LA CORBATA

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—¡Maldito seas!.... ¡Te odio, te odio! [llanto] ¿ pero en qué estaba pensando? Ya tú me has demostrado que no te importo y yo de necia queriendo salvar algo de este matrimonio. ¿Por qué yo? ¿qué demonios quieres de mí?

Una angustiada mujer entraba a su recámara envuelta en llanto. Con manos nerviosas se sacaba la extraña peluca y lentes de sol que ocultaban su rostro. Dando un portazo se encerraba en su habitación y entre sollozos reclamaba una explicación a la vida.

—¿Señora Candy? ¿Le ocurre algo? ¿La puedo ayudar?

—¡Ah! No Dorothy, me encuentro... bien, gracias. Si me puedes traer una pastilla para el dolor de cabeza te lo agradecería mucho.

Candy estaba de espaldas hacia la puerta de su habitación, lentamente caminó hasta su cama y se acostó boca arriba. Las lágrimas seguían fluyendo de sus verdes ojos sin encontrar consuelo.

[Toc Toc]
—Señora Candy, aquí le traigo su pastilla

Candy automáticamente limpiaba sus lágrimas con el dorso de sus manos, pues sentía vergüenza que una vez más la servidumbre de la mansión la vean llorar. Dando la espalda a la puerta, dio paso a su empleada

—Pasa, deja eso... por ahí

La muchacha entró de manera sigilosa a la habitación de Candy, pues sabía que estaba en uno de esos momentos en que se deprimía tanto que daba lástima verla. La joven se preguntaba cómo era posible que una mujer tan hermosa como lo era su patrona, terminara así en ese estado. Sus patrones lo tenían todo en la vida; eran jóvenes, tenían fortuna, salud, pero de las manos se les había escapado ...el amor.

Luego de lograr que su señora tomara la pastilla, tomó el cepillo de la peinadora y delicadamente comenzó a peinar los largos cabellos de su patrona. Siempre esta acción calmaba a su señora y al verla tan deprimida decidió hablarle.

—Señora, su cabello es tan sedoso que no ha necesitado ningún tratamiento capilar. ¿Sabe que en mi pueblo tenemos un remedio para las ojeras? Si gusta le puedo hacer una sesión de SPA aquí mismo.

—¿Crees que eso ayude?

—Mmmm bueno, no cura corazones rotos; pero hace maravillas con los rostros cansados.
Y así Dorothy se puso en la tarea de dar un masaje relajante y tratamiento corporal a su señora que duró horas. Luego la sentó en el diván que estaba de frente a su enorme peinadora.

Candy miraba su reflejo en el espejo. Efectivamente sus ojos a pesar de reflejar una enorme tristeza, ya no se notaban cansados y su rostro estaba reluciente.

—Sabe mi señora... usted es una mujer muy hermosa. Debería aprovechar que se encuentra con su rostro reluciente para salir un rato a distraerse; mire, aún no es tan noche y puede aprovechar que Georges no está aquí vigilándola.

—¡Claro que no está aquí! ¡¿Sabes dónde está?! Tapándole las sinverguenzadas a su jefe, ¡como siempre! El muy idiota no se percató que esta vez los vi entrar al casino de la mano de otra de sus zorras.

—Olvídese de eso mi señora. Sé que esto no cambiará la realidad de su matrimonio; pero salir por un momento le hará bien. Mire, yo puedo llamar a una compañía de taxis exclusivos con la cual trabajamos para las encomiendas; y así nadie sabrá de su salida a esta hora de la mansión... .en especial la señora Elroy.

—¿Crees que a mis 30 años debo andar saliendo a escondidas de mi propia casa? Ya no soy una jovenzuela; pero me siento presa en una jaula de oro. Siento que soy un adorno más de esta casa donde solo sirvo para ofrecer banquetes a viejos multimillonarios. Y aun así, haga lo que haga jamás termino por agradarle a... mi suegra

Dorothy sentía verdadera tristeza por su patrona. Siendo tan bella estaba condenada a una relación sin amor. Aún la recordaba hace 5 años atrás; como el día de su boda había estado radiante, con la ilusión de formar un hogar con su "príncipe" como ella solía llamar a su esposo, el señor William. Ahora solo era una muerta en vida.

Sin embargo, la matrona de la familia, la señora Elroy, se había encargado de avinagrar ese matrimonio. La joven nunca había sido de su agrado por ser una sencilla pasante universitaria de jurisprudencia y sin un apellido rimbombante. La había catalogado como "una trepadora". A través de los años se había encargado de envenenar el corazón de su hijo, plantando en el mismo un fastidio por su esposa.

Candy se puso de pie en un solo golpe. —¡Vamos Dorothy! Pásame un vestido bonito que voy a salir y no me importa lo que diga nadie. ¡Apresúrate!

La muchacha se esmeró en el arreglo de su patrona. La mujer era en realidad hermosa. Su cabello rubio estaba bellamente trenzado y caía en uno de sus hombros descubiertos terminando así de enmarcar un rostro delicadamente maquillado. A pesar de que sus ojos seguían reflejando tristeza acumulada; el brillo de las sombras camuflaba perfectamente ese penoso estado. Ella estaba decidida a que la mujer llorosa y humillada quedará atrás y quería dar paso a una nueva Candy segura de sí misma. Ningún hombre valía la pena sus lágrimas, ni siquiera su "príncipe" que terminó siendo un sapo.

—¿Dorothy, puedes pedir el transporte desde tu celular? No deseo que William o Georges rastreen mi llamada—Candy se encontraba muy nerviosa, pero estaba decidida a salir esa noche sin que sus miedos la frenen.

Un auto negro de alquiler de vidrios totalmente oscuros llegó por la puerta de la servidumbre. No despertó la curiosidad entre el personal de seguridad pues, era costumbre contar con ese tipo de servicio.

El joven chofer notó extrañamente que la persona que abordara el vehículo no era una de las empleadas de la casa que acostumbraban a usar el servicio para llevar encomiendas privadas al corporativo Ardlay. En su lugar estaba una enigmática mujer cubierta por un largo abrigo negro con capucha.

—Dirección por favor—Una voz varonil sacó del estado de nerviosismo en el que se hallaba Candy.
—¡Ah!... no sé... maneje hasta estar muy lejos de este lugar. Luego le diré la dirección.

El auto seguía sin rumbo por media hora más hasta que su conductor nuevamente se animó a preguntar.

—Dirección por favor—Esta vez, el conductor miraba con curiosidad por el espejo retrovisor a su singular pasajera. Ella había ignorado la pregunta y parecía estar en un mundo distante al que la rodeaba
Candy tenía su mirada fija en el vidrio oscuro, miraba sin ver el paisaje hasta que sintió que el auto detenía su marcha.

—¿Qué sucede? —Candy se puso en estado de alerta hasta que el conductor la encaró

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