Llevaban ya horas caminando por el vasto y sombrío laberinto. En ese tiempo nada relevante había sucedido. Habían andado por largos e infinitos senderos, recorrido estrechas calzadas, girado a la izquierda, torcido a la derecha… pero el hilo seguía y seguía, nunca acababa. Christopher sentía que sus piernas ya no daban de sí, que su cuerpo necesitaba respirar y su mente descansar. Después de unos minutos caminando por un sendero recto, el hilo les forzaba a girar a la derecha y, al cambiar de dirección, se hallaron en una extensa explanada. En el centro de ella se elevaba una hoguera monumental.
Christopher hizo el ademán de acercarse para poder verlo mejor. Nada más dar un paso, el capitán le puso la mano delante de él, frenándole.
—No des ni un solo paso más —advirtió a Christopher seriamente, mirando al cielo mientras abría y cerraba los orificios nasales—. ¿Oléis eso?
Christopher también notaba algo extraño en el ambiente. Cuando inhaló profundamente, unas náuseas le invadieron y tuvo que apartarse un momento del grupo para vomitar. Aquel olor era insoportable, le recordaba al hedor de putrefacción que desprendían las chimeneas del campo de concentración.
—Presiento que algo muy malo va a suceder y no voy a arriesgar su vida, Teseo. ¡Andrija! ¡Javor! Acercaos a la fogata y asegurad el perímetro.
Los dos soldados asintieron y se acercaron con cuidado a la hoguera. El capitán, Christopher, el resto de soldados y los ahogados permanecieron alejados, observando la escena. Los dos camaradas se aproximaron, fueron a investigar la lumbre cuando uno de ellos gritó. Seguidamente, otro grito retumbó sobre el lugar. Los dos soldados ahora yacían en el suelo, en llamas, sin vida. En aquel preciso instante, la pira prendió. Una llama comenzó a crecer y a crecer y a crecer… y tomó la forma de un cíclope descomunal.
Christopher no podía creerse lo que acababa de ver, pero después de todo lo vivido en aquel dédalo… ya nada le sorprendía. Intentó elevar la espada y dirigirla al monstruo, creyendo que tendría un efecto similar al que había tenido anteriormente con los ahogados. Sin embargo, el capitán le detuvo de nuevo.
—No, esta no es su lucha. Nuestra responsabilidad es proteger su vida y, si no me equivoco, la bestia se halla cerca. Estas son las llamas del hades, por lo que la espada de Egeo no le afectará… ¡Soldados! ¡Atacad!
Los soldados gritaron juntos y avanzaron todos corriendo a por el gigante de ascuas, sacrificando su vida por la de Christopher. Sin embargo, un soldado había permanecido rezagado, inseguro de las órdenes de su capitán. Este se dio cuenta de ello y, girándose al recluta, le exclamó furioso:
—¡Soldado Du’an! ¡O corre ahora mismo y protege su honor o acabaré yo mismo con su vida!
—Lo… lo siento capitán Nebojsa. No puedo… no puedo hacerlo. No le haremos nada, no podremos proteger a Teseo… Mira como todos han muerto… Moriremos… moriremos en vano…
—¡Pues venga, quédese ahí! ¡Irresoluto! ¡Eres la vergüenza hecha humana! ¡Yo iré ahí y defenderé con mi vida al gran Teseo como todos los héroes que lo han hecho! ¡Cobarde!
El capitán blandió su arma y se perdió entre los fulgores del mal. No obstante, el gigante seguía ahí, de pie, cerrándoles el paso. Christopher intentó consolar al solado joven, Du’an, cuando los ahogados se acercaron a ellos y dijeron:
—¡Oh, Teseo! Tened un viaje apacible y acabad con el mal que reina estos andares. Fue un placer acompañarlo en esta aventura. Ahora es nuestro turno de regresarle el favor por habernos salvado.
Todos y cada uno de ellos siguieron el camino que tomaron los soldados y se adentraron en las brasas del infierno. Esta vez, sin embargo, sí hubo efecto. Cada vez que un ahogado traspasaba al cíclope, este se deshacía en agua líquida, por lo que poco a poco el gigante fue reduciéndose hasta ser extinguido con el último de ellos.
Christopher y Du’an se quedaron solos, el resto del ejército había sido fulminado. El recluta joven se encontraba sollozando, derrotado y abatido. Christopher se acercó, se sentó junto a él y le preguntó con sinceridad:
—¿Por qué tus compañeros han hecho eso sabiendo que los ahogados solos podían derrotarle?
—Porque ese… ese es nuestro propósito en la vida. Nuestro ejército fue diezmado y los que quedamos, como te dije, fuimos maldecidos. La profecía dice que nos salvarías, pero que solo tú puedes enfrentarte al minotauro. Por ello, nosotros estábamos destinados a… a… a morir aquí —respondió entre lágrimas, con gran pesar—. Soy un maldito cobarde…
—Tus compañeros podrían ser valientes y aceptar su destino… pero este no está escrito por nadie más allá que por ti mismo. No te desanimes… mira, haré lo posible por acabar con… con el mino…. minotauro. Cuando lo haga, volveré a por ti y serás uno de mis guardias en Atenas. Mejor dicho, serás el capitán de mi ejército. ¿Es este un buen propósito por el que vivir?
—Buen viaje, Teseo —zanjó Du’an, con una sonrisa afligida.
Christopher, acongojado, tragó saliva y asintió con la cabeza, entendiendo qué quería decir con aquellas palabras. Centró su mirada en el hilo dorado y observó por dónde continuaba. Después de despedirse del joven soldado, continuó su camino con amargura, pero con noble decisión.
Anduvo y caminó durante unas largas y pesadas horas. El laberinto parecía no tener fin, siempre existía algún camino por el que debía continuar. Sin embargo, ni rastro del minotauro. En un momento dado, sus piernas le fallaron y cayó al suelo. Intentó reincorporarse y continuar la travesía, pero fue incapaz. Se sentó, respiró hondo y comenzó a llorar.<<Entre el golpe, mi cansancio y agotamiento, mi soledad, esta situación surrealista, tanto tiempo apartado de mis seres queridos… no puedo avanzar más. Mi cuerpo me pide paz, mi mente me pide descansar…>>, recapacitaba justo cuando un sonido retumbó sobre el laberinto entero.
Un gruñido había alertado a todos los sentidos de Christopher. El bufido fue tan potente y tan grave que un enorme grupo de aves inició el vuelo en dirección contraria a la pared en la que él se hallaba. Reflexionó un par de minutos si entrar o no al terreno. Pese a su estado físico y mental, las esperanzas de volver a ver a su familia y la promesa que había hecho a sus camaradas le empujaron a entrar en el lugar y enfrentarse a la bestia de la que la supuesta leyenda hablaba.
Cuando entró, pudo comprobar que la oscuridad invadía aquella zona. No veía a nadie, pero una voz habló, haciendo temblar el suelo por completo y haciéndole sobresaltarse del espanto:
—Teseo… Teseo… —gruñía una voz solemne y rasgada— Llevaba años esperándote… Teseo… Te doy tiempo para que huyas… y conserves tu valiosa vida… Teseo…
—No… no, no huiré. Has causado demasiados males y es hora de que… de que pagues por ellos. Has derramado sangre, pero… pero hoy una profecía se cumplirá —respondía Christopher, intentando hacer todo lo posible por ocultar su profundo pavor.
—Obedece… Vete y no vuelvas… A lo mejor así tendrás una oportunidad… de ver a tu familia con vida una última vez más…
Eso último le impactó profundamente. Por poco se derrumba, pero fue fuerte y conservó la postura. Todo aquel miedo que antes se apoderaba de él se había transformado en rabia e ira por aquel ser despreciable.
—Lo que acabas de decir te ha sentenciado. No sucumbiré ante ti y jamás me dominarás. ¡Ven! ¡Acaba conmigo, bestia!
De repente, algo asomó entre toda la penumbra. Una cabeza de toro del tamaño de tres humanos surgió, babeando y enseñando los feroces colmillos. Dejó salir un bufido antes de que el resto del cuerpo apareciera. Era el cuádruple de tamaño de lo que Christopher medía, pero eso no frenó su furia.
El toro intentó embestirle, intentando aplastarle contra la pared. En cambio, él era más escurridizo y pudo evitarle en el último momento. El muro, con el desorbitado golpe, se sacudió y por un momento estuvo a punto de caer. Eso le dio una idea a Christopher. Corrió con velocidad a la pared de nuevo, el minotauro cargó su ataque y volvió a chocarse contra la muralla. El muro resistía, pero no le faltaba mucho para desplomarse. La bestia por su parte se notaba desorientada, algo mareada por el golpe.
Christopher volvió a intentarlo de nuevo. Se colocó en frente de la pared, el animal aceleró veloz hacia él, se apartó y el minotauro colisionó contra ella. El muro cayó al suelo y, con ello, la bestia, inconsciente. Se acercó cautelosamente al animal y le dirigió unas últimas palabras:
—Terminaron tus años de gloria, Wehrmacht.
Puso un pie en la cabeza del toro, blandió su espada y la clavó en el centro de ella, quedando incrustada en ella para el fin de los días. Sin perder ni un solo segundo más, Christopher visualizó el camino por donde el hilo continuaba y se dispuso a seguirlo, incapaz de procesar lo que acababa de suceder ante sus ojos.
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El Dédalo de la Vida
Fantasy¿Qué es la vida? ¿Qué es el vivir? Estás preguntas son propias de Christopher Wahnon, un hombre mayor de 75 años, polaco y judío. Lleva ya 3 años apartado de su familia, solo en un campo de concentración. Sin su familia, sin su mujer y sin su nieta...