Era luna llena, Oliver se encontraba buceando en las profundidades de la bahía. Todos en la Isla creían que se había vuelto loco cuando vendió casi todas sus posesiones para comprar un equipo de buceo e internarse en el océano a altas horas de la noche. Él mismo sabía que su comportamiento era raro, pero que podía hacer, algo le llamaba en aquel misterioso lugar, no importaba las oscuro profundidades ni que peligros aguardaban.
Esa noche decidió adentrarse en la zona más profunda, conocida como la Entrada del Tiburón”, notable por ser eludida por todos, incluso por los pesqueros y turistas en busca de emociones fuertes. Pero quien no lo haría, desde la superficie se podía notar el gran agujero negro que limitaba con las demás zonas, un perfecto circulo rodeado por grandes columnas de piedras que se elevaban varios metros por encima del agua, todas ellas puntiagudas, como los dientes de un tiburón, de allí su nombre. Colocarse en su punto medio daba la sensación de ser engullido por uno de estos devoradores.
Últimamente se notificaban casos de avistamientos de este depredador, más grandes e imponentes que el característico tiburón blanco. Por lo que el espeluznante lugar era aún más esquivado. Pero Oliver no se dejaba atemorizar, encontraría la causa de lo que le provocaba tal emoción aunque tuviera que internarse en las entrañas de la oscuridad marina.
No tardó en los preparativos y adentrarse en las aguas, perdiendo visión de su alrededor por cada metro que avanzaba hacia el fondo. Su cuerpo comenzó a sufrir pequeños temblores y a pesar de su deseo y esperanza de encontrar aquello que lo arrastraba a tal zona, el miedo le calaba los huesos y un gran nudo en la garganta estaba renuente en bajar.
La negrura comenzó a abrazar su cuerpo, agudizando todos sus sentidos. Un gran silencio reinaba, no sabía si esto lo tranquilizaba o le infundía aún más temor, pero no se detenía en su recorrido, enfocándose en llegar lo más profundo posible que le permitiera tanto su cuerpo como el equipo.
Llegó un instante en el que no podía definir a qué dirección se dirigía, si aún descendía o se encontraba regresando al barco. Parecía un camino infinito, que lo hacía dudar de su decisión, comenzando a cambiar su opinión en quedarse y ver más aceptable la retiratda.
Pero no tuvo tiempo de tomar una decisión, pequeñas luces comenzaron a adornar el oscuro vacío bajo sus pies, era difícil distinguir de que criatura provenía el espectáculo fluorescente. Lentamente comenzaron a acercarse dejando ver sus formas flácidas y bailarinas.
Un grupo de medusas forman una espiral alrededor de su cuerpo como una jaula, era todo una exhibición, entre sus colores brillantes y sus finos tentáculos que daban la impresión de un baile único y especial. Quedó impresionado por la maravilla que presenciaba, algo por lo que valía la pena haber venido.
Estaba decidido en disfrutar un poco más y luego regresar, pero un movimiento rápido y poco visible le cortó la línea de pensamiento que abordaba en su mente. Lo único que su vista pudo detallar fue una figura delgada y blanca nadando a gran velocidad a lo lejos, desapareciendo como mismo hizo presencia.
Comenzó a dar círculos tratando de localizar al veloz fantasma, para finalmente atrapar su figura quieta en la lejanía, como un foco nublado que destacaba en la gran cortina negra. Quería acercarse pero las medusas continuaban bloqueándole el paso, se sentía angustiado al no poder ver los rasgos de tal estatua viviente.
Pero sus silenciosas súplicas fueron escuchadas cuando la figura comenzó a acercarse lentamente consiguiendo que el corazón de Oliver bombeara más rápido, no por miedo, sino por deseo, deseo de atraparla entre sus manos y dar por sentado que no era ningún sueño o alucinación.
Una voz comenzó a cantar, era la mejor canción que sus oídos escucharan, una sinfonía única que lo embelesaba aun cuando la escuchaba desenfocada. Se oía cada vez más fuerte a medida que el fantasma marino cortaba distancia entre ambos, definitivamente era este quien producía tal melodía. Las medusas comenzaron a esparcirse por todos lados permitiendo espacio entre los dos cuerpos, dando a parecer que la presa humana no tenía a donde ir más que entregarse a la llegada misteriosa.
Ya al alcance de su vista Oliver no creía lo que sus ojos le mostraban, sirena. Por supuesto, el canto, el deseo, era ella quien lo llamaba.
Sabía que no duraría mucho tiempo con vida por las historias y leyendas sobre estas bellas criaturas pero aun así no importaba.
La extraña mujer mitad pez era tan blanca que las venas se relucían en toda su extensión humana, incluso en aquel oscuro entorno, era notable. Sus ojos rojos que parecían gemas al fuego, al mirarlos fijamente lo mareaban y le daban una sensación de sueño.
Los trazos de su cara eran delicados pero a la vez deformados como los de un pez, y su cabello, una fina y babosa capa blanca, que no se definía el comienzo de esta misma con el final de la cabeza
La sirena se encontraba en tal posición que apenas veía el torso y la cola, pero nada ocultaba sus pechos pequeños pero erguidos. No sabía qué tipo de fuerza lo poseía, apenas y pensaba algo, su cuerpo se movió solo como si se encontrara en automático. Alcanzó el cuello de la mujer con una mano en lo que se quitaba la careta de buceo de su cara para finalmente juntar sus labios con la desconocida.
Eran fríos pero suaves, salados pero a la vez dulces, hubiera querido seguir en eso pero para su mala fortuna el aire le era indispensable, por lo que soltó su nuevo tesoro y colocarse rápidamente el respirador.
Con la mirada fija en su rostro de ojos penetrantes, pudo ver como la distancia entre ellos se acortaba nuevamente, las manos pálidas y tatuadas por venas y provistas con largas uñas impulsaron su respirador hacia abajo para repitiendo el ritual anterior.
El hombre se sentía en el cielo, por muy irónico que fuera, ya que estaba bastante lejos de él. Para su pésame este casto beso duro menos que el anterior, al abrir los ojos y ver aquellos orbes de fuego tan cerca podía sentir en su interior como el calor se expandía.
Pero se alejó su compañera, para luego con una sonrisa demacrada y dejando abrir la boca a dimensiones imposibles para una persona, dejando ver la gran hilera de dientes afilados, los hundió en la carne tierna de su hombro.
Lo rodeó con sus brazos, aún sin dejar escapar la garganta de su presa se impulsó al oscuro fondo del océano, arrastrando su alma consigo, mientras Oliver en un intento fallido, trataba de soltarse de las garras de su última pesadilla, desperdiciando su aliento con gritos silenciados en burbujas.
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Peligro bajo la luna
FantasiaUna sensación de que te llaman y nada te detiene para averiguar que es. Es el caso de Oliver cuando decide adentrarse a las entrañas del mar para hallar esta voz atrayente.