ビスケット

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El pequeño rubio maldecía por cuarta vez en la aula de clases. No podía creer su tan mala suerte, había creído firmemente que aprobaría el exámen final, una mala respuesta le causó que le faltara un punto para lograr dicho objetivo.

Estaba resignandose en reprobar la materia y decepcionar a su abuelo, hasta que la profesora le dió una segunda oportunidad, con una propuesta que sonaba inofensiva en teoría, pero, no en la práctica.

Ahora Mikey se encontraba en un vecindario desconocido para obtener un mísero punto, cuyo trabajo consistía en tocar puertas ofreciendo galletas, todo con una dulce sonrisa. Debía ayudar a las niñas exploradoras donde pertenecía un familiar de su profesora.

La única parte buena del asunto es estar junto con Baji, su mejor amigo, el tonto que también había reprobado, incluso cuando Chifuyu le ayudó a estudiar. Pero, parecía que su amigo estaba más concentrado en ligar con cualquier chica que atienda la puerta que no notaria su presencia.

Después de horas, Mikey limpió con el dorso de su mano el sudor perlado que comenzaba a formarse en su frente, las esperanzas se estaban agotando.

—Maldición, ya no quiero caminar más, nadie compra las galletas, Baji —el rubio frunció el ceño mirando a su amigo.

—Vamos, Mikey, necesitas ese jodido punto para pasar la materia o puedes irte olvidando de tus vacaciones a Filipinas con tu hermano —dijo, intentando animarle.

—No me importa, no quiero tocar más puertas—refunfuñó Mikey, cruzando los brazos.

—Está bien, sólo digo que es una lástima que no vayas a ir, seguro que Izana y Emma acompañaran a Shinichiro, tal vez, incluso te manden fotos del lugar donde encontraron los motores —Baji alzó los hombros, restándole importancia.

—Bueno, supongo que todavía puedo seguir tocando puertas —murmuró Mikey, volviendo a caminar.

—Ese es mi chico.

Los minutos seguían avanzando para el ahora fastidiado rubio, quién sólo le faltaba por vender dos paquetes, de hecho, era el único que aún tenía paquetes, puesto que todos los demás ya habían vendido los diez paquetes que les correspondía. Mikey se defendía diciendo que a él sólo le tocaban hombres de negocios.

Sólo le quedaba una puerta por tocar, eligiendo aquella casa por el encantador diseño que mostraba, tocó el timbre con una sonrisa, sabía que si quería que la gente le comprara debía ser amable. Tocó una segunda vez, al ser ignorado en la primera, esperó unos minutos pero nadie venía. Estaba dispuesto a irse, hasta que escuchó y observó como abrían.

La sorpresa que se llevó fue enorme, era simplemente atractivo quien lo recibió.

—¿Adolescente explorador? —preguntó el propietario con una sonrisa.

—¿Mhn? —balbuceó Mikey, quedando encantado con aquellos ojos.

—Quiero decir, es raro ver a un adolescente como tú vendiendo galletas de "exploradoras" —hizo énfasis en la última palabra—, por lo regular siempre son niñas. 

—Lo sé, estoy aquí por una calificación —explicó rápidamente—, ¿Va a comprar las galletas o no? 

El menor supo que debió haber sido amable al preguntar, pero, la presencia del hombre más alto y maduro, causaba en él un nerviosismo. Le encantaba aquel tatuaje de dragón en su sien izquierda.

—Claro, espera, subo por el dinero y vuelvo. 

Mikey asintió, esperando que el hombre regresara, mientras volteó atrás notando que Baji le hacía señas con sus manos, al principio no entendió a que se refería, no fue hasta que hizo un circulo con su mano para después introducir un dedo, que entendió que quería decir. El rubio levantó su dedo corazón, ganándose una risa de su amigo, quién segundos después ya estaba huyendo, no entendió por qué hasta que escuchó la voz de el mayor.

—Dame los dos paquetes —pidió, entregando el dinero.

—Aquí están, que las disfrute —Mikey dio las pequeñas cajas tratando de no hacer contacto visual.

—Por cierto, mi nombre es Draken —declaró, cerrando completamente la puerta.

El rubio no supo como interpretar eso, de lo único que estaba seguro es del color rojizo que sus mejillas adquirían. A él no le gustaban los hombres, sólo la diversión, pero, su corazón seguía agitandose. Se debatió si tocar de nuevo o no, finalmente siguió la corazonada que decidió que lo hiciera, con seguridad presionó el timbre.

En unos instantes se abrió, revelando la figura masculina, quién sujetó con fuerza la mano del adolescente para llevarlo dentro. Le acorraló sobre la pared, probando los suaves labios que le ofrecía, se tomaron su tiempo para disfrutar del beso, cambiando el ritmo después por uno más frenético, sus lenguas recorriendo la cavidad contraria en busca de dominio. Draken en busca de más, llevó su diestra al cabello rubio sujetándolo con fuerza para separarse.

—Joder, eso duele —gimió Mikey con un tono dolido.

—No te preocupes, esto lo disfrutarás—aseguró Draken con intención de atacar su cuello.

Estaba segundos de morder aquella pálida piel, siendo interrumpida la acción por  los ladridos de un perro. Mikey meneó la cabeza ante el ruido, llevándose Draken un golpe.

—Oh, Daiki, tenías que interrumpir la mejor parte —reprochó para ir donde su perro, dejando libre al menor.

—Es hermoso tu perro, de hecho, me encantan los perros —declaró Mikey, acercándose hasta el gran pitbull café.

—A mí me gustan las galletas, aunque prefiero a las personas que las venden —mencionó Draken guiñándole un ojo.

怠惰 | 𝕮𝖔𝖔𝖐𝖎𝖊𝖘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora