PRÓLOGO

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Debes comprender, mi pequeña, que hay personas que aunque las amemos tanto así como tú aprecias tu conejo de felpa, no les basta. No les parece suficiente. Y entre la elección de amar y ser feliz, deciden hacer
daño -exclamó, con la mirada característica de una madre que oculta melancolía detrás de sus ojos- aunque el daño no sea una opción.
¿Papi quiso hacernos daño?
Eres una niña muy intrigadíza, Laya. -mi madre esbozó una sonrisa, para luego darme un abrazo de aquellos que recogen todas tus piezas agrietadas, esas piezas que no se ven, pero si se puede sentir el peso de cargarlas dañando a su alrededor
Y vaya que dañan.
Dañan, tanto casi como el ensordecedor ruído de un arma disparando esa pequeña -pero mortal- bala de plomo.
La misma arma que está disparando en ese instante en el que mi madre me abraza, me recomponía por última vez.
Esa bala que impactó en su cuerpo, para luego dejarme rota. Con más piezas por unir con un abrazo que nunca jamás podré obtener.

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