¿ Y Si No Fue El Lobo?

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Cómo cada mañana el cazador se levantó y lo primero que hizo fue encender la estufa de su vieja cocina, puso su olla especial para el café, tomó el sobre de café molido y lo agregó a la olla mientras esperaba que hirviera. 

Desde que aquellos comerciantes habían traído las lujosas teteras en las que solo medio pasaba el café por agua caliente, no había vuelto a probar un café de calidad. Nada como un café bien preparado, calentado y hervido en el agua hasta dejarlo tan amargo que luego de colado la borra quedaba insípida.

Y ni hablar de la mierda de café instantáneo. 

Definitivamente el mundo cada día más iba a la basura. 

Se sirvió una taza bien caliente y salió por la puerta, el cielo se veía despejado y los rayos de sol le calentaban la piel de manera exquisita.  Pronto vendría el invierno y este gusto no podría dárselo a menudo. 

Terminó su café y tomó su escopeta, llenó su lona con cuerdas, su cantimplora y algunas frutas. Puso en su cinturilla un par de cuchillos y partió rumbo a lo profundo del bosque. 

Todos los días tomaba el mismo trayecto, pasaba frente a la casa del panadero qué preparaba su masa para panes, que para muchos eran exquisitos, la verdad a él no le parecían la gran cosa y así se lo había hecho saber al viejo gordo, palabras que no fueron de su agrado y desde hace meses no había probado ni un solo pedazo de su elaboración. 

Algunas personas podían ser demasiado sensibles y aunque no le importaba, lamentaba solo un poco no poder tomar su café acompañado de aquel pan rancio que luego de ser sumergido en su taza cambiaba de sabor considerablemente.

También vio la casa de aquella muchacha tan fastidiosa, siempre iba vestida de una tonta capa roja, que para su gusto era demasiado llamativa y un tanto pequeña para su edad. No podía cubrir mucho a pesar de qué se suponía eso debía hacer. Afortunadamente al pasar junto a la vivienda, la chica no salió e intentando acelerar el paso acomodo su carga y continuó con un andar rápido. No llevaba mucho camino cuando la encontró junto a los árboles que se encontraban a orillas del arroyo.
Al verlo se acomodó la horrenda prenda roja y ,mostrando el escotado vestido que traía debajo, esperó mientras el cazador se acercaba.

—Buenos días, Hugh. Qué sorpresa verte por acá.

Él sabía que no era ninguna sorpresa. En el pueblo era de conocimiento público que aquel trecho era el camino que el cazador tomaba y por recomendación de él no era muy transitado por lo peligroso que era. 

—Buenos días... eh— la muchacha varias veces se había presentado pero para él era imposible recordar su nombre. Suponía que era algo como Mary o Dany, no tenía idea, por lo que para no tener que estar pensando simplemente la nombraba con el apodo  qué más la caracterizaba—. Buenos días, Caperucita roja.

Halagada por el sobrenombre, tiró su cabello sobre su hombro y enlazó sus manos en la espalda.

—Hoy tengo que ir a casa de mi abuela y pensé que podría ir por este camino, es más corto así que puedo llegar más rápido, ¿no crees?— tomó la canasta que no había visto en el suelo y situándose a su lado comenzó a andar. 

Al principio la conversación le había parecido aburrida y solo participaba para asentir o negar cuando era necesario, pero se sorprendió cuando descubrió qué Caperucita no era tan fastidiosa como pensaba. 

»Por cierto, mi madre me contó hace poco que algunos de los pastores han perdido varias ovejas y dicen que puede haber un lobo suelto— lo miró— ¿Qué piensa usted acerca de eso? Yo creo que puede ser alguno de ellos está comiéndoselas y solo inventan la historia del lobo para no tener qué responder por sus fechorías.

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