NUEVO COMIENZO

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Nahir

Ya era de noche cuando el taxi nos dejó frente a esa puerta gigante de hierro forjado. Mi abuela apretó el timbre y una voz nos preguntó quiénes éramos. «Somos las nuevas empleadas» —dijo mi abuela. La puerta se abrió lentamente y el taxi se metió por un camino largo rodeado de jardines que ni en sueños había visto.

—¿Ves eso, Nahir? —me dijo mi abuela señalando las luces de la mansión que se veían a lo lejos—. Esa va a ser nuestra nueva casa.

Yo solo asentí. No sabía si estaba emocionada o aterrada. La mansión era más grande que cualquier cosa que hubiera visto en mi vida. Y pensar que yo, Nahir, una chica de barrio, iba a vivir en el mismo lugar donde los ricos hacían sus fiestas de revista.

Cuando llegamos a la entrada principal, un señor mayor nos recibió. Era el mayordomo, don Ernesto, un tipo serio que no sonreía ni por error. Nos mostró la casa principal, donde vivían los Al-Khalifa. Todo era brillo y lujo, y yo no podía dejar de mirar todo como si fuera una turista.

—Tu trabajo será sencillo, Nahir —dijo don Ernesto mientras caminábamos por un pasillo interminable—. Ayudarás a tu abuela en lo que necesite y cuidarás del pequeño Jake.

—Sí, señor —respondí, aunque en realidad no tenía ni idea de cómo cuidar a un niño. Pero mi abuela me había dado una charla intensiva de niñera el día anterior, y yo confiaba en que podría recordar algo.

Después de un tour que pareció eterno, don Ernesto nos llevó a la "casa de los empleados", que estaba al otro lado de la mansión. Era una construcción grande, no tan lujosa como la casa principal, obviamente.

—Aquí tienen su habitación —abriendo una puerta—. Cada empleado tiene la suya. Espero que estén cómodas.

La habitación era más grande que nuestro antiguo apartamento. Tenía dos camas, un baño privado y hasta un pequeño balcón. Mi abuela parecía contenta, y eso me tranquilizaba un poco.

—Mañana conocerás a la señora Zaira y al pequeño —continuó don Ernesto—. El señor Al-Khalifa y el joven Gray están en Suiza y...

—¿Y cuándo vuelven? —preguntó mi abuela interrumpiendo.

—No lo sé, pero mientras tanto, la casa es tranquila.

Mi abuela empezó a desempacar mientras yo me asomaba al balcón. La noche era cálida y el cielo estaba lleno de estrellas. «Quizás no sea tan malo» —pensé. Pero en el fondo, sabía que mi vida acababa de cambiar para siempre.

—Bueno, les dejo descansar. Mañana será un día largo.

Después de que don Ernesto se marchó, me quedé un rato más en el balcón, mirando las estrellas y tratando de no pensar en lo mucho que extrañaba nuestro viejo barrio. Luego, con un suspiro, cerré la puerta del balcón y me volví hacia mi abuela, que ya había sacado casi todo de las maletas.

—Abuela, ¿tú crees que vamos a estar bien aquí? —pregunté, sentándome en la cama que había elegido como mía.

Ella me miró y sonrió con esa sonrisa que siempre me calmaba.

—Claro que sí, mi niña. Aquí vamos a estar mejor que en cualquier otro lugar. Tú verás.

Empecé a ayudarla a desempacar, aunque mi mente estaba en otra parte. No podía dejar de pensar en el pequeño Jake y en cómo sería cuidar de él. ¿Y si lloraba todo el tiempo? ¿Y si no me quería? Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos.

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⏰ Última actualización: May 25 ⏰

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