"Los erbin son sin duda, criaturas enigmáticas, son de apariencia similar a la nuestra con la tez gris pálida, su única posesión es una piel de gato negro, que cuando se la colocan se convierten en el animal; es lo más preciado para ellos y por eso, perderla, es señal de vergüenza entre su cultura, aquel que encuentre y posea una de estas pieles, podrá someterlos. Es común que se despojen de la piel cuando se toman un baño en ríos o lagos".
–Sobre las leyendas rurales de Raphagat,
El viento aullaba durante la noche, hacía silbar follajes arbóreos en una lóbrega melodía de monótonas flautas con agudo sonar; acompañado del suave canto de un río y hojas quejumbrosas que expresaban molestia mediante crujidos cuando unos pies pasaban sobre ellas. Feran cargaba bajo su hombro unos pesados troncos, en la otra mano, llevaba un hacha. Avanzaba a través del bosque, hasta que su visión fue atraída debido a una peculiar piel de gato, se acercó y la tomó entre sus manos, dejando los troncos y el hacha sobre el suelo, le había causado bastante extrañeza. Pero mayor fue su confusión cuando entre los árboles vio que corría a paso grácil de bailarina, una esbelta mujer sin prenda alguna que cubriera su grisácea carne de luna; y los ojos de la chica, relucían entre sombras como el metal al rojo vivo y sus pupilas eran de fina y alargada forma, iguales a las de un gato. La doncella se dirigió con desesperación hacia Feran, quien sostenía aquella piel gatuna de carbón.
–¡Por favor! Entrégamela. –Imploró la chica de piel grisácea.
–No creo... que esto te abrigue del frío. –Dijo Feran, que miraba con una extraña curiosidad a la chica
Pero una nueva voz interrumpió el encuentro, era carrasposa y por su tono, debía ser de alguien maduro.
–¡Tú, perro; aléjate de ella, ¡es tan sólo mía!
Feran giró tras sus talones y descubrió la identidad del misterioso sujeto: un viejo de barba rasposa, brazos tan anchos como los troncos que Feran llevaba y espesas cejas que ocultaban sus ojos.
–¡Entrégame esa piel! –exigió el viejo con insólito vigor.
–¿Para qué? No te serviría. –respondió Feran con desconcierto y una mueca burlona.
–No lo entiendes: ella es una erbin, un ser que muda de naturaleza cuando se quita su piel de gato. Si un humano la encuentra, no sólo reclama la piel de gato, sino que también a la criatura por su descuido.
–¿Me estás diciendo que por el hecho de que ella no encontrara su piel de gato, debe cumplir tu voluntad forzosamente, quiera o no?
–Exactamente –respondió el viejo, de cuya espesa barba y bigote se asomaron unos dientes amarillentos, encimados unos sobre otros y que fueron humectados por una lengua que se retorcía de manera lasciva–. Así es la tradición que cuentan las leyendas. Pues se sabe que hubo una erbin que prefirió abandonar a su clan por un humano, y le entregó su piel de gato como muestra de afecto, por eso reprochan a quienes la pierden, pero si la recupera, podrá regresar con ellos. O eso es lo que narran. Así que lárgate de aquí.
Llevado por la repugnancia e indignación, a Feran le conmovieron los lacrimosos ojos rojos de la chica, y en su mente, le vinieron pensamientos nocivos de lo que sucedería si cedía ante la petición del viejo. Así pues, rápido y sin vacilación, le devolvió a su dueña la extraña piel de gato sin esperar nada. Por un lado, Feran lamentaba el hecho de que pudiera nunca reencontrarse con la chica, de quien al menos deseaba conocer su nombre, pero consideraba más correcto dejarla en libertad que retenerla consigo mismo por caprichos iguales a los del viejo. Esperaba que, de esta manera, fuera suficiente para que la chica huyera.
–¡Gracias! –le respondió la erbin con una cautivadora sonrisa, una que intercambiaba lágrimas de pena por alegría.
Cuando la chica se giró, vistió ella su desnudez como si de una capa se tratase con la dichosa piel de gato, colocándosela encima, su cuerpo se fue empequeñeciendo y en su lugar había adquirido la forma del animal, escondida entre el vacío de la noche gracias a su pelaje negro. Feran no advirtió los golpes del viejo, primero uno dirigido a los oídos, después hacia el rostro, su visión se fue nublando hasta que se forzó a cerrar los ojos y el rostro se le inundaba de sangre. Puede que ahora Feran pagara la consecuencia de su decisión, pero su consciencia permanecía tranquila por evitar que ese misterioso ser, sufriera la injusticia de una arcaica como estúpida tradición. La noche no había sido misericordiosa con Feran, pero al menos sí con la chica.
ESTÁS LEYENDO
Eulet y Feran - Bruno Thoth Ogma
FantasiaLos pueblos rurales afirman que los erbin, seres de sutil belleza y cuerpo grisáceo, tienen la habilidad de convertirse en gato si se ponen una capa del animal. Esta piel es lo más preciado para ellos, si un humano la encuentra y la posee, tales ser...