Capítulo I: El Abrazo

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          ¡Ah! ¿Así que te interesa conocer lo que ocurrió y cómo empezó todo esto? Y dime, ¿por qué crees que debería...? Bah, ni sé para qué pregunto. Lo más probable es que te haga olvidar todo cuando me aburra. O quizá formes parte del menú... En fin. Supongo que lo mejor será ir al principio.

          Lo primero que querrás saber es mi nombre... Pues me llamo Velasco. ¿Apellidos? Claro, los tengo. Pero no son relevantes, en cualquier caso. Ya no. Nací y crecí en Las Palmas, y a pesar de que muchas veces llegué a imaginar cómo habría sido mi vida de haber nacido en otro lugar, no tengo queja alguna de la educación que mi madre y mi padre me brindaron. Puede que precisamente gracias a eso todavía puedas respirar un tiempo más...

          ¿Mi vida? Normal. Como la de cualquier chaval de un barrio más bien mediocre. Siempre me esforcé en mis estudios, aunque claro, cuando llegué a la adolescencia... Digamos que me pasó lo que a la mayoría. Hormonas, estupidez, mi grupito de amistades, búsqueda de mi identidad... Y algún que otro imbécil de manual que, creyéndose con la potestad para etiquetarme sin siquiera ser yo mismo consciente de lo que era, empleaba su saliva y su aliento en llamarme lindezas como "mariquita" o "maricón". Si pudiese volver atrás en el tiempo, les daría una patada en los huevos. ¿Cómo se atrevieron a destriparme el futuro de mi propia historia de una manera tan vil? Pero bueno... No pasa nada. Aquella etapa pasó, y hoy por hoy es difícil que una palabra tan simple como las mentes de quienes la usaban contra mí pueda hacer mella en mi ánimo.

          Me voy por las ramas... Aunque ahora que lo pienso, eso no es problema para mí... ¡Después de todo, tengo la eternidad por delante! Hasta que se demuestre lo contrario, claro. Bueno. Todo esto empieza una noche de julio de 2019, exactamente a mis 24 años. Los últimos doce o trece no habían sido especialmente agradables, teniendo en cuenta que en casa habíamos tenido que estar cuidando a una persona con una enfermedad degenerativa, y prácticamente esa tarea había recaído exclusivamente sobre nuestros hombros... Qué buena es la familia, ¿eh?

          Pues allí estaba yo, en mi habitación, intentando omitir la intensa discusión que mi madre estaba teniendo en el salón con uno de sus hermanos. Y más me valía no salir, puesto que de haberlo hecho, habría escupido puro veneno en vez de palabras. Ya bastante mal estaba todo como para, encima, echar yo más leña al fuego. Así que me limité a centrarme en la pantalla de mi ordenador y, básicamente, perder el tiempo hasta que la cosa se calmase fuera. A un lado, sobre el escritorio, tenía mi móvil, y en un momento en que aparté la mirada del ordenador, me fijé en que la luz de las notificaciones parpadeaba. Sin extrañarme demasiado, pues lo raro era precisamente que esa luz no parpadease constantemente, lo cogí y pulsé el botón de desbloqueo. Entonces, la extrañeza sí que se apoderó de mí.

          Efectivamente, tenía una notificación de un mensaje de Telegram... y ese mensaje era nada menos que de mi ex. Curioso, porque habíamos roto el año anterior, y en los meses posteriores, había intentado hasta la saciedad mantener lo que él mismo había llamado una "amistad". Pero parecía que no teníamos el mismo concepto de lo que conforma una amistad, y tras meses de estar tirando de un carro en el que él solamente se empeñaba en poner más y más piedras, acabé por dejar de intentarlo. Por mi parte, podía irse con su actual novia a tomar por culo a la izquierda. Era su pérdida, no la mía. Observé un instante la pantalla del teléfono, al ver lo que se leía en su mensaje:

"Vel, ¿estás en tu casa? ¿Podrías salir un momento? Me gustaría hablar contigo..."

          Imagina mi cara. Tras varios meses de no dar señales de vida ni nada, de repente me decía eso. Entre la escena en el salón de mi casa, y toda la historia que había padecido con este capullo que tan amigo se suponía que era, mi vaso se estaba empezando a desbordar. Cogí el móvil, y casi que con furia, le respondí:

"¿Qué quieres? Lo que tengas que decirme, lo puedes hacer por aquí, como tú mismo me dijiste cuando quise hablar contigo y arreglar las cosas en persona"

"Ya, si tienes razón, pero porfa, me he dado cuenta de que hice mal y quiero pedirte perdón"

          Ese segundo mensaje suyo sí que era inesperado. Me quedé pensativo unos segundos. No me habría importado seguir sonsacándole qué mierdas quería a través de un chat, pero como ya estaba bastante alterado y no tenía ganas de añadir un quebradero de cabeza más a la lista, inspiré profundamente y volví a escribir:

"Vale. Voy a bajar. Pero tienes cinco minutos, que estoy ocupado"

"De acuerdo. Te espero"

          Tras esa respuesta suya, y con toda la mala gana del universo, me quité las zapatillas que acostumbraba a tener dentro de casa, me calcé las botas, y casi que por inercia, me colgué la bandolera donde siempre llevaba la cartera, mis llaves, el móvil, y cualquier otra cosa que pudiese terciarse. Salí de mi habitación y avancé unos pocos pasos por el pasillo, hacia el salón, donde la cosa parecía haberse calmado. Pero nada más lejos de la realidad: notaba la tensión como cuando introduces una mano en un recipiente lleno de agua. Sin querer estar mucho más allí, anuncié, en el tono más neutro que pude, que iba a salir un rato. Fui hasta la puerta, mientras escuchaba a mi madre decir un "hasta luego" que sonaba cansado, y salí de mi casa.

          Bajé el único tramo de escaleras desde mi puerta hasta la entrada del edificio con parsimonia. A pesar de que normalmente bajaba esos escalones de dos en dos, o incluso de dos saltos apoyando las manos en los barandales, no tenía ninguna prisa. Las supuestas disculpas que aquel desconsiderado quisiera ofrecerme hacía tiempo que había dejado de quererlas. Me daba igual cómo de mal se sintiese, o cuán sincero pareciese. Su oportunidad para conservar mi amistad había pasado, y sí, yo podría estar resentido, pero no había sido hasta hacía poco que había empezado a valorar más mi tiempo y mi energía. Y así pensaba hacérselo saber. Los escasos metros que me separaban de la puerta del edificio, y por ende, de la calle, los recorrí con la misma lentitud. Antes de salir, miré a través del cristal de la puerta. Al no haber encendido las luces del zaguán, no se delataba mi presencia desde fuera.

          En el exterior, las luces amarillas iluminaban lo suficiente como para ver e identificar a quien pudiese estar incluso en la acera de enfrente. Lo extraño era que no veía a nadie. Ni a mi ex, ni a nadie. Eran las 22:45, y a pesar de que a esa hora ya había poca gente en la zona, siempre se veía a alguien paseando a su mascota, o en un barrio como aquel, algún personajillo yendo o viniendo de hacer algún trapicheo. Nadie. Sin darle más importancia, cogí aire y lo solté lentamente, mientras posaba la mano en el manillar de la puerta y la abría, todavía buscando con la mirada. Daba por hecho que aquel penco estaba un poco más arriba en la calle, haciendo esperar a sus padres para volver juntos a casa en coche. Algo muy típico de él... Salí y me separé unos metros del portal, girando la cabeza en varias direcciones para ver si daba con el sujeto en cuestión. Al no verlo, y ya con la indignación volviendo a manifestarse en mi cara, agarré de nuevo el móvil y volví a escribirle:

"¿Dónde estás? Yo estoy delante del portal"

          Aparté los ojos de la pantalla, volviendo a buscar, pero en vano. Pocos segundos después, eché de nuevo un vistazo al teléfono. Sin respuesta. Con un creciente cabreo, sabía que si tardaba medio minuto más en decir algo o aparecer, lo siguiente que haría sería darle una soberana hostia. Me giré de nuevo para acercarme al portal, con vistas a abrir de nuevo la puerta y ponerme dentro, pero no llegué a tocar ni las llaves dentro de mi bandolera. En cuestión de pocos segundos, un extraño frío me recorrió, y antes de poder comprobar si era debido a una repentina ráfaga de viento, lo último que mis ojos vieron fue una figura oscura abalanzarse sobre mí, seguido de una sensación dolorosa y placentera a la vez que me embriagó, llegando a notar cómo algo se clavaba en dos puntos de mi cuello... Y todo se volvió negro...

          ¿Hmm...? ¡Oh! Disculpa, con tanto recordar y contar todo esto, me había incluso olvidado de que seguías aquí. Pero bueno, ahora ya sabes cómo empezó mi, eh... andadura, por así decirlo. Te podría seguir contando con todo lujo de detalles, pero por la carita que tienes, será mejor seguir en otro momento... Y por supuesto, ni se te ocurra decirle nada de esto a absolutamente nadie. Podría tener que matarte, y por ahora, ninguno de los dos quiere eso, ¿verdad? Bien. Venga, fuera de mi vista, precioso saquito de sangre.

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⏰ Última actualización: Jul 26, 2021 ⏰

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