Prólogo.

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»Pasaron cientos de años desde la Gran Guerra que marcó un antes y un después en la historia del mundo.

Esa increíble e insufrible batalla de la luz contra oscuridad, bondad contra crueldad.

Esa guerra que ya hace exactamente quinientos años que acabó y, aunque ya está siendo olvidada, las pocas personas que estuvieron presentes aún siguen deseando que nunca llegue el descendiente de la persona que inició todo.

"Mi sucesor llegará. No hoy ni tampoco mañana pero cuando llegue él, el caos reinará el mundo tal y como lo conocemos. Pues él será quien lleve consigo el poder de todas sus generaciones pasadas, tomará el control de mis tierras perdidas y hará que todos estén a sus pies." Dictó Theodore D'Aemon, el demonio revolucionario, líder del clan del Sur y principal enemigo de los ángeles.

Desde un principio siempre estuvieron en la búsqueda de los descendientes de D'Aemon, mas nunca pudieron encontrarlos.

— Durante todo este tiempo el elegido nunca apareció por ningún lado, sin haber rastros de él.— Siguió leyendo el niño de diez años.— Algunos dicen que todo es mentira, otros creen que la descendencia de Theodore murió junto con él. Nadie sabe que nos deparará el futuro, de lo único que están seguros es que si ese heredero llega a aparecer, será el fin del reino tal y como lo conocemos.—Finalizó el chico la lectura cerrando su libro de historia y girando su cabeza para observar hacia la tumba que se encontraba a su lado.—¿Te gustó?—Preguntó con una pequeña sonrisa.— Sé que no, a ti te aburren estas cosas viejas, te hubieras dormido ni bien hayas visto como abría el libro.—Se contestó así mismo riendo algo triste.

—¡Eloy!—Le gritó su hermano mayor a la distancia.—Ya hay que volver, Clara nos está llamando.

—Enseguida voy, espera.—Le contestó a su hermano. Apresurado metió su libro en una caja de metal junto con otras de sus pertenencias, luego cerró la caja dejándola al lado de unas flores que él mismo había conseguido, o mejor dicho robado, de un pequeño jardín.—Otro día volveré Leo, hasta pronto.—Se despidió con una lágrima bajando por su mejilla y le dio un pequeño beso a la fría y dura lápida antes de ir hacia su hermano.

—¡Eloy, vamos!—Volvió a gritar este aún más fuerte.

—Ya voy Elliot, ya voy.—Le gritó limpiandose la cara para luego pararse y sacudir su ropa que estaba con un poco de tierra.— A que no puedes atraparme.—Le dijo divertido cuando ya estaba más cerca del mayor.

—¿Seguro que no?— Respondió el otro y el pequeño empezó a correr mientras el mayor iba detrás de él.

Y así, entre risas, fueron corriendo ambos hacia el orfanato.

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La maldición D'AemonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora