CAPÍTULO 1

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                                                                                                  VIOLETAS

Me despierto abruptamente, siento el sudor bajando desde mi cuero cabelludo hasta mis sienes, mi respiración es un desastre, el nudo en mi garganta me dificulta tragar, con manos temblorosas prendo la lámpara de la mesita de noche a mi izquierda, miro hacia todas partes en mi habitación como buscando algo, sin encontrar nada.

Recuesto mi espalda en el respaldar de la cama y paso mis manos por mi cara secando el exceso de sudor, miro la hora y me doy cuenta que son las cuatro de la madrugada.

Afortunadamente esta noche es diferente y no terminé con un ataque de ansiedad inminente, los motivos de por qué, me los voy a ahorrar.

Con las piernas como gelatina me paro y camino hacia la cocina por un vaso de agua fresca, mientras hago mi recorrido voy encendiendo cada lámpara en mi departamento, ya estoy superando mi fobia a la oscuridad, pero siempre, después de una pesadilla no puedo estar en la penumbra, siento que algo me ve desde alguna parte de la oscuridad y eso sólo significa retroceder.

Ya han pasado años.

Tanto tiempo.

Entonces ¿Por qué no...

Sacudo mi cabeza, en un intento de evitar esas preguntas y esos pensamientos.

Llego al refrigerador, tomo la jarra de agua y me sirvo en un vaso, bebo el agua con tranquilidad y el líquido se siente helado en mi boca y en mi garganta, es refrescante.

Dejo la jarra en su lugar, lavo el vaso y me dirijo a mi dormitorio nuevamente.

Después de una pesadilla es imposible que concilie las ganas de dormir, por lo que me acerco a las extensas ventanas de mi habitación y que a su vez también funcionan como puertas, para salir al pequeño balcón con el que cuento y el que me ha dado tanta paz y consuelo desde el primer día que llegue aquí, la madera que adorna el vidrio en forma de grandes rectángulos sobre los ventanales le dan un aspecto barroco y antiguo, con carácter, algo que me gusta mucho.

Las cortinas están corridas, la luz de la luna en esta madrugada se filtra por el vidrio transparente y a pesar de que la lamparita de mi buró está encendida, es opacada casi por completo por los rayos de luna.

Me acerco y desde la altura puedo ver claramente a uno que otro auto transitando por la principal, las lámparas de la calle están encendidas, pero la ausencia de personas y el característico ruido molesto y aturdidor que causamos, le dan un aspecto fantasmal y siniestro a la ciudad.

Eso me pone los pelos de punta.

El silencio les da voz a mis recuerdos, a mis pensamientos... a mi pasado.

No sé por cuánto tiempo me la paso observando a la nada, pero siempre que puedo evito mirar mi reflejo en el cristal de la ventana, mejor dicho, siempre evito mirarme en cualquier superficie en la que me pueda reflectar.

La mudez y la soledad en la que vivo me dan mucho tiempo para pensar, pero más aún para recordar, no me gusta mirar a mi pasado, y aceptarlo como tal sólo haría las cosas más reales.

Todos los días, desde que me despierto hasta que me duermo es una batalla constante, seguir adelante incluso por inercia es costoso.

- Hoy vamos a nadar mi niña bonita, - expresa Conan con felicidad.

Me alarmo inmediatamente.

- Conan está haciendo mucho frío...

- Tú tranquila mi niña bonita, ya encontraré la manera de hacerte entrar en calor. – habla sugerente, mientras prácticamente me arrastra al lago que hay cerca de la cabaña

TRAGEDIA Y DELICIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora