Prólogo

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—«Y, por último, a mi hija Anahí…» —Richards, el abogado de la familia, hizo una pausa en la lectura del testamento de Everett Puente y buscó la mirada de la joven al otro lado de la mesa.

Anahí tragó saliva. Ella y su formidable, y ahora difunto, padre habían tenido siempre una relación de amor-odio, de modo que se temía lo peor.

Las condiciones que el retorcido testamento imponía a sus hermanos iban a complicarles mucho la vida durante todo un año y temía descubrir cómo su «querido padre» había planeado volverla loca a ella.

Cuando Richards se dio cuenta de que estaba pendiente de él, volvió a concentrase en el documento:

—«Tu trabajo es admirable y tu dedicación a la línea de cruceros Puente sin tacha…»

Anahí se puso aún más tensa.

Aquello no sonaba bien. Cuando su padre empezaba con un cumplido siempre terminaba con un insulto. Le gustaba que te hicieras ilusiones para luego aplastarlas fríamente.

—«Pero tu trabajo y tus frívolas amistades son todo lo que tienes. Te has rodeado de gente que no piensa en el futuro, que depende del dinero de sus padres y jamás hace planes más allá de la próxima fiesta».

Anahí hizo una mueca ante la exactitud de tal afirmación. Su padre nunca había entendido que le gustaban sus amigos precisamente porque estaban demasiado ocupados pensando en sus propios asuntos como para
interesarse por los suyos.

—«Tienes veintinueve años, Anahí. Es hora de que te hagas mayor, te responsabilices de tus actos y descubras lo que de verdad quieres de la vida. Con eso en mente, he decidido echarte del nido».

Anahí escuchó una campanita de alarma en su cerebro.

—¿Echarme del nido? ¿Se puede saber qué significa eso?

—«A partir de este momento —siguió leyendo Richards—, estás en excedencia de tu puesto como directora de servicios de los cruceros Puente.

No podrás volver a las oficinas ni a la mansión Puente durante un año».

Anahí miró a sus hermanos, desconcertada. ¿No podía ir a su propia casa? ¿Y dónde iba a vivir? Con una simple firma, su padre le había
quitado el trabajo, la casa, cualquier santuario que pudiera buscar en Miami… ¿y por qué?

—«Residirás en mi ático de Dallas durante 365 días consecutivos».

—¿Papá tiene… tenía un ático en Dallas?

Richards levantó una mano para pedir su atención:

—«No podrás buscar otro empleo remunerado ni dar fiestas en ese ático. Espero que te dediques a buscar otro tipo de gente. Y, para evitar que organices fiestas todas las noches con alguna pandilla de holgazanes, debes estar en el ático entre la medianoche y la seis de la madrugada
cada día».

Anahí abrió la boca y volvió a cerrarla.

—¿A medianoche, como Cenicienta?

—«Si no cumples las condiciones de este testamento —siguió Richards con tono monocorde—, lo perderás todo. Y no sólo tú, también tus hermanos».

Sus hermanos. Anahí miró a Mitch, a su derecha y a Rand, sentado al final de la mesa del salón de los Puente.

—¿Os lo podéis creer? ¡Me está castigando durante un año en mi habitación como si fuera una niña pequeña! Esto es ridículo. No pienso hacerlo.

—No tienes más remedio —dijo Mitch tranquilamente. Ah, qué típico de Mitch mostrarse tan frío en medio de una crisis.

—No puedo dejar mi trabajo, mi casa, mis amigos…

—Sí puedes —Rand se echó hacia delante, poniendo las manos sobre la mesa. Como hermano mayor, siempre había sido al que Anahí acudía con sus problemas… hasta que se marchó de Miami cinco años antes,
dejando la empresa y a la familia sin mirar atrás.

—Ya has oído a Richards, tienes que hacerlo. Si no, Mitch y yo lo perderemos todo. Pero no te preocupes, nosotros te ayudaremos.

—¿Cómo? Los dos tenéis que quedaros en Miami mientras a mí me exilia en Dallas.

—Dallas tampoco es el Ártico, mujer —Mitch apretó su hombro. Él había sido su apoyo desde que Rand se marchó, la persona con la que podía contar pasara lo que pasara—. Nosotros te enviaremos suministros.

—Pero esto es absurdo.

Richards se aclaró la garganta.

—Hay más.

¿Más? ¿Aún iba a ser peor? Anahí se clavó las uñas en las palmas de las manos.

—«Te he permitido demasiado. Al contrario que tus hermanos, tú nunca has intentando vivir en el mundo real fuera de la mansión Puente, ni siquiera cuando estudiabas en la universidad. Es hora de que aprendas
a cuidar de ti misma, Anahí, porque tus hermanos no estarán siempre ahí para sacarte de apuros».

Ella se puso colorada. Sí, bueno, había tenido que pedirles ayuda un par de veces. ¿Y qué? Todo el mundo tenía problemas.

—«No tendrás criados, ni cocinera ni chófer a tu disposición».

Anahí notó que empezaba a darle vueltas la cabeza. Aparte de que probablemente se moriría de hambre, ella no tenía permiso de conducir antes del accidente y no había tenido razón alguna para sacárselo después. Nerviosa, se levantó de la silla y empezó a pasear por la habitación.

—«Aprenderás a conducir y aprenderás a sobrevivir con una pensión mensual de dos mil dólares…»

—¿Una pensión de dos mil dólares? —gritó. Ella se gastaba más en un solo vestido.

—«Como no tendrás que pagar alquiler, esa cantidad será más que suficiente para atender tus necesidades, pagar los recibos y todo lo demás. Depender de un presupuesto mensual te ayudará a entender mejor a los empleados y los clientes de la empresa Puente».

¿Su padre pensaba que no podría vivir con un presupuesto tan pequeño? Sí, bueno, nunca había tenido que controlar sus gastos, pero no podía ser tan difícil. Al fin y al cabo, ella tenía un título en Económicas y manejaba millones de dólares de la empresa a diario.

—Esto es una locura. ¿Mi padre había perdido la cabeza o qué?

¿Puede hacerme esto, Richards?

Las espesas cejas del abogado se levantaron como dos tejados picudos sobre las gafas.

—Uno puede hacer lo que le plazca con sus posesiones y tu padre no te pide que hagas nada ilegal o inmoral. ¿Debo repetir que si no respetas los términos del testamento tú y tus hermanos perderéis todas las

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