dos

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Apenas pudo moverse por los ligeros espasmos que su cuerpo emitía. El frío lo envolvió como la nieve de las grandes montañas a pesar de su piel ardiente en fiebre. Fiorent tembló, mareado, con las mejillas ardientes y el dolor de cabeza que traía alusionasiones a sus ojos. Se removió, adolorido, sus huesos crujieron como ramitas sobre el suelo de piedra húmeda, oscura y fría de las cuevas negras. Abrió los ojos, el sudor resbaló de su frente a su mejilla. La ventisca violenta azotó la entrada rocosa, trayendo consigo débiles copos de nieve que se derritieron en su piel calurosa.

El cielo estaba casi oscuro, a pesar de que notó la luz del día y la tormenta furiosa que azotaba furiosamente aquellas altas tierras. El alfa se removió, lento, tenía fiebre alta y no sabía si era por su celo adelantado porque estaba sufriendo de cierta infección a la mordida de su cuello. El chico elevó una mano a la zona, la piel destrozada estaba húmeda, jugosa en sangre, agua y mugre. Apenas si pudo levantarse cuando sintió un roedor correr sobre sus pies. Fiorent abrió los ojos con sorpresa, las ratas se ocultaron como cucarachas dentro de una abertura de roca. Decenas de ellas chillaron, huyendo despavoridas. El Alfa frunció el ceño, tocando su cuerpo ardiente, observando su miembro flácido. No, ya no estaba en celo, pensó y volvió a tocar su cuello. Despegó dedos húmedos en sangre aguada, espesa y babosa. Fiorent apretó los labios, sintiendo las arcadas por el terrible aroma de la zona. La infección de su mordida se estaba acercando, suavemente levantó la mirada a la entrada, debía bajar la fiebre.

Otra ráfaga de viento lo azotó. Esta vez el frío caló sus huesos, atravesando la fiebre y quebrando su cuerpo enfermo de una sola vez. Fiorent se recostó, arropando sus piernas entre temblores y espasmos débiles. El viento seco de las montañas lo enfermaba, le hacía doler los pulmones a tal grado que la tos con sangre destruyó su garganta. De repente, el aroma a tierra mojada y hierbas húmedas cambió el panorama de su débil estado. Fiorent levantó la mirada cubierta de lágrimas, tembloroso, completamente débil y caliente. La saliva chorreó de su boca cuando una gran silueta pálida se agachó frente a él. 

—¿Qué piensas de este?

—Está con un pie en la tumba, creo —oyó otro murmullo. No entendía lo que decían, Fiorent apenas levantó su cabeza, olisqueando el aire. Su débil cuerpo se irguió, ligado por su instinto de supervivencia. Su nariz se ocultó en aquel aroma exquisito, diferente al seco aire de la nieve y la humedad mugrienta de las sales de aquella cueva. Sus mejillas se pegaron a una piel fría, y jadeó, tomando bocanadas de aire contra el vientre de una bestia de dos metros. La fiera frente a él sonrió, sintiendo el calor ardiente de las mejillas de un pequeño Cachorro de manada, su gran mano rodeó su cabello y lo jaló. Admiró las mejillas rojas, los labios lastimados, húmedos en saliva y un par de ojos cristalizados con las más bellas lágrimas. El sudor resbaló por la mejilla del joven Alfa—. Qué raza tan débil.

—Los Alfas impuros deberían estar extintos.

—Vamos, cachorro, de pie —Fiorent apenas levantó la mirada cristalizada. Lo tomaron de los brazos y lo arrastraron por las rocas. Las piernas del Alfa estaban casi adormecidas, sucias, luchando entre el calor y el frío de las grandes montañas. Sintió fuertes manos en su cintura y apenas elevó la cabeza. Las fieras albinas eran pálidas, de cabello rubio casi blanco, sus cuerpos enormes, no musculosos, sino grandes y delgados. Con la suficiente apariencia para aterrorizar a otros. El frío chocó contra su cuerpo desnudo, se encogió apenas, tiritando, temblando. Uno de los Alfas lo alzó, cubriendo su cuerpo con la piel seca de una cabra negra. Los ojos adoloridos de Fiorent apenas podían ver otra cosa que un cielo gris y los copos de nieve golpeando duramente sus cuerpos. El aire casi le faltó y ocultó el rostro en el pecho del hombre, buscó su aroma a tierra mojada con temblores desastrozos.

Fiorent: cachorro destrozado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora