corcho. El movimiento de sus ramas evocó imágenes del antiguo castaño hablándole, visión que recordó por unos instantes a Eduard de dónde procedía.
Con paso acelerado, emprendió marcha hacia la salida. Sentía la necesidad urgente de huir.
El repentino ruido de una bandeja, al caer de manos de una camarera, lo detuvo por unos instantes, momento en el cual llegó a sus oídos una pregunta que revoloteaba en la mesa cercana.
—Pero... ¿cómo ha conseguido el tal Eduard su fortuna? —Cuestión que procedía de la boca ignorante de un miembro recién admitido en la sociedad y que aún no lo conocía.
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Escuela de valores " El tirano"
AdventureEsta novela es una aventura acerca de la falta de valores en la humanidad. Un grupo de amigos deciden llevar a cabo un experimento social con la intención de recuperar los valores éticos, cívicos y morales de la sociedad actual. Producto de una in...