Capítulo 1 - Mar de Memorias

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Capítulo 1 - Mar de Memorias

Roderich tenía un vago recuerdo de Antonio y él en una pradera.

Recordaba el ligero cosquilleo del pasto en sus mejillas; la suave luz del sol de primavera cubriendo con timidez las zonas de su piel que estaban expuestas mientras una brisa, todavía más fría que cálida, hacía danzar algunas hojas sueltas y mecía el pasto.

Los dedos de Antonio recorrían cada línea de la palma del austriaco, depositando algún beso en ella, o en sus mejillas, cuando salía momentáneamente del mundo de líneas curvas y dedos pálidos que era la mano de Roderich.

Roderich enfocó su mirada en la mesa que estaba en frente de la suya y vio a Antonio. La luz de la hora dorada brillaba sobre su piel bronceada sin mucha intensidad, pero haciendo su trabajo en recordarle al Austriaco lo guapo que era, "es", Antonio.

El español se había inclinado para escuchar a la belga, la cual le estaba comentando algo al oído. Segundos más tardes, una sonrisa brillante - de esas que sólo él sabía hacer- apareció, iluminado su cara y rápidamente fue acompañada por su cabeza, con la cual asintió un par de veces.

Era 20 de octubre.

"Otra vez" se recordó Roderich, la voz de su cabeza sonando más cansada de lo habitual.

Una parte del austriaco ansiaba que llegase ese día, mientras la otra no quería ni pensar en Antonio. Aun así, ambos seguían manteniendo la tradición de ir a cenar juntos para celebrar lo que habría sido su aniversario de bodas.

"No quiero perder el contacto. No contigo, Roderich." Le había dicho hace años - "¿siglos?" - el moreno con sus ojos verdes brillantes y su cálida mano envuelta alrededor de la de Roderich, apretando más de lo estrictamente necesario su mano.

Roderich tenía una debilidad por el hombre que lo había sido todo para él. Así que aceptó.

Ese año les tocaba cenar en España, pero habían acabado en Bélgica por culpa de un mitin de última hora. Un mitin que había sido tan a última hora que ni siquiera se había podido celebrar en Bruselas, sino que se habían tenido que conformar con una pequeña sala de reuniones en De Haan.

Roderich pestañeó.

La belga presionó su dedo índice contra los labios del español, Govert puso los ojos en blanco, ignorando lo que fuese que estaban haciendo o tramando su hermana y Antonio. Lovino se inclinó hacia el español y colocó su barbilla en el hombro del moreno para escuchar lo que ambos estaban cuchicheando.

Antonio se rio suavemente. Fue casi como un tintineo lejano. Roderich no supo ni siquiera si había escuchado su risa realmente o si simplemente conocía el tipo de risa que Antonio emitiría con esa expresión.

Su risa - la que vivía en su cabeza o la real -, devolvió a Roderich a la pradera.

Volvió a sentir el ligero recuerdo de la calidez del sol danzando vagamente sobre su piel, arrastrándose por ella mientras bajaba lentamente de lo más alto del cielo.

Antonio había llevado la mano pálida, que había estado besando hace unos segundos, a su cuello bronceado, permitiendo que Roderich la descasase ahí y que el español se acercase más a él.

El austriaco había arrastrado pesadamente su mano hasta la nuca de Antonio, no por vagancia, sino porque Antonio formaba una atmosfera en el que él estaba cómodo y su cuerpo estaba relajado.

Roderich no era el tipo de persona a la que le gustasen las muestras de cariño en público, pero en ese momento lo dejó pasar y lo miró.

Ich vermisse dich (Spaus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora