Las nubes cubrían el cielo como si tratasen de tomar control de este. No había un solo hueco en donde se pudiera vislumbrar el azul. Tampoco un solo hueco en donde pudieran hacerse paso los rayos del sol. Era una totalidad de grises, en donde no había un solo blanco o negro.
La brisa te acompañaba, no solo en tu estado físico, sino también en tu estado emocional. Cuando sentía que estabas entrando en ese agujero de vacío, ligeramente te rozaba la piel, te ponía los pelos de punta, te hacia despertar. Cuando sentía que ya estabas de nuevo en la superficie, que ya estabas a salvo, simplemente se calmaba, como si nunca te hubiera despertado.
El sonido del canto de las palomas resonaba entre los árboles, cada vez perdiéndose más y más, pero todavía conservando la magia entre esas hojas y ramas. Los árboles danzaban al ritmo del canto, pero también eran acompañados por el viento que pasaba para vislumbrar la hermosa velada que estaba aconteciendo.
Y yo solo me encontraba ahí. Estando.
La vista era muy conmovedora e inspiradora, de esas que sabes que no vas a poder disfrutar una vez más, porque solo pasan una vez en la vida.
Sabía que necesitaba inmortalizarla. El bosque que me rodeaba se lo merecía. Era la única definición de perfección que podía existir en el mundo. Y a mi manera lo iba a hacer.
El simple tacto de un lápiz de madera hizo que mi piel se erizara. El pensamiento de saber que con esa herramienta algo iba a quedar plasmado por mucho tiempo, tu forma de ver las cosas tomaría un lugar en el espacio y tiempo, perdiéndose entre esas hojas y la antigüedad que vendría con ellas.
La hoja en blanco. Un sinfín de posibilidades. De formas, de trazos, de sentimientos, de emociones, de pensamientos. Un mundo entero que no se conoce y nunca se iría a conocer, al menos no del todo.
Puede llegar a ser tan atemorizante el simple hecho de tener que plasmar algo. Significa tomar algo de tu mente, de esa infinidad incomprensible, y pasar a convertirlo en realidad. Es un proceso tan hermoso pero aterrorizador a la misma vez.
Y en algunas ocasiones era lo que me pasaba.
A veces no podía tocar la punta del grafito con ese blanco tan puro ¿y si lo arruinaba y lo que dejaba en ese espacio no era lo suficientemente bueno como para merecer la oportunidad de existir? Era como si de alguna manera me estuviera retando a que lo haga, para ver si fallaba o no.
Pero esta vez fue diferente.
Mis dedos tomaron el lápiz y lo aferraron con fuerza, como si fuera la única cosa que me estaba manteniendo de pie, e inmediatamente empezaron a trazar. Eran trazos lentos, como si los estuviera midiendo, cuando en realidad los estaba disfrutando.
El paisaje que me rodeaba era una multitud de emociones, eran tantas que no sabía cómo lograría plasmarlas todas en una sola hoja de papel. Me transmitían tantas sensaciones que pensé que sería imposible que me generaran más, hasta que mi mirada lo encontró a él.
Todo lo que no me contagiaba el bosque, todo lo que no me hacía sentir, me lo hizo sentir él.
Era un ser sentado de la manera más cálida y tranquilizadora posible. El bosque no parecía ser nada a comparación de él, pero a la vez parecía ser todo por como se complementaban entre si. Era como si hubieran sido creados para llegar a este exacto momento.
Solo para poder estar ahí.
No podía pestañear. No podía perderme un segundo de este maravilloso momento. Y en ese instante lo supe, esto era lo que tenía que dibujar.
Mis trazos empezaron a cambiar, a moverse en distintas direcciones, a crear la obra que estaba vislumbrando.
Pero él, solo él, tenía toda mi atención.
Me pregunte como era posible que una simple imagen, como un simple momento, pudiera transmitirme tanto. No lo entendía, y quería hacerlo.
Cada vez que alzaba mi cabeza para lograr plasmar lo que mis ojos todavía no podían creer que estaban contemplando mi respiración se entrecortaba.
La imagen de él era la causante de mi falta de aire. Sus delicadas pero masculinas manos enredadas entre un lápiz. Su postura nerviosa pero valiente. Su suave movimiento de pecho. Su ligera encorvadura en la espalda para poder estar más cómodo mientras dibujaba. Su cabeza gacha concentrada en lo que estaba haciendo realidad. Todo él me sacaba el aire.
Seguí tratando de plasmarlo, seguí tratando de darle un sentido a todo lo que me transmitía, seguí escuchando el canto de las palomas, seguí sintiendo la compañía de la suave brisa alrededor mío.
Seguí solo estando ahí.
Estaba tan atenta en sus perfectas facciones, en sus detalles ocultos. Estaba tan atenta en su ser que cuando levanto la cabeza para poder estirar su cuello casi no lo note. Él se encontraba de costado y yo con mi cuerpo girado en su dirección, por lo que no me pudo ver, o si lo hizo no lo dejo notar. Mi corazón casi da un vuelco en cuanto note su movimiento, lo vi como si hubiera sido en cámara lenta. Eso solo hizo que sintiera todavía aún más.
Me concentre de nuevo en mi dibujo. Volví a prestar atención a los sonidos del bosque, a sus pequeños secretos escondidos entre ese sinfín de hojas. Y lo logre, por un tiempo.
En cuanto volví a levantar la vista él se había desplazado. Había cambiado de lugar por solo unos metros. Ya no se encontraba sentado en medio del bosque, sino que se había trasladado hacia la izquierda y sentado mirando en dirección hacia el pequeño arroyo. En esa exacta posición recibía toda la luz de los diminutos rayos de sol que pudieron hacerse paso entre la manta de nubes que se había apoderado del cielo.
Parecía un ángel.
Pero también salieron a la luz todos los demonios que lo atormentaban.
Si te detenías a verlo, no, a observarlo por solo más de cinco segundos podías ver que él no se encontraba aquí. Estaba en otro lado. Su mente estaba en otro lado. Se encontraba aqui pero a la misma vez no. Permanecia tan quieto que si no bajabas tu mirada a su pecho para ver si continuaba respirando podía hacerse pasar fácilmente por un muerto. Y eso solo hizo que sintiera aún más.
Me había quedado sin aire. Todas las emociones que estaba sintiendo me estaban desbordando, él me estaba desbordando. Quería terminar de plasmarlo, no, lo necesitaba. Tenía que inmortalizar todo lo que me estaba generando, por lo que seguí.
Pasaron segundos, minutos, horas, no lo sé, solo sé que el tiempo paso, de alguna manera o de otra.
Y lo termine.
Todas esas emociones, todos esos sentimientos, todas esas sensaciones, todos esos pensamientos, pasaron a existir, formaron parte del mundo real.
Y justo en ese momento, mientras solo estaba ahí, me levante.
Con pasos tranquilos me desplace, y solo cuando estuve a dos pasos de él le dije:
- ¿Y qué se siente solo estar ahí?
Levantó su mirada y cuando sus ojos encontraron los míos formó la sonrisa más sincera y hermosa que había visto en toda mi vida y me respondió:
- Hermoso.
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Just Being There
Short Story¿Conocen la sensación de solo estar ahí? ¿La sensación de estar en un lugar, pero al mismo tiempo no estar en ninguno?