Prólogo

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                  Texas, agosto de 1859

Pálida como la crema fresca, la luna llena brillaba contra el cielo de media noche, envolviendo con un aura plateada la inmensa oscuridad salpicada de estrellas. Los gritos de las mujeres y los niños moribundos habían dejado de oírse, como si, como el viento, hubiese llegado a este lugar solo un momento y ahora se hubiesen ido.

Un coyote aulló a lo lejos, con un sonido que se elevaba en triste in crescendo
para acabar después con un gemido. Cazador de Lobos se estremeció. Arrodillado junto al acantilado, sus ojos de azul índigo miraban absortos el terreno pisoteado bajo el promontorio. A juzgar por la hilera de huellas de cascos, los casacas azules habían huido hacia el sureste después de atacar su poblado a primera hora de la mañana.

Cerró los puños. El nombre de su mujer se repetía como una letanía en su cabeza, pidiendo venganza. Sauce Junto al Río llevaba a su hijo en el vientre. Deseó poder reunir sus armas de guerra y empezar inmediatamente la persecución de los asesinos, pero él y los otros jóvenes debían quedarse aquí para atender a los heridos y enterrara los muertos. Muy pronto, sin embargo, podría luchar como nunca antes lo había hecho. Daría caza a los casacas azules como los animales que eran y les devolvería el dolor que ahora le causaban multiplicado por cien.

No era la primera vez que Cazador sufría la muerte de un ser querido, pero nunca había experimentado antes este horrible sentimiento de vacío. Ya desde niños, él y Sauce habían jugado como pareja, oyéndose su risa por toda la pradera. Ninguna otra mano se había posado sobre la suya. Ninguna otra sonrisa le había hecho cantar feliz en su interior. Pensó que siempre la tendría a su lado. Y ahora se había ido, dejando en él un abismo tan extenso como las llanuras que se funden para siempre en el horizonte. A pesar de todo lo que había hecho para intentar salvarla, había perdido a su hijo y ella se había ido desangrando lentamente en sus brazos. Sus heridas, fruto de la perversión y las repetidas violaciones, se habían quedado en su interior, para que nadie pudiera verlas. Hasta el final, él había esperado poder salvarla.

Casi podía sentir el espíritu que la dejaba, casi podía ver su alma corriendo grácilmente por los escalones hechos de estrellas que la llevaban a la tierra de los muertos. Se le encogía el corazón al contemplar el camino que debía seguir. Ella nunca se había orientado bien y siempre había dependido de él para guiarla. Rezó a los antepasados para que la cogieran de la mano y le dijeran a dónde debía dirigirse. Si la dejaban sola, estaba seguro de que se perdería. Lágrimas indeseadas salieron de sus ojos ante este pensamiento.

El viento de la noche había secado la sangre que aún quedaba de ella en sus
manos y en sus pantalones de piel de ante. Elevando sus anchos hombros, dejó escapar un potente lamento que hizo eco en el aire que le rodeaba. Sacó el cuchillo y se cortó el pelo de caoba hasta casi el cuero cabelludo. Después levantó la afilada hoja de su arma y se cortó desde la parte exterior de la ceja derecha hasta la barbilla, para mostrar a su gente que Sauce Junto al Río viviría para siempre en su corazón. Su sangre manchó la hoja de rojo carmesí. Deseó que hubiese sido la sangre de un tabeboh, de cualquier tabeboh.

Un movimiento a la izquierda llamó su atención y al volverse vio que era su
madre que se acercaba. Sus mocasines tocaban apenas el suelo que pisaba, como si con ello pudiese amortiguarle del algún modo el dolor. Él se limpió rápidamente la cara, avergonzado de que su madre viera el reflejo de su sufrimiento.

En sus ojos traía una mirada de disculpa.

—Mi tua, sé que no debería acercarme a ti ahora —susurró Mujer con Muchos
Vestidos— Pero tengo que hablar contigo.

Se arrodilló junto a él. Un dolor tenso y asfixiante le aprisionó la garganta. Su
olor le era familiar y querido, reminiscencia de la niñez, cuando aún podía dejar que sus suaves manos le curasen las heridas. Deseó poder hundir su cara entre sus pechos, llorar como solo un niño podía hacerlo.

Luna ComancheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora