LA ESTRELLA Y EL LUCERO
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Dedicatoria: A todos los jóvenes del mundo para que respeten los mandamientos de la Ley de Dios. Para todos los hombres y mujeres y para los de la 3.a edad. Para que amen a Dios Jesucristo y a la Virgen.
Hermosa Dalia divina, relicaria cristalina guarnecida de humildad, fue a confesar un domingo, no tuvo pecados porque en su vida los hizo, porque del original la libró quien pudo. Padre vengo a confesarme, atención a lo que digo, vamos por los mandamientos que está más claro el camino. El primero: Amo a Dios y a todos los hombres del siglo. El segundo: Juro la gloria del cielo limpio para que todos procedan la gloria de mi hijo. El tercero: Le sirvo a Dios fiestas y domingos y también amar a todos los hombres del siglo. El cuarto: Le perdí el respeto a mis padres, ellos quieren apartarme de ese camino que sigo. El quinto: Le corté la cabeza al demonio serpentino, cortándosela de un instante principio. El sexto: Le di al padre celestial un hijo que estuvo nueve meses en mis entrañas escondido. El séptimo: El universo universal vendrá. Los buenos irán a la gloria y los malos al infierno. El octavo: Todo aquel que quiere a Dios gozará de la gloria eterna. El noveno: Me acuso de trabajar los seis días y descansar los domingos. El décimo: Fui madre por diferentes caminos, no como otras madres, porque Dios por madre me quiso. Y el confesor venturoso de esta manera le dijo: Levanta blanca paloma, levanta morado lirio, levanta blanca azucena que tus pies no son dignos de que estén aquí postrados, que tan alta has subido, desde los pies de Abraham a la cabeza de Cristo.
BUSCAD EL CAMINO
El director de un banco y un hombre, profesional de la pintura, estaban sentados en el despacho del director del banco. El hombre inclinado sobre la mesa del director le hablaba entusiasmado de la vivencia que había tenido en la carretera Córdoba-Málaga. El director se la daba de buen cristiano, cuando de repente dijo con estas palabras: — Eso es ridículo. Y el orgulloso director hizo un aire de desprecio. El hombre, profesional de la pintura, le preguntó: ¿Por qué usted, un hombre que piensa, me dice que por qué tal disparate? Y el director del banco se rió burlonamente. Sí señor —le respondí yo— le pregunto por qué. El director con mal genio me contestó: ¿Pero quiere hacerme creer que Jesucristo me salvó a mí en la cruz del Calvario? ¿He de dar satisfacción a Dios? Respondí —sí. Me dijo, lejos de tales teorías ¿si yo he de ser salvado, he de hacer algo con mis propios esfuerzos? ¡Ah, bien!, —contesté— ya veo dónde está la causa de su equivocación, usted piensa que por ser director de banco tiene derecho a hacer su propio camino, camino de salvación, y por eso rechaza y desprecia el plan previsto por Dios.
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Contesta el director: ¿Qué quiere usted decir con esas palabras? Escúcheme, suponga que usted es una persona de aquí del pueblo, viene al banco y me dice: Estoy muy apurado y necesito que me dé usted un préstamo. Dígame ahora, ¿quién tiene derecho a fijar los intereses? ¿Usted como director y dueño del dinero o el hombre que lo necesita? Yo indudablemente. El tendría que aceptar mis condiciones antes de conseguir el capital prestado —replicó el director—. Exacto señor director, ¡ésta es su posición! Usted es el pobre y hundido, pecador, perdido y en apuros y Dios es el gran banquero, usted va a El en busca de misericordia y perdón. ¿Quiere usted decirme, señor director, quién tiene derecho a fijar los términos y las condiciones para que usted reciba la salvación, teniendo en cuenta que usted es el hombre necesitado y Dios el gran perdonador? Bien, nunca me di cuenta de esto —respondió el director—, indicando la sorpresa en su tono de voz. Desde luego yo no estoy en situación de fijar las condiciones. Dios tiene derecho y sólo El y sin embargo, ha estado usted ideando un medio propio de salvación mientras olvidaba que los necesitados no pueden dictar normas, lo aceptan todo. ¿Quiere usted dejar sus medios y aceptar los de Dios? ¿Está usted preparado para encontrarse con Dios en las condiciones que El ha fijado? Dijo el director: Nunca creí Juan, que tu eras así. Y vino a mi casa a comprender y a ver muchas cosas que quería comprobar y me dijo: — Quiero mediante tu ayuda hacerlo con una humilde réplica. Cuando la nueva luz penetró en el alma del director, encontró el camino.