Creo que me he emblandecido.
Y no se por qué.
Solo se que las reglas y dogmas que una vez hubo en mi cabeza, ahora no existían. Se habían esfumado.
Me habían dejado solo, a mi suerte.
Mientras hablaba, mis oraciones perdían su estilo. El hombre se negaba a salir. Y el niño tenía que tomar el control. El niño hacía lo mejor que podía, sin duda. Pero no dejaba de ser un niño.
El hombre se había acobardado.
Y una vez más, me sentí frágil.
Una vez más, me avergoncé de mi mismo.
