Avanzábamos lentamente en la noche. Nuestro carro, que había vivido días mejores, se traqueteaba a causa del mal estado del suelo por el que avanzábamos, tirado por los dos caballos.
El más viejo, marrón con algunas manchas blancas, se esforzaba por tirar del equipaje, dejando caer los cascos pesadamente en la tierra con cada paso. Me sorprendía que todavía le quedaran fuerzas para estos viajes, teniendo en cuenta todos los años que llevaba a cuestas. No conocía su edad exacta, pero estaba en todos los recuerdos de mi infancia, había pertenecido a mi familia desde que yo tenía uso de razón.
La yegua, sin embargo, gozaba de la vitalidad que le otorgaba la juventud. Tenía un pelaje tan oscuro como el cielo nocturno, y a la luz de la luna reflejaba unos destellos brillantes. Había sido la última inversión de Padre, convencido de que nuestra suerte mejoraría con la ayuda de aquel majestuoso animal.
— Ahora llegaremos más rápido a las ciudades, y podremos aumentar la carga del carro — dijo con orgullo cuando, un año atrás, había aparecido con la yegua.
Entonces me pareció un error adquirir otro caballo, pues nunca nos hemos encontrado en una buena posición económica, pero con el tiempo le había cogido cariño, y en los momentos en los que habíamos pasado por aprietos económicos, yo me había negado rotundamente a vender ninguno de los dos corceles.
Lo cierto es que la venta de trigo no dejaba un gran margen de beneficios. En nuestra región era común que ese cereal se importara por mar desde otros territorios, y gracias a esto los trayectos navales estaban tan avanzados, pero eso dejaba desabastecidas a las ciudades del interior. Y Padre vio un buen negocio ahí. Así fue como él y Madre se dedicaron a recoger el trigo en los puertos y a ir cada día a una ciudad distinta para venderlo.
Eso nos había dejado a Damián ya mi huérfanos de hogar, por así decirlo, pues nunca habíamos tenido un lugar al que llamar casa. Padre y Madre nos criaron así, viajando de un lugar a otro, ya que no podían permitirse dejar el trabajo por unos meses para cuidar de nosotros.
Pero últimamente no podía dejar de fijarme en el egoísmo de Padre. No entendía por qué se empeñaba en tenernos retenidos en este carro, en esta vida. Realmente no era necesario que, ahora que mi hermano y yo habíamos crecido, estuviéramos atados indiscutiblemente a la venta de trigo. No es que quisiéramos vivir para siempre satisfaciendo las necesidades de cereal de otra gente. Bueno, quizás Damián sí se hubiera resignado, pero yo quería una vida diferente.
Escuché a Madre toser en la parte trasera del carro.
Miré disimuladamente a mi hermano y a Padre, que viajaban a mi lado, para comprobar si ellos también la habían oído. No quise perder la oportunidad de arremeter contra Padre.
— No es bueno para ella viajar tanto. Así no puede descansar — murmuré, procurando que solo me escuchara Damián. Él hizo como si no me escuchara, y siguió mirando cómo Padre llevaba las riendas de los caballos.
Madre tosió de nuevo.
Me levanté del banco delantero en el que viajábamos y, manteniendo el equilibrio con las piernas flexionadas, me las arreglé para llegar a la parte cubierta del carro.
Aparté la lona. Los fardos de trigo se tambaleaban peligrosamente a su alrededor, pero estaban bien sujetos y no había posibilidad de que ninguno cayera. Madre, acostada en una esquina, levantó la cabeza al oírme entrar. Así, acurrucada y enferma, parecía mayor de lo que realmente era.
— ¿Cómo te encuentras? — le pregunté susurrando, mientras me sentaba a su lado apoyando la espalda en uno de los paquetes de cereal.
— Estoy bien, hija. No te preocupes por mí — me contestó, conteniendo la tos al hablar —. Pareces cansada. ¿Te ha dado tiempo a dormir algo?
Me mordí los labios para evitar responder. No, no había dormido. La planificación de padre era muy ajustada, y la tarde, que era el periodo dedicado al sueño, siempre se veía invadida por las tareas que no había dado tiempo a terminar a la mañana. Sobra decir que por la noche en, el carro, era imposible dormir; el temblor y el ruido durante el viaje hacia la siguiente ciudad no eran las mejores condiciones. No quise hablar mal de Padre delante de ella, así que simplemente negué con la cabeza.
— Pero sí he ido al lago del que me habías hablado — cambié de tema, animada a contarle la experiencia —. ¡Oh, Madre! ¡Es precioso!
— Sabía que te gustaría — sonrió satisfecha, para volver a toser después.
Arrugué el entrecejo y coloqué mi mano sobre su frente, como había visto a mi hermano hacer tantas veces.
— ¡Te ha bajado la fiebre! Eso es buena señal, Madre — celebré. Ella agarró mi mano con la suya y la separó de su cabeza con delicadeza.
— Sí... Venga, hija, quiero olvidarme por un momento de que estoy enferma — susurró —. Cuéntame lo que has visto.
Le hablé de la calma del agua, del sonido de los animales y, por supuesto, de la imagen que tenía en la mente desde que había ocurrido: la estrella. A Madre pareció gustarle la anécdota, y me enumeró las veces que ella había presenciado aquel suceso.
Al contrario que a Padre, que siempre estaba concentrado en lo que era práctico y útil para nuestro negocio, a Madre siempre le gustaba escuchar las cosas que me parecían interesantes, que por lo general solían distanciarse de los mercados, las compras y las ventas.
Como si hubiera oído mis pensamientos, Padre corrió la lona y entró en el lugar.
— ¿Por qué estás aquí? — me preguntó secamente sin mirarme.
— No te preocupes — lo tranquilizó ella, sonriendo —. Estábamos hablando de las estrellas.
— Tu madre necesita guardar fuerzas — ahora sí me miró fijamente a los ojos —, no le hagas hablar de tonterías.
— No son tonterías — me defendí.
— Las estrellas solo son representaciones de los dioses — comentó sin darle importancia.
— ¿Y eso qué significa? — inquirí. Mis padres se quedaron mirándome, como si no entendieran la pregunta. — Quiero decir... ¿Los dioses las pusieron ahí para representar momentos de su vida? ¿Con qué motivo? ¿Y qué son, para brillar tanto? Yo creo que hay algo más, algo que no entendemos aún.
Mi entusiasmo por el tema no pareció agradarles. El rostro de Padre, que al principio estaba confundido, se transformó en una mueca de repulsión.
— Deja en paz a tu madre y prepara 20 fardos de trigo. Estamos a punto de llegar a la ciudad — zanjó.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
¿Qué serán las estrellas en realidad? Cristel está a punto de enterarse...
Para no perderte nada, sígueme en Instagram en @keira.sparrow, donde publico información sobre "Polvo de estrellas" y te aviso de cuándo se publican los nuevos capítulos
Soy Keira Sparrow y puedes contactar conmigo para lo que necesites: hablar de libros, preguntarme cosas sobre "Polvo de estrellas" o conocer antes que nadie todos mis proyectos.
¡Un saludo! :)
![](https://img.wattpad.com/cover/279353775-288-k548886.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Polvo de estrellas
ФэнтезиLos dioses no deberían habitar la tierra. En la antigua Grecia, Cristel intenta encontrar su lugar en el mundo. Una extraña señal le lleva hasta un don que le obligará a cambiar por completo su vida, que le reservará un trascendental cometido en la...