II

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—Tienes que parar.- Exclamó Scarlett, negando con la cabeza en un gesto de desaprobación al encontrarme así, otra vez.
Para mi suerte, la distancia no era algo que nos complicaba. Todo lo contrario. Unas cortas 12 cuadras separaban su casa de la mía, la cuál les agradezco a mis padres por habermela heredado -a mis padres adoptivos, por supuesto-.
—No me digas.- Solté, mirando un punto fijo de aquella habitación vacía, sin muebles. —Gracias, Scarlett. Pero sólo fue un momento. No hay de qué temer.
—¿No hay de que temer?- Soltó una risa completamente sarcástica, pues para nada le había hecho gracia mi comentario.
—Bien. -se rindió. —Dime, ¿que fue lo que soñaste?
—Lo de siempre. Un hombre al que sólo tuve acceso a su mirada y a mi madre biológica muerta en los brazos de una niña completamente perturbada. Ya sabes, veía a mi yo de niña.- Suspiré con agobio. El recuerdo estaba siendo más intenso que lo habitual. Scarlett emitió un extraño sonido, demostrándose pensativa.
—Mhm. Okay. ¿El niño de tus pesadillas previas no ha aparecido en ésta?-Cuestionó, a lo que respondí negando con la cabeza.
—Que opinión tienes al respecto, Laya?
—Ese niño fue sólo producto de mi imaginación.- la frialdad se acentuaba una y otra vez en cada palabra que salía de mi boca.
—Fuera de tus sueños, ¿recuerdas algo más de aquel día? ¿Algo que desees contarme?-La miré con algo de duda. Para ser sincera, lo único que recuerdo son aquellas palabras emitidas por el asesino de mi madre.
Cuando crezcas me lo agradecerás. Se repetía una y otra vez en mi cabeza.
—No, sólo lo que ya sabes. Lo siento -Le obsequié una sonrisa con matices tristes que sólo ella era capaz de reconocer en mis gestos. Me tomó de la mano con ese característico amor que ella sabe transmitírme.
—Sabes que aquí estoy para tí, cierto?-Asentí con la mirada, para luego levantarme de aquel gran espacio que en mi ataque parecía completamente diminuto y asfixiante.
Me dirigí hacia la mesita ratona que se encontraba en el medio de la sala de estar, donde coloco mis psicofármacos que el Dr. Lowa me recetó.
—¡Has vuelto a tu tratamiento!-Exclamó Scarlett con emoción. A ésta altura, había dejado el lugar de psicóloga para ocupar el puesto de amiga. Aunque, en estos casos, cumplía con ambos roles.
—Sólo éstos... -señalé los antidepresivos situados en la mesita- los demás me dan sueño.-me encogí de hombros
—Okay okay, todo es avance.

Avance.
¿Avance?
No recuerdo con exactitud el tiempo que pasó desde que mis padres adoptivos dejaron éste mundo. Sí, también murieron. Pero no de forma trágica como lo hizo mamá. Ésto fue más... natural.
Supongo que se le presentaron a la muerte aquella vez que decidieron firmar los papeles de la sucesión de bienes hacia mi persona.
Cuando ellos partieron, pasé a ser propietaria de la mansión de aquella pareja de ancianos, y parece también, que en aquellos papeles firmados, incluyeron una adquisición que en mi mente suena tal como ''Otorgo y declaro como la heredera legítima del 'vacío inmenso' a Laya Storn de 19 años de edad, hija adoptiva de el Sr. y la Sra. Wesler''. 

Un vacío al cuál estaba acostumbrada desde aquella tarde de invierno en la que fui llevada a un hogar de niños. Un hogar para niños sin suerte, destinados a sufrir como yo.
Un vacío que quise tapar esa mañana que me adoptaron.

Pero nadie olvida su pasado de un día para el otro. De hecho, en su mera existencia alguien lograría tal cosa. El pasado siempre estará pisándote los talones, y lo entendí luego de mucho tiempo. Tiempo que pasé creyendo poder recomponerme, y obviamente no fue así. Pero qué más da. 
En mis años de vida viviendo en esta nueva ciudad, conocí a muchas personas. Más de las que me hubiera agradado ver. La similitud que tenían todas estas, es que fueron ocupando lugar en los asientos de la terapia grupal. Cuando les ''funcionaba'', se marchaban, así como si hubieran resurgido tal como relata la historia del Ave Fénix. Algunas veces se los veía volver, y otras veces observaba sus asientos siendo ocupados por otras personas. Un bucle infinito.
Nunca me sentí como esa gente que la terapia les funcionaba y se retiraban sin más, -quizá por eso duré tantos años en la misma sala- pues me niego a creer en esa idea de que la luz entra por los lugares que tenemos agrietados; esa luz existe en alguien que tiene su camino iluminado.

Esas personas no son como yo. O más bien, quizá yo soy la diferente entre ellos. Entendí que mi camino, es un inmenso laberinto sin salida dentro de un bosque, -precisamente de noche- en el que solo se puede comprender el entorno que te rodea gracias a la escasa luz de la luna.
La diferencia es que, en mi noche, la luna está siendo tapada por nubes, y avanzar no tiene objetivo alguno.

En ese bosque no existe salida.
En el laberinto no se avanza.
En mi vida, tampoco.

Slow FireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora