La última cogida de mi vida.

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Estaba perdida en mis sueños hasta que sentí algo frío tocando mi frente, lentamente abrí mis ojos y me encontré con la última escena que me habría imaginado.

Una silueta estaba frente a mí, no distinguía muy bien si era mujer o hombre ya que la habitación estaba semi oscura. Abrí los ojos tanto como pude cuando vi que LITERALMENTE tenía un arma en medio de mis ojos, salte del susto y pegue mi espalda a la cabecera de la cama con las cobijas tapando mi cuerpo.

El arma nunca dejó de apuntarme.

—¿Qué... mierda? —susurré. Pude distinguir un poco la silueta, era un hombre con hombros anchos y tenía un pasamontañas que le tapaba su rostro solo dejando ver sus ojos.

—Hola, bonita —su voz era gruesa e intimidante.

—¿Podrías dejar de apuntarme con tu... arma?

—¿Por qué debería de hacerlo? Podría presionar el gatillo y tus sesos saldrían volando a todas partes —dijo, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Trague grueso.

—¿Qué ne.. necesitas? —las palabras salían de mi boca solas.

—A ti.

—¿A mí?

—Sí, a ti. ¿Necesitas que te lo repita de nuevo?

Negué con la cabeza.

La luz de la luna iluminaba su rostro cubierto. Alcance a ver sus ojos, tenía unos ojos increíblemente hermosos. Eran un color grisáceo con tonos azules, me perdí en ellos.

—¡Hey! —exclamó y volví a reaccionar.

—Eres... tenebroso.

—Lo sé y estoy orgulloso de ello.

Sonreí.

—Me alegra.

Mierda. Tenía que controlar mi boca.

Soltó una risita cínica. Su mano apretó el arma y la bajó lentamente.

Solté un suspiro de alivio.

Él comenzó a jalar las sabanas hacia a él haciendo que mi cuerpo se estremeciera por el frío. Mi pijama no era muy adecuado para la temporada, consistía en una camiseta de tirantes que dejaba en descubierto mi pecho, mi clavícula y mi cuello, y estaba acompañada con un short que me llegaba a la mitad de mis muslos. Me sentía totalmente exhibida.

—Que lindo pijama —comentó, coqueto. Fruncí el ceño.

Creí que me quería matar.

Lo pensé pero no lo dije.

—¿Gracias? —dude y el soltó otra de sus risitas.

—Empiezas a caerme bien.

Me abrace a mi misma juntando mis piernas desnudas a mi cuerpo.

El hombre se quedó ahí, mirándome con detenimiento hasta que su mano enrolló mi tobillo y me jalo hacia él. Solté un leve gemido  por lo rápido que lo hizo, la punta de su arma acarició mi mejilla. Mi respiración comenzó a temblar al igual que mi cuerpo.

—Tranquila, no te haré daño —susurro.

Eso no me calmo en lo absoluto. Había visto miles de programas de asesinos en serie y eso siempre les decían a sus víctimas antes de matarlas de una forma no muy agradable.

Trague grueso.

Su arma empezó a bajar a mi cuello, después a mi pecho, luego en medio de mis senos hasta que se detuvo en mi abdomen.

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