Entregar el regalo de cumpleaños fue su sentencia... no, entregar el regalo de cumpleaños solo fue el castigo por haber deseado más de lo que debía. Más de lo que podía. Su sentencia fue creer que alguien podría amarlo, ese fue realmente su pecado.
— Graham no te hace esto ¿verdad? —escuchó el menor desde las escaleras, mientras sentía el piso desvanecerse debajo de sus pies, mientras su mundo se derrumbaba esquirla a esquirla.
Inhalar profundo dolía, pero era insuficiente. Todo mientras los jadeos de sus confidentes resonaban como un eco invasivo que jamás podría arrancar de sus recuerdos.
— Él no hace nada. —Respirar ya no servía de nada cuando se sentía tan... vacío. Tan roto. Esa respuesta solo había sido el choque eléctrico de aquella silla en la que se sentó cuando dejó que Alex le besara por primera vez.
— Ya no tendrás que tirarte a ese lisiado... —se preguntó si tenía la culpa de aquel escenario, mientras Damon y Alex se devoraban ansiosamente, proclamando en medio de jadeos que su presencia en las vidas contrarias, más allá de ser una alegría, fue una tortura.— Te compensaré... te compensaré por todo lo que haz pasado.
Y Graham se preguntó por qué lo usaron de esa manera cuando, claramente, él mismo hubiese dado todo para que su enfermero estuviese bien, mientras Alex, quien juró protegerlo de todo mal y peligro, era el mismo que clavaba el puñal en su pecho y lo torcía para que la herida jamás sanase.
Para que no dejase de sangrar.
Se quedó paralizado, tragó, mientras sus manos sostenían con fuerza el regalo de cumpleaños que había escogido con cariñoso esmero. Su piel ardió al recordar cada una de las caricias que le fueron regaladas y que ahora le sabían a veneno lamiendo su piel con rabia.
Sus ojos se inundaron, mientras su pecho se convertía poco a poco en aquellas cenizas de una fogata que jamás debió encenderse. Tuvo que respirar, hacer lo posible para que cada herida causada por los recuerdos no lo derrumbara.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para comprender porqué sentía que se estaba convirtiendo en una figura humana encendida en fuego, incapaz de avanzar, de moverse, anclada al ruido tortuoso y lujurioso que jamás debió escuchar.
Pasó su antebrazo izquierdo el rostro, con brusquedad, y antes de que su propia tristeza se le escapase del pecho en un llanto desesperado, se fue de allí, sabiendo que no le notarían.
Sabiendo que seguía siendo tan ajeno a ese mundo como lo fue en un principio y que ahora, por cuenta propia, debía salir de la ilusión en la que le habían ahogado cuando él mismo sabía que jamás debió tener la oportunidad que ellos dos le dieron a cambio de dinero.
Caminó despacio, parsimonioso, haciéndose a la idea de que cada una de las mentiras dedicadas por ambos solo habían sido una forma de obtener todo lo que él, en un principio y sin esperar nada a cambio, ofreció.
Deambuló antes de llegar a la avenida principal para tomar un taxi y al encontrar un puente tiró el regalo que representó el final súbito de algo que prefirió, en un principio, jamás tener. Esperando que el riachuelo acabase con el dolor que también sentía, que se lo llevase y le librase de aquel peso que le costaba arrastrar y entender.
Llegó a su casa una hora después, pensativo, agobiado y agradeció que nadie presenciase el deplorable estado en el que se encontraba: era como si cualquier aliento de vida adquirido hubiese sido arrebatado.
Se encerró en su habitación de inmediato, al menos era fin de semana y tendría la oportunidad perfecta para planear cada uno de sus pasos a seguir. Hizo lo posible por mantenerse cuerdo mientras las horas pasaban y todo de si pedía a gritos un descanso de la locura a la que había sido arrastrado sin darse cuenta.
El anhelo por un calmante se volvió incontrolable, pero no tenía nada que lo liberase del yugo de los recuerdos... entonces su propio padecimiento físico le recordó, que quizá, si había una salida para el desastre incontrolable en el que se había convertido desde que vio la verdad absoluta de aquel universo que fue creado para conveniencia de otros.
A la mañana siguiente llamó al doctor que podría librarlo de aquel suplicio al que había sido condenado sin saberlo. De alguna forma respirar se volvió un alivio ante la posibilidad de extirpar de si cualquier rastro de Alex y Damon, aunque doliese más, sabía que alejarse de ellos debía ser suficiente para volver todo su desastre en algo más soportable.
El Dr. Wainwright llegó a su casa rápido, sin dudarlo y Graham solo pudo recibirlo con una sonrisa agotada y mal disimulada.
— Chico, buenos días. —saludó, sentándose en la cama donde el menor había decidido postrarse durante todo ese fin de semana.— ¿Está todo bien? ¿Necesitas ayuda en algo?
—Doctor. —respondió, tratando de ser cortes, de disimular el nudo imperturbable que se formó en su garganta la noche anterior.— Está todo en orden y si... voy a renunciar a mi tratamiento, es una decisión inamovible. Por favor, abstente de convencerme de lo contrario, no pasará.
Reafirmó, en el tono más amable que podía, mientras todo de si se aliviaba un poco ante la posibilidad de descansar por fin, de todo el desastre al que había sido sometido desde joven. El rostro de su doctor palideció y Graham comprendió que aquella decisión era la correcta, incluso si hería a los demás a su alrededor, esa era solo la muestra del daño al que las personas a las que más quiso le habían sometido.
El Dr. Wainwright trató de convencerlo, pero a esas alturas no había poder humano capaz de hacerle desistir de su elección suicida, firmó sus papeles y así, por fin, tomó una decisión que pudiese liberarlo tanto de su defectuoso cuerpo, como de su defectuosa inocencia.
Se había convertido en una bomba de tiempo incapaz de ser detenida y aquella renuncia era la muestra contundente de ello.
Que fuese fin de semana solo le dio la posibilidad de tomar la decisión con más calma, sin tener a Alex pululando a su alrededor, sin tener que fingir que todo estaba en su respectivo lugar. Era imposible para él hacer eso.
Después de firmar la renuncia al tratamiento, de inmediato llamó a su padrino para decirle que la presencia de Alex y de ningún enfermero era necesaria en su casa: Graham ya no quería a nadie cerca suyo.
Su familia y sus padrinos trataron de convencerlo de lo contrario, de revocar aquella renuncia súbita al tratamiento y en consecuencia a su vida, pero no lo hizo. Era incapaz de soportar su propia existencia con aquel sentimiento tan extraño atascado en el pecho.
Era incapaz de llorar en el regazo de su madre, de desahogarse con su padre o de hablar con su hermana. Era incapaz de admitir que lo habían usado y tirado como un traste inútil, era incapaz de admitir que había permitido que lo usasen a su antojo tantas veces y sin darse cuenta.
Era incapaz de aceptar que había amado profundamente a alguien que solo lo utilizó como un medio para obtener solo lo que le interesaba, sin pensar en como aquello le lastimaría.
Entonces, el lunes en la mañana, una llamada irrumpió en el sonido lleno de recuerdos ardientes en su habitación, miró la pantalla y ahogó un quejido. Ver el nombre de aquel que desmechó cada uno de sus sentimientos allí le hizo enojar, silenció el celular y le impidió saber su destino, así como Alex le impidió a él conocer el propio.
ESTÁS LEYENDO
El Paciente; final alternativo.
Fanfiction¡Hola! Este "fic" estará basado en el fic de Dublinesa "El Paciente". Ella me dio los permisos correspondientes para hacer un final alternativo de su historia y les recomiendo que vayan a leer la original porque es una joya digna de ser leída miles...