Pueblo

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Los pájaros no dejaban de sonar, pero eso no estaba mal, por lo contrario, ya era hora de comenzar el día y para un chico enérgico como lo era Izuku Midoriya, esto estaba a la perfección, levantándose de manera animada de su cama. Tenía muchas cosas que hacer en su pequeño pueblo y no se podía dar el lujo de quedarse en su pequeña casa de madera.

No vivía con nadie, su madre lo había dejado hace mucho tiempo, por una enfermedad rara en donde no la pudieron ayudar, de allí venía su afán de ayudar y curar. Aunque fue un golpe muy doloroso para el pecoso de cabello verde, estudio hasta no poder más, día tras día se quedaba estudiando y cuando menos lo espero ya era uno de los curanderos más sonados en todo el pueblo, no es que fuera tan grande que digamos, pero este pueblo era agradables, lleno de personas que necesitaban su ayuda, cosa que no rechazaba por ningún motivo, obvio, cabe recalcar que llegar allí no fue fácil siendo un don nadie, un niño sin familia, teniendo que hacer diversos trabajos para subsistir y con una que otra colaboración de las personas que se encariñaron con él al instante, dándole pagas generosas.

Todos esos acontecimientos convirtieron a Izuku en la persona que era ahora, una persona sabía y trabajadora, por lo cual no se arrepentía de nada, sus conocimientos y esfuerzo en lo que hacía eran bien aprovechados desde el momento que se paraba, hasta que se dormía.

Al ya tener todas las cosas para salir de su casa, pudo notar que el sol estaba resplandeciente impactando todo a su alrededor como las casas de madera y piedras, el suelo o los vendedores ambulantes, al igual que la reflexión de luz provocando que se tapara un poco el rostro, por lo menos hasta que se acostumbrara. El cielo estaba despejado, casi sin ninguna nube en ella, pero 'despejado' no era la palabra que reinaba a su alrededor. Los caballos con sus carrozas ya estaban rondando por el camino, al igual que las personas que buscaban los alimento fresco que ofrecían los vendedores.

Cuando salió supo al instante que alguien lo había notado y los saludos del pueblo no se hicieron esperar, después de todo era muy conocido. No tardó ni 5 minutos cuando unos pequeños pasos se acercaron a él, un niño de cabello negro que se venía desesperado le pidió su ayuda.

-Señor Midoriya, mi madre está enferma, me dijo que lo buscara y le entregara este dinero para ayudarnos, no es mucho, pero luego se lo recompensaron -dijo el pequeño con prisa, mostrándole unas pequeñas monedas.

Izuku se compadeció recordando a su antiguo yo. Tenía uso de razón que Kota era un niño muy protector con su madre, por lo tanto le pareció tierna su acción, negando por completo que le diera la paga, volviendo a cerrar la mano del pequeño con un "No te preocupes"

El niño se le escapó una pequeña lágrimas de sus ojos, pero inmediatamente cuando se calmó, prosiguió a enseñarle en camino en dónde estaba la mujer.

Al parecer no era nada del otro mundo, solo tenía fiebre común, así que le dió una medicina y unas pautas para terminar con la paciente.

-Solo te pido que cuando puedas consigas flores de Equinácea en el lado sur, yo me encargaré del resto, ya que si se termina la medicina podrá tener otra ¿Ok? -informar con delicadeza al infante que se encontraba atento a la información.

-¿Y cómo son esas flores?

-Bueno, esta es una flor con el centro color entre amarillo, naranja y rojo, con pétalos rosas. La principal virtud de la equinácea radica en sus propiedades antimicrobianas en contra de bacterias, hongos e infecciones oportunistas, que la configuran como un auténtica alternativa a los antibióticos químicos. También ayuda al organismo a luchar contra las infecciones víricas como la gripe -. El niño quedó asombrado con la información e Izuku de ver su emoción, lo que más le apasionaba al pecoso era el conocimiento, poder compartirlo era una virtud, ya que era completamente partidario de que el saber distintas cosas era necesario para el progreso.

Los secretos del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora