Capitulo 1

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Jaemin.

Abrí los ojos luego de un reponedor y muy perezoso sueño, claro que luego al ver mi habitación hecha un desastre suspiré y me levanté para empezar el día cómo siempre. Las paredes temblaron un poco y cayó polvo del techo entre las tablas tan separadas una de otra, que sólo servían para acumular suciedad. Había pasado nuevamente el ferrocarril por el lado de mi casa, algo molesto para muchos y por lo mismo el motivo de que la renta fuera tan baja para quién quisiera vivir ahí. A tan sólo un lado de los rieles me seguía sorprendiendo que esa choza no se haya caído.

Limpié lo más que pude en lo que me sobraba el tiempo para cambiarme por la ropa del trabajo y pasarme un trapo húmedo en la cara, así no se vería demasiado la suciedad de mi rostro, difícil caso si apenas llegar de nuevo quedaría lleno de harina, polvo demás u hollín si es que al señor Hans se le ocurría enviarme a limpiar a chimenea por dentro, el único trabajo que hacía bien según él. Claro, era aún joven por lo que no me ahogaba tan fácil y delgado al menos caía dentro, no cómo su hijo, un chico un año menor, pero con sangre alemana corriendo por sus venas, con esas mejillas infladas de tanto comer y abundantes pecas que no daban lugar a resaltar sus ojos azules. Ah, y ese estómago, uno tan grande y desagradable que cuando hablaba o caminaba demasiado rápido se agitaba con facilidad, y si se molestaba a propósito me golpeaba con él, haciéndome tambalear y más de una vez caer a consecuencia.

Borré esos pensamientos de mi mente sacudiendo mi cabeza, debía llegar siempre con buena cara, sí, porque de lo contrario el anciano me diría que no disfruto el trabajo y que no merecía un buen pago. Lo que me motivaba menos, claro está, pero cuando trabajas en una panadería que tiene de sello a un falso hombre tallado en el letrero sonriendo a todo lo que da, no queda más remedio que mostrarse igual para darle la seguridad a los clientes de que su visita era agradable. La imagen siempre iba primero.

Me peiné un poco, tenía el cabello grasiento, pero no demasiado, debía guardar agua, a fin de cuentas era medida y pese a la humedad estaba escasa últimamente... maldita pobreza pensé.

Y bueno, es turno de presentarme más de lo que ya he hecho ahora: mi nombre es Na Jaemin, en realidad muchos por acá me llaman James porque cómo ya ven, no vivo en Corea para mi suerte.

Mis abuelos habrían escapado en su juventud hasta Europa, mal momento considerando que son asiáticos, pero todo era mejor que morir de hambre o por la guerra, llegaron con su único hijo obligándose a casarlo por conveniencia con otra chica asiática. Y pues vine yo al mundo y un par de años más tarde también lo hizo mi hermana. Viví toda mi vida en el mismo lugar, hice esos amigos que tienes toda la vida y al cumplir los 21 cómo no había dinero para seguir manteniéndome simplemente me fui.

Sólo al pueblo más cercano, los seguía visitando para las fiestas y fin de año, yo trabajaba en la panadería de lunes a viernes, los fines de semana me dedicaba a mantener la habitación en la que vivía y ocasionalmente me veía con un par de colegas para ahogar nuestra miseria en la taberna más deplorable del lugar ya que no nos alcanzaba para pagar por algo más que ginebra, ya me estaba dejando sin gusto la lengua, debía dejar de beber esa cosa.

Pero bueno, eso era todo de mí, con una boina puesta por el frío ocasional de otoño, los tirantes bien afirmados para que no se me cayera el holgado y corto pantalón y mi chaleco con un par de remiendas debido a lo viejo y degastado que estaba salí para tomar el camino más corto hasta el pueblo. Saludé de buenos días con bastantes ánimos a mis vecinos y a los campesinos que en esta época del año cosechaban cebada arduamente para posteriormente venderla a los grandes productores de cerveza.

Sabía que hoy sería un día bastante pesado en el trabajo, pero estaba animado y eso me ayudaba a por lo menos pasar las cosas malas que ocurrieran y dar lo mejor de mí siempre, todo iba bien.

Dónde actualmente vivía parecía un pueblo pequeño en realidad, pese a eso era sólo una parte de lo que era toda la ciudad, los pobres nos hallábamos a las afueras porque más al centro se concentraría más gente, curioso en verdad, porque a las otras afueras había mansiones enormes y campos bien cuidados, o eso decían las mujeres que se iban a dejar a sus hijas para trabajar de criadas.

— ¡James! — ¿Quién llama? Ah, una voz dulce y un poco aguda. Me giré a ver.

— ¡Ah! ¿Julia? — habría hablado alguna vez con esa chica, creo que tenía apenas 15 años, era bastante alta, pecosa y rubia, en el verano se la pasaba con una sombrilla, sino quedaba con toda la cara roja, que difícil sería eso. 

— ¿Ya vas a trabajar? — aunque cuando le tocaba hablar conmigo luego se ponía roja de nuevo, ni siquiera había sol. Asentí confundido — Uhm, bueno... Quería preguntar si luego de ello podemos ir a caminar un rato, eh...

— ¡Julia! ¡Ven aquí, deja a ese panadero! — era su madre, con voz rasposa, así que solo se despidió y se fue, alcé una ceja y continué mi camino.

Su madre era muy pesada con ella, no la dejaba salir demasiado, aunque si apenas le habría saludado un par de veces no sabía por qué querría que camináramos... De hecho ni siquiera sabía si le dejarían salir tan tarde, chica rara.

Circus [NCT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora