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Los días habían pasado y con ello había llegado el final del mes, en toda la universidad sobre todo en las facultades de Biología y Económico Administrativo no se dejaba de hablar sobre la pareja del momento. Sugawara Koushi y Oikawa Tooru eran el principal tema de conversación, los alumnos hacían especulaciones y no dejaban de cotillear y es que era una total novedad que aquel castaño por fin encontrará donde asentarse de manera formal. Algunos morían en celos y envidia porque no habían sido capaces de cautivar el corazón rebelde del botánico por más que lo intentaron y ahora parecía totalmente encantado con ese chico de hebras cenizas. Su relación era lo ideal, lo que todo el mundo quería, tan perfecta que no parecía real y eso llevó a crear resentimiento entre las antiguas conquistas de Tooru porque se negaban aceptar tal hecho, lo creían imposible y sin sentido, eso no podía ser ¿Que tenía Sugawara que ellos no? La vida había sido algo injusta con ellos.

El mundo creía que Koushi era el rayo de sol que alumbraba la preciosa rosa, que había sido él lo suficientemente valiente y osado para domar a la peligrosa flor, cuando la realidad era que había sido al revés y que las espinas lo encerraban en una fina trama que le impedía escapar, que lo engañaban y le mentían acerca de lo que sentía, que lo embrujaba con la más dulce fragancia del más codicioso perfume haciéndolo caer una y otra vez ante el castaño y sus divinos dones.

El botánico sostenía la mano de su pareja en un íntimo contacto, con los dedos entrelazados y el corazón acelerado, siempre lo trataba con ternura y amor, lo llenaba de detalles y de suaves palabras donde diariamente y enfrente a los ojos de todos le declaraba siempre su sentir, era como si se empeñara en enamorarlo todos los días para mantenerlo siempre a su lado.

Al llegar a la facultad de Económico Administrativo soltó con delicadeza al menor mientras lo miraba embelesado, se acercó y le depositó un beso en los labios a modo de despedida provocando un sonrojo en las mejillas blancas de Sugawara.

—Pasare por ti para almorzar— le sonrió y el peligris asintió

—Suerte— le deseó, besó la mejilla del castaño abrazándolo y aspirando esa agradable esencia a rosas que tanto le gustaba.

Dios... No entendía porque la colonia de Oikawa era realmente irresistible y adictiva, tanto que nunca le era suficiente por más que estuviera siempre con él. Pasó sus manos alrededor del cuello del castaño y lo acercó más a él con tal posesividad que sorprendió al mayor, pero no le molestó y contestó rodeando su cintura. Sin embargo la fragancia no sólo lo mantenía a su lado, despertaba instintos y en ese momento lo que quería Sugawara era volver a revolcarse y enredarse como la noche anterior con el dueño de tan hipnótica esencia. Sus noches se resumian en eventos donde ambos desbordaban pasiones y se devoraban mutuamente con tanto ardor que la piel les quemaba de tan sólo pensarlo, se marcaban, se sumian en un vaivén de ferocidad olvidándose de todo lo que les rodeaba y Tooru tomaba todo lo que quería de ese ser que se le entregaba sin reparo, donde con besos y caricias lo encadenaba e iba sumando otro día más a su condena, atrapaba sus jadeos y lo hacía suyo, una y otra vez hasta que el cansancio los venciera y se rindieran en brazos del otro.

Era su terrible pecado, pero no estaba arrepentido.

Parecía que algo había cambiado dentro de él, ya no era el mismo dulce botánico, ahora en sus ojos se veía la avaricia y egoísmo por poseer a quien no debía porque no le correspondía, tomándose la libertad de controlar su voluntad a su antojo porque lo necesitaba con urgencia que dolía y porque no estaba dispuesto a dejar lo que ya había probado y le había gustado. Esa no era un maldita opción.

—Tooru— susurró el peligris encendiendo una llama que nunca debió estar ahí, buscando la provocación y estremeciendo cada fibra de la médula del castaño quien apenas y se pudo controlar antes de asaltar esos labios que tanto anhelaba

ToxicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora