9- ¿Qué tú trabajas?

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- Volveré a las seis - le decía Natalia a Marina saliendo de la habitación con la guitarra, que se iba a trabajar

Es increíble como pasaba el tiempo, había llegado el viernes y ya era martes. Así sonaba a mucho, pero pensado de otra forma, llevaba allí cinco días, casi una semana. Y cómo ya había contado Natalia otras veces, los martes y jueves trabajaba y eso estaba a punto de hacer.

El único problema que tenía es que al mudarse de piso, la academia estaba más lejos y en la moto le costaba llevar la guitarra. Por lo menos tenía la suerte de que no tenía que llevar ningún piano puesto que ya había uno en la clase. Además, el martes no enseñaba piano, eso lo hacía los jueves.

- ¿Qué vas andando?

- Sí, siempre iba así. Ahora tendré que andar un poquito más pero no me importa

- ¿Y no pesa la guitarra?

- Al ratito un poquito pero tampoco tanto

Se despidieron y se fue a la academia. No iba ni a paso rápido ni lento, a uno normalito. Había calculado en cuánto tiempo llegaría si desde el piso en el que vivía con Mikel hasta allí tardaba 15 minutos. Con este tardaría unos 25 aproximadamente, así que por si acaso, salió media hora antes. Mejor llegar pronto que tarde.

Eso era algo que odiaba Natalia, el ser impuntual o que cuando queda con alguien, esa persona no llega a la hora establecida. Puede estar esperando 5 minutos, incluso 10, porque al fin y al cabo, tampoco sabe los motivos de la gente y tal vez es por tráfico o cualquier inconveniente. Pero cuando llegan a tardar 15 minutos se empieza a agobiar, más que nada porque si se dice una hora de quedada es porque hay que estar a esa hora.

Es por eso que siempre salía antes de tiempo, por si le surgía algo en medio del camino. Raramente llegaba ella tarde a los sitios si no era porque algo había sucedido.

Como había predecido, llego en 20 minutos y le sobraron 10. Lo justo y necesario como para preparar la clase y esperar sentada en su silla a que llegaran los alumnos.

En el grupo de guitarra tenía cinco alumnos y en el de piano cuatro. Cuando te hacías profesor en aquella academia te concebían un grupo de alumnos con un rango específico de edades. A Natalia le tocó el de 5 a 12 años y daba igual el nivel que tuvieran en cuanto al instrumento porque si tenían entre esa edad, iban para ese grupo. Entonces las clases transcurrían de manera que Natalia se iba acercando a cada uno de los alumnos y les ayudaba con lo que estuviesen aprendiendo. Había quienes tenían un nivel alto y quienes acaban de empezar. Luego había más profesores que impartían clases a otras edades. Con piano le pasaba igual, también impartía en el grupo de las mismas edades. Suena un poco lioso, a Natalia también le costó pillarlo al prinipio, pero se quedó con que tendría unos alumnos maravillosos. Lo único malo de eso era que una vez que superasen el rango de edad del grupo, pasaban a otro y por tanto dejaban de ser alumnos suyos. Como cuando en el colegio pasas de un curso a otro, algo parecido. De todos modos, eso no era un inconveniente para que Natalia dejase de hablar con aquellos que fueron alumnos suyos, al contrario, cada vez que los veía por los pasillos de la academia les preguntaba cómo les iba en las clases.

- Hola, Nat - saludó una de sus alumnas muy feliz

- Hola, Lu - respondió de la misma manera

Tenía tanta confianza con aquellos niños que hasta se tenían motes entre ellos y les había cogido ya demasiado cariño. Algunos porque los tenía desde hace tiempo y otros porque se hacían querer muy rápido.

Lucía era de las más pequeñas, justamente tenía la edad mínima que se podía tener en ese grupo y, aunque entró nueva ese año, iba bastante bien y se notaban las ganas constantes que tenía por aprender. Ella era uno de esos casos que se hacían querer rápido, era súper graciosa y decía una cosas que derretía el corazoncito de Natalia.

La melodía de mis fotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora