1. Exhibición

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Jessica escuchó los ruidos de los carros, obligándola a despertar. Sin embargo se negó a hacerlo, tomó su almohada y la apretó contra su cuerpo. Un dolor en su codo provocó que gruñera. Instintivamente tocó la zona, sintiendo un ligero dolor. Trató de recordar la posición de sus brazos al dormir pero siempre era la misma.

Miró la ventana, unos fuertes rayos de sol la atravesaban. Entonces recordó que día era: La exhibición.

Entró al baño, animada. En un par de horas sería el centro de atención de toda una galería. Cada uno de sus siguientes pasos fueron demasiado pensados. Eligió su atuendo con cuidado, una chaqueta de cuero fue la pieza final. No quería ser tomada como una artista chifalada, quería que la tomaran en serio.

Su teléfono sonó. Pulsó contestar sin verificar el número.

 – ¿Hola?

 – ¿Dónde estás, Jessica?  – La voz de Marie sonaba lejana  – Quedamos en vernos después de almuerzo.

 – ¿Qué hora es?  – preguntó mientras amarraba los cordones de sus botas

 – Son las cuatro de la tarde. Cuatro y dieciocho para ser exactos.

 – Tenemos tres horas antes de la exposición  – Jessica se defendió.

 – Dime que ya vienes en camino

 – Mmm

Tomó su bolso con nerviosismo. Solo faltaban sus llaves, solo debía encontrarlas. Paso una mano sobre el montón de papeles en el escritorio. Nada.

 – ¿Cómo que mmm?

Su mente tenía problemas concentrándose en la conversación cuando su cuerpo se movía de un lado a otro buscando las llaves. Tampoco estaban en la cocina. Se tiró sobre el sofá, enterrando su mano libre entre los cojines.

 – Solo busco algo. Salgo en cinco minutos

 – ¿Sabes cuantos artistas morirían por una exposición?

 –  Lo sé, lo sé  – Entonces su mano sintió el metal, las llaves  – ¡Lo sé!  – exclamó emocionada  – Ya estoy saliendo, Marie.

Salió del apartamento corriendo. Escuchaba la voz de Marie como balbuceos. Incapaz de correr hasta la galería, Jessica se detuvo a menos de un cuarto del camino. Acercó el teléfono a su oreja. Podía sentir el palpitar de la sangre en su oreja.

 – … Así que decidimos colocarlo en la esquina para una transición suave.

 – Está bien  – jadeó

 – Genial, temía que te enojara el cambio

 – Tú eres la que sabe.

 – Entonces, ven pronto para los últimos detalles.

Marie colgó. Ella estaba más nerviosa que Jessica, al parecer.

Media hora después, Jessica estaba atravesando las puertas de la galería. Suprimió el llanto al ver los veinte lienzos expuestos en la pared. Podía sentir su orgullo inflamarse en proporciones colosales.

 – ¿Qué te parece?

Marie apareció con dos vasos de Starbucks. Le ofreció uno.

 – Tal como lo imagine  – aseguró  – Gracias por la ayuda

 – ¿Para qué son las amigas?

 – ¿Crees que a la gente les guste?

 – Están locos sin no ven la belleza en esto.

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